El entierro del hijo de Alfredo ha sido precioso. Realmente emotivo. Aquel chiquito era muy simpático. Algo introvertido, pero muy agradable. Según se supo después, el chaval no había podido soportar la presión y se había suicidado. Creen que tenía algo que ver con su orientación sexual. Una pena, aunque bueno, no se pudo hacer más, ¿o tal vez sí?

Y tal vez te preguntes por qué te planteo la cuestión. Es fácil. Hace algunos días, en el periódico, leíste algo sobre unas “terapias de conversión” que habían tenido lugar en la Comunidad de Madrid. Y, por supuesto, te llamó la atención. El expediente, tras dos años abierto, fue cerrado por una cuestión procedimental. Terrible.

“¿Cómo es posible que suceda algo así en España? Aunque bueno, seguramente sea algo puntual. No creo que sea algo que suceda muy a menudo.” Lo que tal vez no te hayas planteado es que no se trata de algo puntual, sino mucho más extendido de lo que crees. Se trata, como casi siempre, de un discurso muy extendido y del que, posiblemente, no te habías dado cuenta.

Esas supuestas terapias no son más que el cruel signo tangible de una idea que se encuentra por doquier. Los comentarios. Las muecas de disgusto. Las discusiones. El desprecio. Todos estos signos no son más que una exigencia de una normalidad impuesta. Y el imponer esta normalidad puede concretarse, como en este caso, en todo un itinerario destinado a corregir algunas de esas anormalidades. Anormalidades que son constitutivas de personas. Y, sin embargo, tan demonizadas.

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Precisamente por ello, querría que pudiésemos entablar un diálogo sobre este asunto. ¡Oh, feliz culpa! propone un espacio para que puedas conocer parte de la experiencia que uno atraviesa cuando su orientación sexual es signo de contradicción para otros. Y, por ello, me gustaría invitarte a compartir esa historia. Sería bueno que hablásemos sobre esta cuestión. Y que hablásemos con franqueza para que nuestros padres, hijos y amigos sintiesen la libertad de expresar y expresarse como les fuese posible, cada uno en su libertad y en su preciosa individualidad. Y tal vez así no tengamos que asistir a aquellos emotivos entierros en los que, por desgracia, ya hemos estado tantas veces en tantas familias.

 

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