Las técnicas médicas han experimentado una auténtica revolución en las últimas décadas. Los procesos tienden a ser cada vez menos invasivos, lo que incrementa la seguridad de los mismos y facilita la recuperación de los pacientes.
En este contexto, la crioterapia tumoral ha supuesto un importante paso a la hora de abordar algunos tipos de cáncer como el renal o el de pulmón.
Se trata de un tratamiento mínimamente invasivo y que, “a diferencia de otros procedimientos ablativos, como la radiofrecuencia o las microondas, que consisten en la aplicación de calor, utiliza una temperatura muy baja dirigida a la zona afectada”, explica el Dr. Eduardo Crespo, jefe del Departamento de Radiología Vascular e Intervencionista de la Fundación Jiménez Díaz de Madrid y los hospitales Rey Juan Carlos de Móstoles, el Infanta Elena de Valdemoro y el General de Villalba, todos ellos integrados en la red sanitaria pública de la Comunidad de Madrid. Estos cuatro centros han apostado por esta técnica, incorporándola a su cartera de servicios, con resultados excelentes.
Precisa y segura
La también llamada crioablación puede ser una opción de tratamiento alternativa a la cirugía o complementaria a esta y presenta importantes ventajas. Es muy precisa y segura. Se realiza con anestesia local y el acceso es percutáneo, de manera que “no genera cicatrices”, subraya este especialista.
Dado que es una técnica guiada por imagen, permite localizar el tumor y controlar el tratamiento en tiempo real. El procedimiento consiste en introducir una o varias agujas en la neoplasia a tratar y aplicar varios ciclos de congelación-descongelación, “de manera que conseguimos destruir el tejido tratado, el cual se irá degradando con el tiempo”, indica el Dr. Crespo.

Para tumores malignos y benignos
En cuanto a sus indicaciones, su uso más habitual es el tratamiento de tumores pulmonares, renales, prostáticos y óseos o de partes blandas, si bien últimamente también se aplica con éxito en otros órganos y tejidos.
“No hay descritas contraindicaciones para su uso”, subraya el jefe del Departamento de Radiología Vascular e Intervencionista de la FJD, que añade que la crioterapia se suele utilizar para tratar tumores malignos, pero también funciona perfectamente en neoplasias benignas. En este sentido pone como ejemplo el fibroadenoma de mama, que en ocasiones genera en las pacientes “importante ansiedad y tumorofobia, por lo que no es raro que se sometan a cirugías de resección”.
Casos de éxito
En concreto, en esta red asistencial madrileña, el Dr. Crespo, junto a los doctores Antonio Hermosín, José Flores, Javier Periañez, Eduardo Daguer y Álvaro Villalba, ha llevado a cabo cinco procedimientos de estas características en pulmón, riñón y mama.
En la Fundación Jiménez Díaz se han realizado los primeros casos de crioablación en cáncer pulmonar. “Mediante un único pinchazo hemos podido realizar este procedimiento y la biopsia, lo que evita que el paciente tenga que volver a ser intervenido y disminuye el riesgo de complicaciones relacionadas con las punciones de pulmón”, detalla el especialista.
Del mismo modo, en el Hospital Universitario Juan Carlos de Móstoles se ha ejecutado con éxito mediante esta técnica el primer tratamiento percutáneo de un tumor renal.
Una opción con mucho futuro
Los resultados obtenidos en todos estos casos han sido tan favorables y la evolución de los pacientes tan positiva, que se ha decidido incluir la crioterapia en los distintos esquemas terapéuticos a decidir en los comités multidisciplinares como alternativa a los tratamientos más habituales. “Existen muchas expectativas respecto a la crioablación”, afirma el Dr. Crespo.
Por su precisión y seguridad “puede consolidarse como alternativa a la radioterapia oncológica”, adelanta. Asimismo, podría ser una opción prioritaria en casos de lesiones cancerosas de localización especialmente difícil, ya que “es posible la visibilidad gracias a la ‘bola de hielo’ que se forma en la punta de la aguja o termo-probe”, detalla. Cabe recordar que la crioablación se puede realizar mediante guiado por ultrasonido, escáner o resonancia magnética, aunque esta última “requiere equipos muy específicos”, concluye el especialista.