Si Práxedes Mateo Sagasta apareciera hoy en el hemiciclo del Congreso de los Diputados durante una sesión de control al Gobierno, ¿qué impresión se llevaría? Me temo que Sagasta, una de las más brillantes personalidades de la vida social y política del siglo XIX, sentiría bochorno por el destrozo de la oratoria de algunas de sus señorías, por la ausencia del ingenio que a él le caracterizaba y por la mentira soez que a menudo se manifiesta.
En el máximo órgano de representación del pueblo, la tarea de oposición se reduce a menudo al intento de articular la mayor ofensa. Todo lo contrario, a lo que personificaba Sagasta, capaz de realizar importantes obras de gobierno y que, como parlamentario, pronunció más de 2.500 electrizantes discursos que dejaron huella hasta el punto de que el Conde de Romanones llegara a decir: “a Cánovas se le admiraba, pero a Sagasta se le quería”.
De espíritu conciliador, el estadista vería hoy con preocupación los derroteros por los que circula cierta clase política a la derecha, que entiende los debates como una suerte de estocadas al Ejecutivo. Su capacidad como presidente del Gobierno de España para tender vías de encuentro fue aún más admirable ya que eran tiempos muy duros: Guerra de Cuba, sublevaciones, guerras carlistas, cantonalismo, caída de la monarquía de Amadeo de Saboya, primera República, sublevaciones militares…
Fue un espejo donde deberían mirarse quienes aspiran a gobernar dejando huella en la historia. ¿Pero, cómo comprender a quien fue sin duda el rey de la palabra? Su genialidad tuvo que ver con sus especiales características.
Resumimos en cinco claves su retrato.
Cinco claves para entender al rey de la palabra
Si algo apasionante tiene la historia del siglo XIX es que vemos a los hombres del pueblo llano alcanzando las más altas cotas del poder. Jamás en la historia se pensó que, al hijo de un carretero manchego, como fue Baldomero Espartero, se le acabase ofreciendo la corona de España. O que el hijo de un labrador segoviano, como fue Juan Martín Díez, acabase dirigiendo las tropas con el rango de general.
Para aquellos que no eran hijos de nobles, o de magnates (capaces de corromper el más alto estamento político), los accesos al poder eran principalmente dos: las armas y la iglesia. Por eso hoy nos ocupamos de una excepción. Un tipo que, gracias (entre otras cosas) a su dominio de la palabra, llegó a ser siete veces presidente del gobierno. Me refiero a Práxedes Mateo Sagasta.
Este ingeniero de caminos nacido en la Rioja, parecía no poder aspirar a mucho más que a eso, diseñar puentes, carreteras y vías del ferrocarril. Pero su vida no quedaría ahí, toda una serie de acontecimientos le hicieron, no solo alcanzar el poder, si no ver la vida desde una perspectiva muy singular. Lo cual, quizá explique la agilidad mental y las respuestas rápidas que hicieron que Sagasta ganase la admiración del hemiciclo.

El talento de Sagasta con la palabra le labró un hueco en los medios de comunicación de la época, primero como colaborador y luego como director del periódico La Iberia. (Sagasta a la izquierda junto con otros colaboradores de La Iberia)
1. Nunca olvidó sus orígenes.
Práxedes Mateo Sagasta nació en el seno de una familia de la baja hidalguía en Torrecilla en Cameros (La Rioja) y siempre tuvo presente esos orígenes humildes, lo que desterró de un plumazo el tono altivo que vemos en algunos políticos de la época, más bien empatizó siempre con los desfavorecidos. La prueba evidente de esa conciencia de clase la encontramos en 1903 cuando al fallecer, su hija Esperanza descubrió que entre los documentos de su padre había un sobre con 5 pesetas en el que se indicaba “por si me tengo que volver a mi pueblo”.
2. El rey de la lógica aplastante.
Los argumentos son, a veces, cuestionables por ello Sagasta se apoyó siempre en la lógica haciendo que sus intervenciones parlamentarias fueran sencillamente aplastantes. Así ocurrió en 1854, cuando un militar de la bancada contraria le criticó por ser ingeniero, llamándole el “diputadito del puente”. Ante semejante chulería el joven Sagasta respondió con lo que hoy diríamos un enorme “zasca”:
"El del puente" y a mucha honra! No llamarán a su señoría "El de las batallas", porque no ganó ninguna”.
Posiblemente el puente al que se refería el militar era el que Sagasta proyectó en la localidad zamorana de Fermoselle, pero no fue el único.
Su carrera como ingeniero de obras públicas revela varios aspectos de su personalidad muy interesantes, como, por ejemplo, la honestidad que demostró pidiendo que se le retirase el sueldo de ingeniero una vez que tomó posesión de su escaño. Sus argumentos nuevamente fueron aplastantes:
“desde el momento en el que uno no trabaja no debe tener sueldo. Esto señores no necesita demostración”

