El reciente desastre de Mallorca ha dejado imágenes de gran humanidad y otras que cuanto menos invitan a la reflexión, entre ellas, el momento en el que el voluntario Óscar Tarela ofreció un escobón al rey para que pudiese colaborar.

El debate de si el rey debería o no haberse puesto a la faena, no es una polémica nueva, de hecho, tiene siglos de trayectoria, pero seguramente por no saberlo Felipe VI ha dejado escapar una oportunidad de oro, como no tenga otra igual.

Sagaces personajes de nuestra historia supieron dar ejemplo en situaciones difíciles como el asedio de ciudades como Maastricht.
Sagaces personajes de nuestra historia supieron dar ejemplo en situaciones difíciles como el asedio de ciudades como Maastricht.
 
Me explico. De sobra es conocido que históricamente los reyes se han mantenido alejados de cualquier oficio digno de plebeyos, y de hacerlos siempre fueron como divertimento, Carlos IV hizo sus pinitos como relojero y su padre Carlos III como ebanista, pero pare usted de contar.
 
Esta tradición, moda, manía, vicio… o como quiera llamarse, no solo afectaba a los reyes, los siguientes estratos de la sociedad fueron cayendo en este terrible error hasta encontrar ejemplos ridículos como el del escudero que aparece en el Lazarillo de Tormes, que ocupando el ultimísimo escalafón de la aristocracia pretendía vivir sin más oficio que la pereza.
 
Sin embargo, esta holganza, que antes se justificaba con conceptos divinos y hoy se esconde entre la seguridad y el protocolo, fue cuestionada no pocas veces y desde un ámbito no muy lejano al rey. El mundo militar.
 
Lo vemos en La rendición de Bredá donde un aristócrata del más alto nivel (marqués, duque, Grande de España, caballero de Santiago…) dio ejemplo a sus hombres, manteniendo su tienda en el fragor de la batalla aunque les estuviesen cañoneando. Hablamos de Ambrosio de Spínola, un militar que trabajó con tal denuedo que fue encumbrado tanto como por Velázquez como por Calderón de la Barca, el cual, siendo testigo del asedio a la ciudad neerlandesa lo teatralizó en su obra El sitio de Breda.
 
Ambrosio de Spínola, detalle del cuadro “La rendición de Breda” de Velázquez.
Ambrosio de Spínola, detalle del cuadro “La rendición de Breda” de Velázquez.

Habrá quien piense que Calderón lo idealizó, pero es que el propio capellán castrense, Pedro de Bivero encontró en esos gestos la única explicación posible para las salvaciones milagrosas que había tenido Spínola, entre ellas cuando le rozó un “cañonaço de la villa que llevó el freno de la boca al Cavallo en que yva el Marqués”.
 
Más allá de la admiración que suscitase Spínola en Calderón de la Barca es muy probable que el dramaturgo conociese El asalto a Mastrique por el príncipe de Parma otra obra de teatro compuesta por Lope de Vega en 1616 aunque narra hechos acaecidos en 1579 cuando las tropas de Felipe II asediaron y derrotaron la ciudad de Maastricht.
 
Tanto Calderón de la Barca como Lope de Vega insistieron en la importancia de dar ejemplo.
Tanto Calderón de la Barca como Lope de Vega insistieron en la importancia de dar ejemplo.

El ataque a esta ciudad no fue nada fácil y por ello se prolongó durante casi cuatro meses, la única solución que encontró el comandante de los tercios españoles fue minar las defensas de la ciudad con túneles y trincheras. Al mando de los atacantes estaba Alejandro Farnesio, nieto de Carlos V y por lo tanto sobrino del rey de España en ese momento, de ahí que en su obra Lope lo encumbre al título de príncipe.
 
Alejandro Farnesio de adolescente, retratado muy posiblemente por la pintora Sofonisba Anguissola. National Gallery of Ireland.
Alejandro Farnesio de adolescente, retratado muy posiblemente por la pintora Sofonisba Anguissola. National Gallery of Ireland.
 
Pero lo cierto es que al igual que sucedió con Spínola, Alejandro Farnesio supo predicar con el ejemplo de ahí que el dramaturgo ponga en sus labios unos excelentes versos en los que echando mano del azadón, dice:

“No hay don Lope,
cosa que en la guerra no sea decente
al mismo General, si hacello importa.”


Ante la sorpresa de los presentes, Alejandro Farnesio termina exigiendo que le dejen cavar “yo he de ser de los primeros” porque “es justo a un justo príncipe”. Finalmente los aristócratas allí presentes piden azadones para seguir el ejemplo de su señor. Algo que advierte otro de los personajes, el capitán Perea, felicitando al príncipe por su buen gesto, no solo por solidarizarse como líder si no por dar ánimo a toda la tropa, concluyendo la escena con los versos en los que reconoce que:
 
“No quedará, señor, con este ejemplo
quien no venga a cavar trincheras.”