A veces un pequeño objeto cambia la historia para siempre. El hallazgo de una diminuta pista resuelve un crimen, el descubrimiento de determinado elemento químico revoluciona la ciencia o un pequeño brillo en el cosmos nos hace cambiar la idea que tenemos de nosotros mismos.

Precisamente por ello propongo recordar hoy, antes de que se nos acabe este 2019, un descubrimiento aparentemente insignificante pero que supuso mucho para la historia de España. Me refiero a tres objetos encontrados por unos niños a las afuera del Madrid de 1869, tres piezas aparentemente insignificantes pero que propiciaron los 150 años de libertad religiosa de la que hoy gozamos en España.

Al fondo de esta fotografía muy cerca de donde apreciamos la escultura de Daoiz y Velarde unos muchachos hallaron tres objetos que cambiaron la historia.

Cierto es que no ha sido siglo y medio continuo en el que poder profesar la fe que uno quisiere o sencillamente declararse ateo, pero es innegable que en la constitución de 1869 se estableció esta libertad. Aunque no sin ciertos piques.

Ya en 1856 se había intentado pero la constitución no salió a flote y las cosas quedaron como estaban, algún obispo llegó a decir que el catolicismo era la única religión verdadera que hay en el mundo.

Sin embargo, en las Cortes del 5 de mayo de ese año de 1869 tomó la palabra un recién estrenado parlamentario. No era otro que José Echegaray el cual no había conseguido aún el premio nobel de literatura (que llegó tal día como hoy pero de 1904) sin embargo su oratoria superaba a muchos diputados de la época (ni que decir tiene a los de ahora).

José Echegaray gran protagonista de hoy por haber ganado el nobel hace 115 años y por su intervención parlamentaria en 1869.

En ese debate Echegaray habló por primera vez para defender la libertad de culto y lo hizo contando aquel hallazgo digno de novela. Dice así:

“¿Sabéis lo que es el Quemadero de la Cruz? Yo os lo explicaré; yo deseo que vayáis allí a verlo; yo quisiera que estas discusiones tuvieran lugar sobre aquel horrible monumento, a ver si había quien se atreviese a defender la unidad religiosa

Pues bien: el Quemadero de la Cruz es también un gran libro, es también una gran página, una sombría página, que encierra provechosa aunque triste enseñanza: con sus capas alternantes, es el Quemadero de la Cruz un corte, que yo no me atrevería a llamar geológico, pero que pudiera llamar, con verdad, teológico.

En esos bancos alternantes del Quemadero de la Cruz veréis capas de carbón impregnado en grasa humana, y después restos de huesos calcinados, y después una capa de arena que se echaba para cubrir todo aquello; y luego otra capa de carbón, y luego otra de huesos y otra de arena, y así continúa la horrible masa. No ha muchos días, y yo respondo del hecho, revolviendo unos chicos con un bastón sacaron de esas capas de cenizas tres objetos que tienen grande elocuencia, que son tres grandes discursos en defensa de la libertad religiosa.

¿Cuantos madrileños que hoy pasan por la calle Carranza desconocen que a sus pies yacen las cenizas de cientos de condenados por la Inquisición en el Quemadero de la Cruz?

Sacaron un pedazo de hierro oxidado, una costilla humana calcinada casi toda ella, y una trenza de pelo quemada por una de sus extremidades. Estos tres argumentos son muy elocuentes. Yo desearía que los señores que defienden la unidad religiosa los sometieran a severo interrogatorio; yo desearía que preguntasen a aquella trenza cual fue el frío sudor que empapó su raíz al brotar la llama de la hoguera y cómo se erizó sobre la cabeza de la víctima.

Yo desearla que preguntasen a la pobre costilla cómo palpitaba contra ella el corazón del infeliz judío. Yo desearía que preguntasen a aquel pedazo de hierro, que fue quizá una mordaza, cuantos ayes dolorosos, cuantos gritos de angustia ahogó, y cómo se fue oxidando al recibir, el ensangrentado aliento de la. Víctima, con la cual el duro hierro tuvo más entrañas, tuvo más compasión, fue más humano, se ablandó más que los infames verdugos de aquella infame teocracia.”

Visto lo pernicioso de aquel afán de fundir, aunque fuera con las llamas, a todos los españoles en una única religión, cabe preguntarse si en nuestros días los fanáticos son capaces de reflexionar sobre la barbarie que supone la intransigencia y el odio. O sencillamente no son capaces de ver que con la libertad de culto que hoy cumple siglo y medio los españoles hemos aprendido a convivir al margen de nuestros credos".

Detalle del auto de fe presidido por santo Domingo de Guzmán pintado por Berruguete.

Pinche aquí para leer el discurso completo de Echegaray.