No podía ser todo tan bonito. Demasiada hermosa era la estampa de una sociedad aplaudiendo a diario al personal sanitario y, por extensión, a todas las personas que están cada día en primera línea de fuego contra el maldito virus. Como reza un dicho, demasiado bonito para ser real. Y, por eso, la tozuda realidad no tardó en asomar.

He hablado en anteriores artículos de todos esos colectivos que por una razón u otra sufrían con especial virulencia el confinamiento, pero nunca se me hubiera ocurrido incluir al personal sanitario en esos grupos. Porque son héroes y heroínas cotidianos que se exponen, pero reciben el reconocimiento social. O eso creíamos hasta hace nada, cuando lo peor del ser humano empezó a aflorar.

Primero aparecía en redes el cartel pegado en el ascensor de un sanitario, “invitándole” a que no volviera a su casa y se quedara en algún otro sitio, no vaya a ser que los contagiara. Luego, a otra, a la que le decían que no subiera en el ascensor y “pensara en los demás”, como si no lo hiciera en su trabajo diario. Una enfermera, miembros de personal de la Cruz Roja y hasta voluntarios también se convertían en diana de la mezquindad de impresentables que, por supuesto, como buenos cobardes, se ocultaban en el anonimato.

Estos individuos - por llamarles de algún modo - pretenden crear un gueto para quienes cada día luchan por todos nosotros

Una cajera de supermercado daba testimonio de un anónimo que le enviaron por debajo de la puerta para decirle que debería marcharse del edificio que, para más inri, recogió su hijo con el considerable disgusto por su parte.

Y, como guinda de tan hediondo pastel, la pintada en el coche de una médica llamándole “rata contagiosa”. Algo que no es que me deje sin palabras, sino que me obliga a contenerlas para no traspasar la línea de lo admisible en un texto como este. Pero seguro que cualquiera que me lea será capaz de adivinar mis pensamientos al respecto.

Al parecer, estos individuos -por llamarles de algún modo- pretenden crear un gueto para quienes cada día luchan por todos nosotros. Solo falta obligarles a coserse un triángulo en la ropa para recordarnos lo que hacía cierto partido de la Europa de mitad del siglo pasado.

Podría decir que esta gentuza merece no recibir atención médica de necesitarla, que se ha ganado a pulso no tener a su disposición alimentos o cualquier otro bien de primera necesidad, pero me niego a ponerme a su altura. Ya tienen suficiente con enfrentarse ante el espejo con su propia mezquindad. Mucho peor que el peor de los confinamientos.