Desde joven Sagasta mostró un gran compromiso político, eso sumado a un extraordinario manejo de la palabra le convirtieron en todo un fenómeno parlamentario.
3. El humor como respuesta
En 1856 nos encontramos otra intervención que nos habla de su capacidad para la ironía hasta en las situaciones más adversas. En ese momento, las tropas O´Donell asediaron el Congreso de los Diputados rompiendo con un proyectil la claraboya del edificio. Para pasmo de todos los diputados Sagasta cogió un cascote y plantándolo encima del atril dijo “Señor presidente, ruego que conste en acta”.
Otro campo en el que brilló el humor de Sagasta fue el del periodismo. Así lo vemos cuando dirigía el periódico La Iberia, una publicación que sufrió todo tipo de ataques políticos y que lejos de ser vistos como un drama por Sagasta fueron explicados de este modo a Ruiz Zorrilla ¿quien era???
“No puedes imaginarte los buenos ratos que pasamos en la redacción, en medio de la persecución de la que es objeto La Iberia, riéndonos de los secuestros, de las denuncias, de los Consejos de Guerra y de tantas plagas con que estamos luchando desde que te marchaste. ¡Cuánto te echamos de menos! El día que no tenemos algún percance no dormimos con tranquilidad.”
4. Paradojas de la vida.
Cuando uno vive situaciones paradójicas su perspectiva se enriquece pudiendo conciliar varias posturas como así pasó con Sagasta, el cual vivió situaciones tan sorprendentes como casarse más tarde que su hijo y haber recibido de regalo un esclavo tras haber abolido la esclavitud.
La explicación de ambas es sencilla. La primera es que Sagasta se fue a enamorar de Ángela Vidal Herrero, una chica que había sido casada siendo una adolescente y hasta que ella no enviudó no pudieron casarse.
Mientras tanto tuvieron un hijo, José, quién acabó casándose en 1883, es decir 2 años antes que sus propios padres.
Respecto al esclavo tiene su explicación en un viaje diplomático a Túnez, donde le obsequiaron con un muchacho al que los documentos llaman “el morito de Túnez”. Sagasta, que había formado parte del gobierno progresista que abolió la esclavitud, no tuvo más remedio que traerlo a España donde financió la educación del joven hasta que fue mayor de edad.

Sagasta y su hijo José
5. El cristianismo como consuelo.
Los liberales más radicales fueron en muchos casos anticlericales achacando la inutilidad de la Iglesia. Sagasta, sin embargo, tuvo una opinión muy diferente, la prueba más notable es que antepuso su cristianismo a la masonería, rechazando su alta graduación masónica porque el papa había declarado incompatible ser masón y cristiano. Esta proximidad con la Iglesia ocurrió especialmente al final de su vida, posiblemente porque Sagasta vivió la muerte de dos de sus tres hijos, su mujer e incluso una nieta. Dramas familiares en los que el consuelo que ofrecía la Iglesia se volvía imprescindible.
De hecho, durante un tiempo se le apodó como “el viejo pastor” por saber guiar al “rebaño” de las Cortes, pero también le podríamos considerar un pontífice en el sentido literal de la palabra (constructor de puentes), ya que al igual que en 1853 encontró la solución perfecta para construir un puente que aunase las cuatro orillas de los ríos Arlanza y Arlanzón, en el Congreso destacó por tender “puentes” entre las más diferentes orillas ideológicas.
Su retranca e ingenio en el periodismo aparece también en política donde su agilidad de palabra le proporcionó intervenciones más parecidas a titulares de prensa que las habituales peroratas de sus compañeros. El ejemplo más sencillo es su réplica a la oposición cuando dijo: “Ya que gobernamos mal, por lo menos gobernaremos barato”
Algunos libros de historia parecen recordarle negativamente solo por el bipartidismo y el desastre del 98, pero, como vemos, sus méritos políticos siguen en pleno vigor pues entonces, como ahora, se hacía indispensable armarse de ingenio para buscar la cohesión y la sensatez que en tantas ocasiones adolece el hemiciclo.

En su entierro Sagasta recibió honores de capitán general y en vida fue uno de los políticos más galardonados internacionalmente con condecoraciones en China, Brasil, Austria o Suecia, entre otros muchos países.