No hace falta padecer unas condiciones de vida extremas para que esta situación nos sobrepase.

Yo, que ya hace tiempo que no tengo hijas pequeñas, no dejo de preguntarme cómo será el confinamiento cuando se convive con niños o niñas o, lo que es tan difícil o más, con adolescentes.

Me decía una buena amiga hace nada que su único objetivo en la actualidad consistía en que su hijo se acostara con la sensación de haber sido feliz ese día. Una reflexión mucho más profunda de lo que podría parecer. Porque, pasados los primeros días en que un niño pequeño disfrutar de la compañía inusitada de sus progenitores, hay que explicarle por qué no va al colegio o la guardería, o por qué no lo llevan al parque o a ver a los abuelos. Y no debe ser fácil.

Recuerdo que cuando era madre primeriza y mi niña empezaba a tener edad de guardería todo el mundo me aconsejaba llevarla porque los críos necesitan relacionarse con sus iguales, necesitan jugar, interactuar y, por supuesto, aprender. También me decían que allí la niña sería atendida por profesionales preparadas para ello. Y tenían razón.

Y, de repente, todo se desmorona. Ya no pueden relacionarse con sus iguales, ni tienen un profesorado preparado. Hay que convertirse en docente, payaso, chef y mil cosas más. Y no hay posibilidad de descanso: hay que hacerlo a tiempo completo. Muy complicado.

Pero, si hay una edad difícil en la vida, esa es la adolescencia. En ese tiempo en que una no se soporta ni a sí misma, cuando los padres dejan de sr héroes y heroínas y el mundo se centra en las amistades, se las cortamos de cuajo. Han de estudiar, pero no tienen los ratos de ocio para compensar.

Y la cosa sigue. La novedad de salir al balcón a aplaudir, de hacer una verbena improvisada desde las ventanas o de ponerse a cocinar ya ha pasado, pero las puertas de la casa siguen cerradas y las calles desiertas.

De repente, los padres que demonizaban internet han descubierto que es un buen invento, y los adolescentes que centraban su mundo en las pantallas se han dado cuenta que necesitan mucho más que una pantalla.

No perdamos ojo a esas edades que están sufriendo a partes iguales el encierro y el desconcierto. Hay que tener paciencia, no vayamos a perderla, que cuesta mucho de encontrar y dentro de nada se cotizará más que la levadura o el papel higiénico.

Ya queda menos.