La pandemia del coronavirus ha afectado muy especialmente a nuestros mayores, uno de los principales grupos de riesgo y hemos convertido las residencias de mayores, donde se han producido más de la mitad de fallecidos por COVID-19 en una especie de búnker, impidiéndoles en la mayor parte de las comunidades autónomas que puedan recibir visitas. Al miedo a la enfermedad se ha sumado el aislamiento y la soledad

"Las residencias no son hospitales"

"Estoy muy preocupado con la situación de las residencias de personas mayores y debería cambiarse el modelo de cuidados", reclama Javier Yanguas, director científico del Programa de Personas Mayores de Fundación "la Caixa" en una entrevista en la que apuesta por un nuevo modelo de cuidados para una sociedad cada vez más envejecida. "Las residencias no son hospitales", argumenta para subrayar la necesidad de convertir este tipo de centros en "lugares donde maximizar la vida". Cree que la pandemia nos está dando una oportunidad para la reflexión, no sólo en relación a las residencias, sino también hacia la posición que ocupan los mayores en la sociedad. En este sentido, lamenta que el coronavirus nos haya contagiado de "edadismo", una situación que creía superada. 

Frente a ello, sin embargo, los mayores nos han dado toda una "lección de supervivencia". Dejando a un lado el drama de las residencias, la mayoría han superado con éxito la situación, no sin esfuerzo, tal y como demuestra un estudio hecho por la Fundación "la Caixa". "Los vulnerables estaban más preocupados por los invulnerables, por los jóvenes, por el futuro, por lo que va a ser de esta sociedad, por si encontrarán trabajo o no, etc.. A pesar de esas dificultades nos han demostrado que han seguido siendo en muchos casos el centro de la solidaridad familiar", nos explica Javier.

"No hemos tratado a nuestros mayores como adultos, les hemos infantilizado e invisibilizado"

P.- ¿Ha cambiado tu percepción a raíz de la pandemia de la situación de los mayores en España?

R.- El coronavirus, que se ceba fundamentalmente con los mayores, ha contaminado de edadismo a esta sociedad. Creía que habíamos dado pasos hacia la no discriminación por el hecho de ser mayor y mi sorpresa, dolorosa, ha sido darme cuenta de que no se habían dado esos pasos. Por un lado, no les hemos tratado como adultos que son, personas de pleno derecho. Y, además, les hemos infantilizado. Creo que los mayores, sin embargo, nos dan lecciones. ¿Por qué? Hemos mandado a todo el mundo a casa, incluidos los mayores y los hemos invisibilizado, ni siquiera los veíamos por la calle... En cambio, la mayor parte de esos mayores son casos de éxito. Dejando a un lado el drama de las residencias, ha superado con éxito la epidemia, ya que su vulnerabilidad física no es una vulnerabilidad psicológica o social. Lo han superado, no sin cicatrices.

P.- El hecho de que nuestros mayores hayan superado con éxito la pandemia es precisamente una de las conclusiones de un informe reciente que habéis hecho en el área de Mayores de la Fundación “la Caixa” sobre los efectos de la pandemia, ¿puedes darme más detalles del estudio?

R.- Hemos seguimientos a más de 300 personas y 3.000 entrevistas telefónicas. En esta cuestión ya hay un sesgo, ya que en la muestra no están los grandes dependientes. La gran mayoría lo habían pasado bien, pero eso no significa que no tuvieran problemas. Uno de cada tres tuvieron pensamientos que le molestaban; casi uno de cada tres había tenido sentimiento de tristeza, abandono o vulnerabilidad; y uno de cada dos se había sentido solo. A pesar de que hay una prevalencia importante de la soledad, hay un detalle que me parece hasta poético: los vulnerables estaban más preocupados por los invulnerables, por los jóvenes, por el futuro, por lo que va a ser de esta sociedad, por si encontrarán trabajo o no, etc. A pesar de esas dificultades nos han demostrado que han seguido siendo en muchos casos el centro de la solidaridad familiar y nos han dado una lección de supervivencia.

Ha habido también casos particulares muy significativos e incluso graciosos, por decirlo de alguna manera. Una mujer de unos 95 años a la que le pregunté si esto era como una guerra me contestó: ¡Qué va a ser como la guerra! En la guerra se pasaba frío, no había agua, no comíamos, sonaban las bombas, se nos caía la casa... Como la guerra, para nada. Mi mayor preocupación es que no me vea nadie hasta que pueda ir a la peluquería’. A pesar de este lenguaje bélico con el que a veces nos referimos al coronavirus, no es así para los que han vivido una guerra de verdad.

