Quien haya paseado en los últimos años por la mezquita azul o los preciosos palacios de Topkapi, se habrá dado cuenta de que no son pocos los hombres que caminan por la calle totalmente rapados y van ataviados con una venda negra en la frente, muy parecida a aquellas que llevaban las estrellas de baloncesto en la década de los noventa.  

Estamos en Turquía, el primer destino de cirugía capilar del mundo, y esos hombres a los que muchos turistas confunden con miembros de una secta o al menos de una curiosa tribu urbana, le acaban de quitar pelos de su nuca para ponérselos en la parte superior de la cabeza. Son una legión. Según datos oficiales del Gobierno turco, más de 65.000 extranjeros acudieron en 2016 a realizarse un injerto de pelo.

Y la cifra va subiendo, también en lo relativo al número de españoles que cada año acuden a una de las más de 350 clínicas existentes en Estambul para ponerse pelo. La ciudad turca se ha convertido en una especie de 'edén' barato para los alopécicos gracias en gran medida a las subvenciones que reciben por parte del Gobierno local en lo relativo a la promoción y apertura de oficinas en el exterior. 

Pero Turquía también es el destino por el que muchos de los más de seis millones de personas con calvicie en España se han interesado gracias al prestigio de sus profesionales o al testimonio positivo, convertido en viral, de algunos españoles que como el ‘youtuber’ Miguel Jiménez o el periodista Lucas de la Cal, acudieron a la capital de este ‘Imperio capilar’ para poner fin a sus complejos relativos a la perdida de pelo.

A lo largo de los próximos cuatro días relataré para ELPLURAL.COM mi experiencia en Estambul. Viajo para eso que llaman ‘turismo sanitario’. Me voy a poner pelo.

Lo hago en las condiciones en las que lo haría cualquier otro español medio que decidiese ir a la tierra de Ataturk para combatir su alopecia. Aunque propuestas no han faltado, en el artículo no aparece el nombre de ninguna clínica, hotel o profesional concreto con el objetivo de evitar haber podido recibir un trato preferencial por ser periodista. 

 

Viajo a Estambul con el el ‘pack completo’, que incluye los billetes de avión, el hotel, los traslados por la ciudad y la operación quirúrgica. Todo ello a cambio de 3.000 euros.

Día 1: Ponerse pelo a 3.500 kilómetros y tras 4 horas y medio de vuelo

A mis 32 años, no tengo miedo al avión, he vivido en el extranjero y no es la primera vez que viajo al convulso país político situado entre Asia y Europa. Pero ciertamente, no es lo mismo viajar por cuestiones laborales o por placer, que para someterte a una operación quirúrgica a 3.500 kilómetros de distancia de tu país y a más de 4 horas y media en avión desde tu casa.

La distancia es posiblemente el mayor inconveniente a la hora de elegir Estambul para hacerse un injerto capilar y precisamente uno de los mantras que más repiten las clínicas españolas a la hora de intentar convencer al cliente para que descarte la posibilidad de salir de España para ponerse pelo.

“Si surge algún problema, en España puedes acudir inmediatamente al especialista y a tu hospital de referencia, pero si te surge alguna complicación en Estambul, ¿a dónde acudes?”, me dijeron en la última clínica española a la que acudí para obtener un diagnóstico de mi cada vez más pronunciada alopecia.

La pregunta no es baladí. De hecho, fue uno de los motivos que tal y como me comenta D.V, un joven español que se sometió a un injerto capilar, estuvo a punto de provocar que diese marcha atrás a la hora de volar a Turquía. Algo que finalmente no ocurrió ya que en su caso pesó más otro factor: la diferencia del precio de la intervención.

Y es que si un injerto de más de 3.000 folículos en España puede rondar los 13.000 euros, en Turquía te lo puedes hacer por 10.000 euros menos, viaje y traslados incluidos. La diferencia, además de por las subvenciones e incentivos fiscales que el país euroasiático ofrece a sus clínicas para atraer turistas, quitar el miedo al terrorismo y mostrar la ‘cara más amable’ del Gobierno de Erdogan, radica en que los salarios de Turquía son inferiores a los de España y por ende, los costes del material quirúrgico también.

