Con la llegada de la Navidad comienzan las lecciones morales en honor al Niño Jesús. Las buenas acciones y el acordarse de los niños y los más necesitados es propicio en estas fechas, aunque el resto del año el consumismo nos diga que esa gente da un poco igual… pero ha llegado el niño Dios y conviene portarse bien.

Sin embargo, hay momentos de la historia en los que esa venida del Mesías no fue nada metafórica, al contrario, de buenas a primeras distintos personajes se presentaron diciendo ser Jesucristo en persona. Una aparición tan repentina como cuando un pariente se persona en casa por Navidad y sin avisar.

Bueno, en realidad Jesucristo si avisó, lo dijo bien clarito en el evangelio de Juan (Capitulo 14) pero claro, entre tanto retraso y las confusas señales que anunciarían su retorno, nadie tenía claro cuando iba regresar. Esta intriga ha hecho que infinidad de iluminados se atribuyan tan divina identidad. A veces con claras intenciones manipuladoras y otras veces por pura chaladura. De hecho, los delirios de grandeza son bien conocidos en el mundo de la psiquiatría.

Jesucristo avisó que volvería pero no fue nada preciso la verdad

En los siglos XIX, XX y aun en el XXI la cantidad de casos es tan exagerada que uno no sabe si lo de la segunda venida era un reencuentro o una epidemia, casos como el de Arnold Potter (1804-1872) que para demostrar que podía ascender a los cielos se tiró por un precipicio, muriendo obviamente. O Ernest Norman (1904-1971) que ya de paso también se autoproclamó ser la reencarnación de Confucio, Sócrates y un arcángel. Estos e infinitos casos más demuestran que hay jesucristos de todas las gamas y modelos o que como profetizaron los textos bíblicos, al retortero de Cristo vendría mucho espabilado y mucho falso profeta (Mateo 7:14).

Arnold Potter fingió ser Jesucristo, hubo seguidores que no dejaron de creer en él hasta que bajándose de un burro se tiró por un barranco, quedando definitivamente claro que no podía ascender en cuerpo y alma a los cielos

Sin embargo si echamos la vista atrás, los casos de siglos anteriores son más escasos pero a la vez mucho más interesantes. En tiempos en los que la Inquisición campaba a sus anchas vemos como los procesos de falsos mesías son casi inexistentes (había que tener muchas agallas para lanzar un órdago de ese calibre), pero no así en plena Edad Media donde una secta que consolase a pobres y menesterosos se extendía por todos lares con enorme facilidad.

En esa línea recuerda Juan de Horozco y Covarrubias que en tiempos San Martín de Tours (es decir el siglo IV) hubo “en España un mancebo, que habiendo ganado gran autoridad como señales vino a decir que era (el profeta) Elías, y como esto le creyesen muchos, se atrevió a decir que era Jesucristo, y pudo tanto en este engaño que un obispo llamado Ruffo le adoró y por esto le vimos privado de su iglesia”.

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Según Sulpicio Severo en tiempos de San Martin de Tours un joven español se hizo pasar por Jesucristo provocando no poco revuelo en tierras hispánicas

Prosigue este tratadista con otros casos en Francia en los que el fenómeno parece ser muy parecido, personajes que eran capaces de arrastrar a sacerdotes entre sus seguidores pero sobretodo “labradores”, “mujercillas” y en definitiva gente humilde que en algunos caso superaban la cifra de tres mil y que como auténtica legión “iban de un pueblo en otro, haciendo que le adorasen y robando a los que no lo hacían y de lo que le daban (al falso Jesucristo) que era mucho hacia limosnas y repartía entre su gente”.

En resumen un campo abonado por locos, fanáticos y un aliciente más… un mundo plagado de injusticias donde un dios ecuánime, despreciador de los ricos y amigo de los maginados siempre era bien recibido.