Pese a estos riesgos, el ultraliberalismo parece haberse apropiado con inusitado entusiasmo del misticismo de Prahlad Jani para, uniéndolo a las iluminadas palabras de su gurú Milton Friedman, hacer de sus prácticas la guía con la que encarar la crisis de la zona euro. Con una ortodoxia tal que incluso parece dispuesta a asumir ese travestismo que el capricho de Amba impone al yogui indio, vestido con sari y tocado en la frente con la roja marca de la tika, reservada a las mujeres casadas: no es extraño, pues, que sus entusiastas seguidores europeos adopten también la misma ambigüedad andrógina con los binomios Ángela Merkel y Nicolás Sarkozy o Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre. En cualquier caso, en todo este tiempo, los nuevos sacerdotes europeos han dejado constancia de su dogmatismo de conversos imponiendo a los ciudadanos el más estricto ayuno, eliminando de nuestros cansados organismos la más mínima dosis que alimente nuestra salud pública, nuestros derechos, nuestra educación pública, nuestro mínimo bienestar colectivo. Por el déficit cero al ayuno final.

Y como Gut, Lin, Morris o Degen, también los países europeos parecen condenados a morir de inanición, a ver como las antojadizas exigencias de las modernas divinidades financieras terminan por arrebatarles las últimas energías. A uno tras otro: Grecia, Portugal, Irlanda… España… Italia… No importa, la fe ciega en la austeridad mística aplicada al ajuste fiscal es inquebrantable. Sólo con ella alcanzaremos la deseada estabilidad presupuestaria, el nirvana económico que algún día nos devolverá la felicidad de estar en conjunción con las fuerzas del espíritu que distribuyen las agencias de clasificación. Aunque para los más débiles el sacrificio exigido puedan resultar mortal. Aunque a veces sintamos pánico ante la meticulosa destrucción que nos envuelve.

Da igual. Al fin y al cabo, la visión de la destrucción extrema también puede resultar reconfortante. Lo pone de relieve un reciente informe de Instituto de Estudios sobre Turismo Necrológico, de la Universidad Central de Lancarster, que explica las razones últimas que cada año llevan a miles de personas a viajar a lugares tan luctuosos como Auschwitz, la zona cero de Nueva York o Chernóbil. Regresar de un espacio donde la muerte reinó en estado puro genera en quien lo contempló una consoladora sensación de alivio. Una paz solo comparable con la alcanzada por quienes, aceptando con humildad y resignación los rigores del ayuno, consiguen al fin poder alimentarse del sol.

José Manuel Rambla
A este lado del paraíso