Marta (nombre ficticio para preservar su identidad) no puede rescatar de su memoria cuándo empezó todo. Solo sabe que, "desde siempre", pensar en ir al médico le aterraba y que el simple olor a desinfecnte propio de este entorno, provocaba en ella una sensación indescriptible.
Pertenece a una generación que ha crecido sin demasiados controles médicos preventivos rutinarios, lo que sumado, a su buen estado de salud, la situó en su segunda década de vida sin apenas pasar por consulta.
Sin embargo, así como quien tiene fobia a los ratones puede pasar su vida sin tener contacto con el animal de sus suplicios, es difícil vivir sin requerir en algún momento un facultativo.
La sala de espera era el lugar en el que se iniciaba la pérdida de control. Hasta ese momento su parte racional controlaba la situación. Sin embargo en ese espacio el miedo se hacía protagonista. Un sudor frió y taquicardia acompañaba a un pensamiento único: huir.
Cuando terminó 'escapando' de un hospital en el que le iban a practicar una pequeña cirugía menor, acabó decidiendo ir a terapia. Asistió con el convencimiento inicial de que de nada serviría, pues ella había aplicado todo su raciocinio para luchar contra aquello, Sin embargo, se equivocaba. Apoyo psicológico y exposición progresiva lograron que superara el problema, algo que le sirvió de mucho, cuando tuvo que enfrentarse a cirugías e ingresos hospitalarios mucho más relevantes.
Su fobia condicionó tanto tiempo su vida que hasta hizo que ni se planteara estudiar aquello que, con el paso del tiempo cree que habría sido su gran pasión, la medicina.
Nunca le puso nombre a su problema, pero lo tiene. Se llama iatrofobia, forma parte de los trastornos de ansiedad y se caracteriza por padecer miedo a los médicos o procedimientos médicos, de manera que se evita a toda costa a acudir a consulta.
Desde experiencias traumáticas a noticias y opiniones
Son varios los posibles factores desencadenantes. En el caso de Marta, una mala experiencia durante un ingreso en un hostpial cuando teniía cuatro años, durante el cual, como era habitual por aquel entonces, no se le permitía estar acompañada de sus padres y en el que acabó recibiendo la bofetada de una enfermera. Solo conserva un par de flashes de aquello, pero su madre le contó que soñó con eso mucho tiempo.
Sin embargo, no siempre un episodio traumático es el detonante. "En algunos casos, simplemente escuchar opiniones o noticias sobre enfermedades o ver contenido médico en medios, ya es suficiente para activar ese temor, si lo tenemos bien arraigado", explica Mariola Fernández, profesora de Psicología de la Universidad Europea de Madrid.
Un problema cada vez más frecuente entre los jóvenes
Según esta psicóloga, la iatrofobia está creciendo entre los más jóvenes. "Por traumas previos o por sobreexposición a desinformación sanitaria, las nuevas generaciones desarrollan una percepción distorsionada y negativa de la experiencia médica", advierte. El resultado es "una preocupante tendencia a evitar las citas con su doctor o doctora de cabecera", apunta, al tiempo que añade que, incluso, "estamos viendo personas que soportan niveles de dolor crónico alarmantes como infecciones sin tratar, tumores avanzados, fracturas que nunca recibieron atención". "La mente humana es capaz de racionalizar mucho con tal de evitar lo que teme", explica.
Si bien en la población de edad avanzada la resistencia a ir al médico suele obedecer al temor a un diagnóstico irreversible, en los jóvenes "tiene raíces más complejas". Lo hacen por "ansiedad o miedo a sufrir", apunta Fernández. "Digamos que hay una intolerancia al 'daño', cuando realmente ni siquiera lo han experimentado", expone. Solo generar una expectativa negativa, "es suficiente para querer huir de esa experiencia, lo que influye en la configuración del fenómeno de la procrastinación ansiosa", precisa. Esta aversión anticipada produce un mecanismo de evitación que puede llegar a la disonancia cognitiva. "El acto de acudir al médico puede activar mecanismos de defensa psicológicos ligados a la evitación del displacer anticipado, y eso explica por qué no me decido a ir al médico", detalla.
La iatrofobia tiene distintos niveles, puede ir desde la mera incomodidad a la hora de entrar en un hospital hasta ataques de pánico con solo pensar en una vista médica. Asimismo, no se limita a hospitales, afecta a centros de salud, consultas odontoógicas, ópticas e, incluso, farmacias. "Hay quien rechaza cualquier contacto con personas que vistan uniforme sanitario y quien no soporta el olor a desinfectante o el sonido de un monitor cardíaco", reconoce.
Un problema para el que hay tratamiento
No obstante, y como prueba el caso de Marta, la fobia puede tratarse y superarse."La terapia cognitivo-conductual es muy eficaz: ayuda a identificar los pensamientos irracionales asociados al miedo y a sustituirlos por otros más realistas. También se trabaja la exposición progresiva, es decir, ir enfrentando, poco a poco, aquello que se teme", asegura esta psicóloga, que subraya: "No se trata de una debilidad, sino de un miedo abordable". "Reconocerlo y solicitar apoyo psicológico es el primer paso para recuperar el control", destaca..
Marta precisa: "Se trata y se supera, aunque, por lo menos en mi caso, algo queda, una especie de alerta. Eso sí, mantienes el control".