Cualquier otro año, a estas alturas, estaríamos debatiéndonos entre disfrutar de los últimos momentos del verano y empezar a plantear el nuevo curso. Nuevos retos, nuevos propósitos y todo un año por delante en que pensábamos en volver a la normalidad del mejor modo posible

Ahora la normalidad ya no es tal, sino una nueva normalidad que tiene de todo menos de normal, y el nuevo curso es tan nuevo que no sabemos en qué va a consistir. Ni siquiera cuándo.

Cuesta mucho pensar que la rutina no volverá a ser como había sido. Que hoy es hoy y mañana quizá sea todo distinto, dependiendo de cómo se mueva un bicho al que no podemos ver pero sufrimos a diario.

Pero, como sucede cada vez que una crisis de cualquier tipo nos visita, no afecta a todo el mundo por igual. Porque, aunque el virus no distinga, sus consecuencias sí que lo hacen, y aumentan la brecha entre ricos y pobres, entre hombres y mujeres, entre fuertes y débiles.

Oía el otro día al director de la Organización Mundial de la Salud afirmar que la pandemia acabaría en menos de dos años, y no fui capaz de decidir si se trataba de una buena o de una mala noticia. Y todavía sigo dándole vueltas.

De una parte, el hecho de que, aunque parezca lejos, se ponga fecha al fin de la pesadilla, supone cierto respiro. Algún día volverá el mundo que conocimos. De otra, que todavía esté tan lejos, `puede dejarnos sin respiración. Como siempre, la diferencia el vaso medio lleno o medio vacío.

Pero, como decía, no todos pagamos de la misma manera. El dolor por las vidas perdidas nos iguala, sin duda, pero otras muchas cosas nos diferencian. Mientras en esta parte del mundo nos quejamos por usar mascarillas, hay quien no tiene para pagarlas, mientras nos asusta el fantasma de un nuevo confinamiento, hay quien carece de hogar donde confinarse, mientras solo podemos ir a comprar o trabajar, hay quien no tiene trabajo ni dinero para comprar nada, mientras tememos el colapso de la sanidad, hay quien ni siquiera puede acceder a ella.

El mundo que viene será, desde luego, distinto, pero parece que no habremos aprendido nada. Y mientras una parte verá extinguirse el bicho lo más pronto que sea posible, otra habrá de esperar, como siempre, las migajas.

Ojala el mundo que viene sea un único mundo, un mundo que no distinga entre primero, segundo ni tercero. Es difícil, pero no imposible. No nos resignemos