La euforia civil del número  ha eclipsado el llanto feliz de Don Mariano. El cava de la alegría ha enturbiado la lotería de Santamaría en las fronteras del otoño. El nuevo gobierno de Rajoy ha compartido la tribuna de la noticia ante el sofá de cinco millones de parados inmersos en las oscuras paredes de la consolación. Los sueños rotos del décimo desgraciado han quedado al amparo de la retórica política del momento y al hastío crónico de los mercados. El telediario de contrastes entre los sueños reales de los recientes y las migajas de la ilusión en las palabras de la cartera,  ha dibujado la silueta de los blancos y negros en los trazos desiguales de la riqueza.

El anuncio fugaz de los ministros con el desplante periodístico del momento ha sembrado la semilla del probable estilo maquiavélico de Rajoy, en su diálogo obligado con los medios. La  pregunta sin respuesta al reciente presidente ha marcado los ecos internacionales de la noticia.

Los consejos de Churchill no han agrietado el escudo infranqueable de don Mariano. El silencio ha marcado la barrera de la improvisación. El guión del actor no ha sido arrugado por la pregunta inoportuna del espectador. Hoy más que ayer, hemos roto las finas líneas que separan la política del cuarto poder. Las zancadillas al derecho de información invitan a la crítica a suplicar una solución inmediata, si no queremos caer en la sumisión civil de los regímenes autocráticos de ayer.

Los rayos que marcan las sombras de la Moncloa vislumbran los trazos difusos del nuevo poder. Las nuevas cortinas de Elvira lucen el estampado de millones de rosas rojas bajo el cielo azul de las gaviotas. Las alfombras de los Zapatero aún esconden bajo su talante terciopelo el castigo popular de los desencantados. Por las noches se oyen los ruidos intermitentes de la carcoma en los muebles antiguos de las derrotas. El aroma a café de la mañana nos despoja de las riquezas acariciadas en la dulce soñar de madrugada. El sabor amargo del recuelo ha sido la salud consorte de los desafortunados en la alegría incondicional de los afortunados.

Abel Ros es autor del blog El rincón de la crítica