"Somos una sociedad que esconde la muerte y que no asume que las pérdidas son parte de la vida"

P.- Me hablabas hace un momento de tu decepción con esta sociedad y de cómo esta pandemia ha puesto de relieve carencias hacia nuestros mayores ¿qué podemos hacer para superar esta situación?

R.- Me suelo acordar mucho de las palabras de Simone de Beauvoir en la introducción de ‘La Vejez’, donde dice que "nos negamos a reconocernos en el viejo que seremos" y nos insta a que lo hagamos. Luego el libro va por otros derroteros, pero es algo que nos sucede. Somos una sociedad que esconde la muerte y que no asume que las pérdidas son parte de la vida. También escondemos el suicidio y no nos gusta la enfermedad, evitamos hablar de ello. Cuando tenemos una suficiente edad, todos hemos tenido pérdidas dolorosas, sabemos que nuestra vida es finita, sabemos que somos vulnerables y, a pesar de todo, no acabamos de entender que esa vulnerabilidad forma parte de nuestro ser.

He conocido casos de personas de 50 años que se han pasado 40 días en la UVI por coronavirus y personas de 80 ó 90 años que han estado asintomáticas. Si aceptáramos esa vulnerabilidad, sería más fácil integrar la enfermedad y la muerte.

La imagen que socialmente se ha dado de los mayores, si te fijas, es una foto: alguien con 89 años que se tira en parapente, otro que sube al K2…, son imágenes desde la adultez, pero no desde la integración de una vida en la que, si llega a ser mayor, vas a tener problemas. Porque se paga un precio por vivir, por muy bien que estés.

"Vamos hacia una vejez nueva y esa vejez va a ser más extensa en el tiempo, vamos a vivir más, pero vamos a vivir con enfermedades crónicas"

 

 

P.- En una sociedad como la española, cada vez más envejecida, ¿deberían ser los cuidados a los dependientes una prioridad?

R.- Vivimos una realidad que no tiene manual de instrucciones. Claro que esta sociedad va a cambiar, nacen menos niños y vivimos cada vez más. En general, si tenemos unos servicios de salud accesibles para la población, casi todo el mundo llegará a la vejez, lo cual es una bendición porque tenemos más tiempo compartido con nuestros padres y nuestros hijos a lo largo de la vida. Las viejas pirámides de población significaban que había mucha gente que moría joven y no queremos eso. Creo que vamos hacia una vejez nueva, más diversa,  con cambios en los modos de vida (a veces paradógicos: más gente vivirá sola, y más tiempo podremos compartir con ambos padres) y en las redes familiares (más parejas con ambos miembros frágiles, más población sin pareja por ruptura tempranas, más soledad…) y esa vejez va a ser más extensa en el tiempo, vamos a vivir más, pero vamos a vivir con enfermedades crónicas y tenemos que aprender a vivir con eso.

Va a haber más relaciones intergeneracionales porque va a haber más cohortes pero más estrechas, por lo que va a haber menos relaciones entre coetáneos. Creo que esto va a obligar a redefinir toda nuestra vida y nuestro comportamiento.

Cuidar va a ser más complicado, eso es verdad. Las relaciones entre las generaciones, a pesar de tener esa oportunidad, se tensan de alguna manera ya que la ascensión social se ha parado, porque nuestros hijos tienen dificultades para emprender una vida profesional, personal, acceder a una vivienda. Hay mil cuestiones que amenazan de alguna manera esta sociedad y tenemos que hacer frente a todo esto sin manual de instrucciones. En la historia de la humanidad nunca habíamos tenido esta situación.

Podríamos innovar, convertir el reto demográfico en una oportunidad,  buscar nuevas profesiones relacionadas con el cuidado de dependientes... Puede ser una oportunidad para hacer educación en valores y lograr una sociedad más inclusiva. Me cuesta entender por qué esta sociedad no da una respuesta más contundente, no asume el reto y convierte este desafío en una oportunidad.

"Los mayores de 65 años son ahora el 20 % de la población y en diez años serán el 25% pero no hay un proyecto social para ellos"

P.- ¿La administración está dando soluciones?