Antes de volar llamo a M.R, el amigo que me recomendó la clínica en la que me someteré al injerto capilar. En su opinión, el precio influye, pero lo que más cuenta es el ‘boca a boca’.  Al haber tantos españoles que han acudido a Estambul a ponerse pelo, se ha combatido la creencia, en su día muy generalizada, de que los transplantes ‘low cost’ son síntoma de baja calidad o estafa.

“Habrá clínicas clandestinas, pero acudir al mismo sitio donde tu amigo, compañero de trabajo o familiar se sometió con éxito al injerto capilar, tranquiliza más que operarte al lado de casa. Al final lo que cuenta es que te opere un buen profesional, y en Turquía están los mejores”, sostiene antes de recordarme que aunque él no lo necesitó, son muchas las clínicas turcas que además de realizarte seguimiento mediante correo electrónico y WhatsApp los meses previos y posteriores a la intervención, también cuenta con centros y médicos adheridos en España. Es nuestro caso.

Para volar a Turquía desde España basta con el DNI. Sin embargo, aunque no es obligatorio, el ministerio de Exteriores considera preferible hacerlo con el pasaporte. En cualquier caso, sí que es obligatorio obtener visado.

Como he podido comprobar en primera persona es un trámite muy sencillo: a la par que imprimía los billetes de avión, realicé ‘online’ la solicitud. Eso sí, previo pago de 22 euros mediante tarjeta de crédito.

El viaje de Madrid a Turquía ha durado en torno a las 4 horas y media. Nada más llegar al Aeropuerto Internacional Atatürk, tras pasar el control de pasaportes, me espera un hombre que sujeta un cartel con mi nombre. Es el chófer que me lleva del aeropuerto al hotel, una de las cadenas más conocidas de Estambul donde me alojaré con desayuno incluido las próximas tres noches.

Teniendo en cuenta que al día siguiente me recogerán para llevarme a la clínica a primera hora de la mañana, opto por utilizar el servicio de habitaciones y comer algo rápido.

Nada de alcohol en la cena. Es una de las recomendaciones que la representante de la clínica turca con la que me comunico desde España me hizo llegar hace unos días. A la par, esta persona me recordó que llevase ropa cómoda (siempre camisa y nunca camiseta) y que acudiese desayunado a la operación. Los suplementos vitamínicos y los productos anticaída ya los dejé, siguiendo también indicaciones de la clínica, hace semanas. No es mi caso, pero los pacientes que se someten a un injerto capilar tampoco deben fumar los días antes.

Día 2: Nueve horas en la clínica turca para ponerme pelo

A las 8 horas llaman desde la recepción del hotel a mi habitación para recordarme que en 45 minutos debo estar listo para que el chófer me lleve a la clínica. Es el tiempo que tengo para darme una ducha rápida, vestirme y desayunar (aún sin nada de hambre, la representante de la clínica turca insiste en que debo tomar algo para encarar bien el día).

Dicho y hecho. A las 8:45 horas, con puntualidad británica, el chofer me está esperando en la puerta del hotel dispuesto a encarar el recorrido de apenas 10 minutos en vehículo que hay hasta la clínica.

A mi llegada me recibe la representante de la clínica con la que llevo hablando por WhatsApp desde hace meses desde España. Es a ella a quien le mandé las fotografías de mi pelo desde todos los ángulos posibles para realizar un primer diagnostico, básicamente orientativo, de las zonas a las que me debería someter a un injerto. Como en la mayoría de los casos: me recomendaron repoblar la zona frontal y la coronilla.

“En 5 minutos empezamos el proceso. Sabes que te tenemos que rapar justo después de examinar de nuevo tu pelo, pero antes tómate este tranquilizante”, me dice la representante consciente de que no pierdo detalle de los muchos hombres de todas las edades que cruzan la sala de espera ya con la intervención finalizada. La verdad, impresiona. Entre tanto, le pago en efectivo 2.400 euros (en España ya aboné mediante transferencia bancario otros 600 euros en concepto de señal).

Esperando a que me reciban los doctores mi representante también  me recuerda que a lo largo de toda la intervención tendré un interprete que me permitirá comunicarme es español con el conjunto del personal sanitario que participará en la operación, si bien con muchos de ellos optaré a lo largo del día por dirigirme directamente en inglés.

A la par que me explican que los cirujanos utilizaron la técnica FUE -consistente en la extracción y reinserción de los folículos del mismo paciente-, me hacen un análisis de sangre para confirmar que todos los valores son favorables y que no tengo ni el VIH ni la hepatitis B. En caso contrario, la clínica se negaría a realizar la intervención.

