Y como Gut, Lin, Morris o Degen, también los países europeos parecen condenados a morir de inanición, a ver como las antojadizas exigencias de las modernas divinidades financieras terminan por arrebatarles las últimas energías. A uno tras otro: Grecia, Portugal, Irlanda… España… Italia… No importa, la fe ciega en la austeridad mística aplicada al ajuste fiscal es inquebrantable. Sólo con ella alcanzaremos la deseada estabilidad presupuestaria, el nirvana económico que algún día nos devolverá la felicidad de estar en conjunción con las fuerzas del espíritu que distribuyen las agencias de clasificación. Aunque para los más débiles el sacrificio exigido puedan resultar mortal. Aunque a veces sintamos pánico ante la meticulosa destrucción que nos envuelve.
Da igual. Al fin y al cabo, la visión de la destrucción extrema también puede resultar reconfortante. Lo pone de relieve un reciente informe de Instituto de Estudios sobre Turismo Necrológico, de la Universidad Central de Lancarster, que explica las razones últimas que cada año llevan a miles de personas a viajar a lugares tan luctuosos como Auschwitz, la zona cero de Nueva York o Chernóbil. Regresar de un espacio donde la muerte reinó en estado puro genera en quien lo contempló una consoladora sensación de alivio. Una paz solo comparable con la alcanzada por quienes, aceptando con humildad y resignación los rigores del ayuno, consiguen al fin poder alimentarse del sol.
José Manuel Rambla
A este lado del paraíso