R.- En este momento es fácil criticar e injusto. Los poderes públicos hacen lo que pueden y yo, humildemente, les pediría que por favor miren esto. Los mayores de 65 años son ahora el 20 % de la población y en diez años serán el 25% pero no hay un proyecto social para ellos. Sabemos qué esperamos de los niños, de los jóvenes, de los adultos, pero no sabemos cual es el papel de los mayores en la sociedad. ¿Esta sociedad puede prescindir del 25 % de su población? ¿Qué hacen estas personas durante los 30 años de su vida que dura la vejez?. Esto no tiene sentido, hay que volver a redefinir los límites. Y no solo con los mayores. El bienestar también es poder estar vinculado y comprometido con los proyectos de los demás, Igual hay que pensar que tenemos que comprometernos más con el bien común.

"El miedo al contagio lleva a las personas a modificar esa base relacional. Y para muchos mayores, esa base relacional, forma parte fundamental del sentido de su vida"

 

 

P.- ¿Cómo afrontan los mayores esta segunda oleada del coronavirus?

R.- En general, la gente está cansada y con menos fuerzas. Vivimos una cotidianidad poco atractiva en una época de pérdidas, con más incertidumbre, una mayor amenaza percibida, con una sensación cada vez mayor de llevar una vida “mutilada”, con mayor malestar emocional… En la primera oleada no atendimos suficientemente bien a las personas mayores que estaban en los domicilios porque nos cogió de improviso. Esta vez tenemos que implementar medidas para ayudar, atender y facilitar la vida de los más vulnerables. A ellos les pilla ya cansados, en cierta manera, y tengo la sensación de que las relaciones entre padres e hijos, visitas o implicación en la vida familiar han cambiado mucho en estos meses de pandemia. Percibo que hay muchos mayores y jóvenes que se quejan, porque hablan de que las relaciones no son como antes. El miedo al contagio lleva a las personas a modificar esa base relacional. Y para muchos mayores, esa base relacional, esa vinculación con los otros, forma parte fundamental del sentido de su vida. Estoy preocupado por eso, porque si hacemos de la vida meramente supervivencia y no nos fijamos en aquellas cuestiones esenciales para una vida atractiva, nos podemos encontrar con situaciones feas.

P.- ¿Cómo compatibilizar el distanciamiento social con la necesidad de cariño y abrazos, especialmente en el caso de los mayores?

R.- Creo que con las medidas pertinentes debemos de recuperar las relaciones, en cierta manera,  retomar la vida normal, porque debemos de aprender a vivir con el COVID. No se si se trata tanto de abarzos y cariños, como de poner en marcha relaciones que nos acompañen, que nos apoyen, emocionalmente cercanas...

"Hay grandes posibilidades de cambio en el modelo de residencias de mayores"

P.- ¿Cómo deberían ser las residencias de mayores?

R.- Las residencias no son hospitales, ni se puede vivir en los hospitales, en los hospitales a uno le curan y sobrevive, pero no vive. Las residencias tienen que ser lugares donde maximizar la vida, donde ofrecer apoyos para poder seguir llevando adelante el proyecto de vida de las personas,  ser más comunitarias, con mayor vinculación a los barrios y servicios de proximidad… Por ahí hay grandes posibilidades de cambio.

P.- Una de las medidas que se ha adoptado durante la pandemia para proteger a los mayores que viven en residencias ha sido aislarles del exterior impidiéndoles, por tanto ver a sus seres queridos. ¿Cómo balancear la distancia social con la necesidad de estas personas de contacto con sus familiares y amigos?

R.- Tenemos que asumir que la vida tiene una parte de riesgo. Esto no quiere decir que lo ignoremos, pero sí podemos asumirlo minimizándolo para maximizar las posibilidades de vivir, y poder mantener relaciones, conexiones, vínculos, etc., con cuidado. La primera ola nos ha costado mucho y en esta supuesta segunda ola, tenemos que poner ahí el foco de atención.

 

 

"Vamos a tener que aprender a vivir con el coronavirus. Hay veces que hay que exponerse un poco, eso sí, con sentido y con responsabilidad"

P.- ¿Hay algún motivo en este momento para el optimismo, para que creamos que en esta segunda fase lo vamos a hacer mejor?

R.- La gente está más preparada y hemos aprendido muchas cosas. Dicho esto, a veces ocurren  a pesar de los medios a disposición, cosas sorpresivas: entra el virus en una residencia, en un centro de discapacidad, y en 4 días, a pesar de las PCRs, a pesar de todo, tte encuentras con situaciones dramáticas. Tenemos que seguir manteniendo el nivel de exigencia y de confianza, apoyar a los trabajadores...