Por lo que había leído de otras personas que se habían sometido a la misma intervención, uno de los momentos que más temía era el relativo a la anestesia. Dicen que los pinchanzos en la cabeza duelen mucho. Extremo que sin embargo no tuve comprobar porque en mi clínica optan por sedarme. Lo agradezco.

Y llegados a este punto comienza un proceso que se extenderá las siguientes ocho horas. Primero, los médico me retirarán los injertos de la zona donante, aquella que va desde la nuca hasta detrás de las orejas. Lo hacen pelo a pelo.

Acto seguido, el personal sanitario se encarga de contar y organizar los folículos extraídos y planean cómo irán los injertos. Es la tarea previa que se debe realizar antes del tercer paso, consistente en abrir los agujeros en los que me meterán los pelos extraídos de la nuca.

Llegados a este punto, hacemos un parón para comer. Escribo a mi familia para tranquilizarles utilizando el wifi de la clínica y pregunto a los doctores sobre la cuarta y última fase de la operación: la colocación uno por uno los folículos en los agujeros que previamente me abrieron.

Esta es la parte que más pesada se me hace de la operación, en parte quizás por la acumulación de cansancio a lo largo de todo el día. Y es que en total son casi 9 horas que tras las despedidas pertinentes con el equipo médico, terminan de nuevo con los consejos de mi representante.

“Ahora el chófer te llevará de vuelta. Nada de esfuerzos físicos esta noche. Cena en el hotel e intenta descansar”, me dice tras darme el típico cojín que se utiliza en los aviones y con el que deberé dormir bocaarriba a lo largo de la próxima semana.

Día 3: Mi último día en Estambul y mi primero con mi ‘pelo turco’

Pese al ansiolítico y antibiótico que me suministraron en la clínica donde me injertaron 4.500 folículos (cada uno de ellos pueden contener de uno a cinco pelos), no es fácil dormir la noche inmediatamente posterior a haberte sometido a un injerto capilar. Algo que compruebo pocas horas después de haberme quedado dormido, cuando me desvelo ante lo incomodo de la posición en la que debo dormir para no dañar la zona receptora.

También empiezo a sufrir los picores propios de esta operación y que para desesperación me acompañarán varios días más.

Para no rascarme la cabeza inconscientemente mientras duermo, utilizo una táctica que descubrí en ‘Youtube’ y que consiste en atarme las manos con una bufanda. Entiendo que la táctica es efectiva porque me desvelo otro par de veces ante mi incapacidad de poder mover libremente las manos.

Y así, entre desvelo y desvelo intento hacer tiempo hasta que lleguen las 11 de la mañana; la hora en la que el chófer de la clínica me recogerá de nuevo en el hotel. Hoy me tienen que quitar los apósitos y explicarme el procedimiento que deberé seguir los días posteriores a la hora de lavarme la cabeza.

Para ello, en la clínica me suministran un spray y un champú especial. Aunque algo engorroso, el sistema no parece complicado de seguir.

Más difícil es no caer en la tentación de quitarte la cinta ‘ninja’ negra que los días posteriores a la operación debes llevar si no quieres que se te inflamen (una vez baja la anestesia local) los mofletes, la nariz o en entrecejo.

Aún consciente de que acapararé muchas miradas por mi aspecto (nada agradable), una vez termina la revisión opto por salir del hotel y aprovechar las horas que me quedan en Turquía. Al día siguiente también viajaré en avión con mi cinta negra y la cabeza al descubierto. Y es que no está claro que el uso de gorro sea muy positivo al menos los días inmediatamente posteriores a la intervención.

Lo que si está claro es que el postoperatorio no será fácil. La representante de la clínica me vuelve a escribir al Whatapp para recordarme que en los primeros tres días tras la operación no podré practicar sexo, hacer grandes esfuerzos o inclinar demasiado la cabeza por ejemplo a la hora de escribir.

En los próximos 10 días tampoco deberé practicar ningún tipo de deporte. Nadar sea en la piscina o en el mar también estará terminantemente prohibido en el próximo mes al igual que tomar el sol.

En la clínica me aseguran que será a partir del sexto mes cuando de verdad empezaré a notar los efectos del injerto capilar y podré disfrutar de mi pelo turco. Pero eso ya es otra historia.