Un llamamiento espontáneo en redes para pedir ayuda humanitaria con el pueblo ucraniano, una iniciativa de convertir una tienda de productos locales ucranianos, Ucramarket, en un almacén de ayuda humanitaria, una fuerza telúrica de una joven ucraniana -Katerina- que vive y trabaja en España desde hace niña y un puñado de voluntarios, han obrado el milagro laico de desbordar la calle Méndez Álvaro 8 (junto a Estación de Atocha) y transformarla en un hormiguero humano con gente de toda clase social, condición y nacionalidad, que lleva lo que puede: latas de comidas, bebidas, pañales, botes, material higiénico o farmacéutico.

Un hormiguero humano coordinado por decenas de voluntarios ucranianos y alguno español no paran de abrir y cerrar cajas llenándolas de productos de primera necesidad. De ahí, gracias a otras donaciones, furgonetas Mercedes las está llevando a la frontera de Polonia con Ucrania  para ser entregados a la población de Ucrania.

Diría, tras conocer a fondo el lugar y el trabajo frenético que he comprobado in situ, que el tramo amplio de esa zona de Méndez Alvaro, es un caos organizado, un

Katerina tiene solo 29 años pero vive desde niña en Madrid donde llegó desde Ucrania buscando una vida mejor como los otros 20.000 compatriotas de la antigua república de la URSS que viven en Madrid o los 80.000 más que residen en el resto de España. Un pueblo, el ucraniano-español que me aportan testimonios en este enclave solidario de Madrid, del miedo que viven y de la angustia que sufren -algunos llevan días sin dormir-, ante el intento de masacrar su país por parte de un plutócrata llamado Vladimir Putin. En su mente están los familiares que dejaron allí y los rincones que fueron paisaje de su infancia y que hoy recuerdan entre nostalgia, tristeza profunda y miedo atroz.

Toda clase de personas y condición social

Cantaba Sabina aquello de Calle Melancolía, hoy bien podría componer una versión titulada Calle Solidaridad. Y es que este tramo de la calle es un plató de humanidad, donde ves a una mujer muy elegantemente vestida, representante de una gran empresa, haciéndose un hueco conmigo para abordar unos minutos a Katerina para pedirle los datos fiscales y bancarios donde hacer entrega de una donación económica. Lo mismo que veo un trabajador con el mono puesto recién llegado de Usera con cuatro latas de cocido y mejillones. Es la solidaridad en sus distintas versiones sociales. En los bares aledaños también colaboran. Dejan a la Cadena SER que sus periodistas monten un improvisado estudio con micrófonos, equipos, libretas y periodistas transmitiendo. También veo a una mujer de edad avanzada, tomarse un descanso ligero tras haber estado ayudando como voluntaria.

Agotados y sin voz

Tras ir detrás de Katerina como un perrillo tras su dueño, de una esquina a otra de la zona mientras ella imparte directrices y coordina el trabajo, nos paramos unos minutos. Grabamos el vídeo y me contesta a mis preguntas. Está agotada. Tiene la voz afónica y velada por tanto decir “las latas aquí”, “las medicinas allí”, “las cajas del almacén”, “estos embalajes a la furgoneta”… Voz enroquecida pero los ojos enérgicos de satisfacción por el trabajo “recolectado”. Voz casi a punto de apagar pero con tono como las rocas de sus Cárpatos. Voz baja pero su ilusión tan alta como el pico de Hoverla.

Tiene un equipo a su cargo de voluntarios militantes de la solidaridad y que constituyen un ejército de paz en un ir y venir por la acera en ese caos organizado en ese avispero de solidaridad cooperativa. Les hace falta ya una nave y la van a tener por la generosidad de un empresario madrileño

“Vamos a ganar esta guerra”

Y me quedo con lo último que me dice la joven Katerina que ha convertido su pequeño súper de productos de su tierra natal en un almacén de ayuda humanitaria: “Vamos a ganar esta guerra, pero no porque venzamos a unos soldados rusos. Ucranianos y rusos, todos somos personas víctimas de esta guerra. Ucrania va a ganar esta guerra, seguro, porque la pararemos y se acabará el conflicto”. Que así sea. En Madrid, solidaridad se escribe con “K”, con K de Ukrania y con K de Katerina.