De cara a las personas, va a ser muy importante, por un lado, una mayor sensibilidad hacia los procesos de duelo ante una muerte y también ponderar el riesgo con la vida con las mejores medidas posibles, abrir el tema de las visitas en las residencias... Vamos a tener que aprender a vivir con esto. Hay veces que hay que exponerse un poco, eso sí, con sentido y con responsabilidad.

P.- En el caso de los mayores sería importante, ya que la pandemia les está robando su tiempo, que es su bien más preciado. 

R.- Sí, porque vivir mal para algunas personas no es solo vivir mal en términos de un tiempo determinado, para muchos es cercenamiento de su salud, es decir, que van a salir con más fragilidad, con más dependencia. Les acortamos la vida y les hacemos vivir peor esa vida más corta. Creo que debemos reflexionar sobre ello.

P.-¿Cuáles son en este momento las prioridades de la Fundación “la Caixa” en relación a los mayores?

R.- Tenemos un programa de soledad que se llama Siempre Acompañados, que lo tenemos en marcha en distintos territorios del Estado español. Hasta ahora lo teníamos en Cataluña, Baleares, La Rioja y Andalucía (en Jerez) y se va a abrir a Málaga, Murcia, Pamplona, Granada, con el interés y la vocación de ir extendiéndose en todo el Estado. Seguimos haciendo investigación e innovación. En este sentido, tenemos un proyecto muy interesante relacionado con el cambio de modelo de los centros de mayores hacia uno más de trayectorias individuales, centrado más en “el ser” (en el proyecto de vida) que en el hacer (actividades) y que hemos tenido que parar durante la pandemia, aunque seguimos trabajando en él.

Nuestra agenda la hemos reconvertido todo lo posible a la oferta online. Teníamos también un trabajo muy importante en fragilidad física, que hemos intentado mantener. Y luego, estamos poniendo en marcha un par de iniciativas nuevas. Una tiene que ver con la gestión de las pérdidas y las consecuencias del Covid, que combinará en la medida que se pueda la presencialidad con la vía telemática. Y estamos desarrollando otro programa que tiene que ver con la gestión emocional y el sentido de la vida.

P.- Me has hablado del programa Siempre Acompañados. ¿Ha aumentado la soledad no deseada en este tiempo? ¿Tenéis constancia de ello?

R.- Lo que ha aumentado claramente es el aislamiento. Y hay una correlación entre el aislamiento y la soledad, por lo cual, no es descabellado decir que han aumentado los sentimientos de soledad, porque el aislamiento es un gran predictor de la soledad, aunque no es lo mismo. La evidencia empírica de los últimos meses apunta a un aumento de la soledad emocional derivada de las pérdidas, y a un aumento de la soledad existencial, asociada a una menor esperanza, a una mayor conciencia de nuestra propia vulnerabilidad. La soledad, además, si se mantiene durante mucho tiempo, tiene una influencia nefasta en la calidad de vida de las personas, en la salud psicológica y en la salud física, además del sufrimiento que genera. Tenemos que empoderarnos para vivir en soledad, porque la soledad es algo consustancial a nuestra vida. Tenemos que tener capacidades, habilidades y recursos para hacerle frente. Necesitamos una comunidad y una sociedad, que sea cuidadora, que nos cuide. Se trata de construir arquitectura comunitaria, una cuestión que esta pandemia ha demostrado su relevancia. En aquellos lugares en donde había arquitectura comunitaria, la gente más vulnerable lo ha pasado menos mal. Hacer comunidad no es tomarse un café, es tener recursos, proyectos compartidos y una manera de funcionar. Todavía no estamos ahí.

P.- ¿La pandemia puede ser una oportunidad para esa construcción comunitaria?

R:- Pablo Giordano, el escritor italiano, decía que teníamos una vida no comunitaria, que íbamos todos a nuestro aire. Paradójicamente, este virus nos ha hecho funcionar como comunidad. Nos está revelando algo que es real: que somos vulnerables, como habíamos comentado antes, y que nos debemos los unos a los otros. Que por lo tanto, tenemos que funcionar comunitariamente. Nos está revelando nuestras posturas personales y colectivas. 

Esta entrevista forma parte de los encuentros #RetosVocesSociales que organiza ElPlural en colaboración con la Fundación "la Caixa"