En la historia tenemos numerosos ejemplos de cómo más que las guerras, las catástrofes o las crisis, el peor peligro de una sociedad ha sido precisamente su gobernante. Ineptos, corruptos, irresponsables o sencillamente trastornados por el poder vejaron a sus propios súbditos hasta límites insospechados.

Desde la antigüedad la población ha tenido que sufrir el ataque directo de sus malos gobernantes.
 

Teniendo en cuenta que la moral y la justicia han cambiado a lo largo de la historia, es difícil emitir juicios de valor hacia personajes históricos, sin embargo hay fechorías que dejan poco lugar a la duda. Muestra de ello, es que muchas de estas barbaridades fueron reprobadas en el momento mismo en el que se cometieron.
Herodes el Grande es un buen ejemplo. Este monarca bíblico nunca mató a los santos inocentes de Belén, pero si utilizó el terror como herramienta política contra los judíos, el ejemplo más sencillo lo cuenta Flavio Josefo cuando explica cómo poco antes de fallecer, Herodes, tenía planeada una masacre de centenares de asistentes al anfiteatro de Jericó con el único fin de que la muerte regia estuviese acompañada del verdadero dolor de sus súbditos.

Más cercanos en el tiempo, los monarcas medievales, también dieron muestras de una maldad intrínseca, tal es el caso de Carlos II de Navarra, cuyas salvajadas (perfectamente contrastadas) le valieron el mote de “el malo”, pues sus continuas intrigas, asesinatos y traiciones evidencian las desmedidas ansias de poder de este monarca, al cual, no le importó lo más mínimo llevar a cabo una brutal represión contra los campesinos en la conocida Grande Jacquerie de 1358.

Dentro de las brutalidades de los reyes del medievo destacan las fechorías de Carlos II de Navarra, traidor de reyes y tirano de vasallos. En esta escena, la matanza de los campesinos de La Grande Jacquerie.
 

Pero no creamos que solo los grandes reyes han cometido desmanes, hay personajes que con un mínimo de poder ya les es suficiente para abusar de la población. Tal es el caso de Gabriel de Ureña, un capitán de los duques de Medinacelli, al que allá por el siglo XV se le encomendó la tarea de reparar el diminuto castillo de Establés (en la actual provincia de Guadalajara). Una excusa perfecta con la que el déspota capitán se ensañó con la población local e incluso los transeúntes de los caminos. Así lo dejó escrito el cronista de Molina de Aragón:

"Quedó fama de las muchas tiranías que usaba para edificarlo, porque las piedras y vigas que le parecían buenas para su castillo las tomaba de las casas de los labradores y siendo necesario para esto les derribaba las casas y salía a los caminos, y a los pasajeros les quitaba las bestias para llevar los materiales a su castillo y les tomaba los bueyes de labor por fuerza para esto y a muchos los mataba y aforraba las puertas con los cueros".

Aunque no queda claro si el cuero empleado para forrar las puertas del Castillo de Establés (Guadalajara) era el de los bueyes o el de los campesinos, los desmanes cometidos por el señor de esta fortaleza hace que se le conozca como “el castillo de la mala sombra".

Da igual, que hablemos de la Antigüedad, la Edad Media o incluso la Edad Contemporánea porque si hablamos del inicio de esa etapa nos encontraremos precisamente en Madrid con los desmanes que sufrió la población madrileña por parte de su gobernador, Joachim Murat.
Al cuñadísimo de Napoleón no le tembló el pulso para reprimir con ferocidad el alzamiento del 2 de mayo. Y no solo llevando a cabo juicios sumarísimos y brutales fusilamientos, también impidió la sepultura de los ejecutados hasta pasados dos días para acrecentar así el daño psicológico de los madrileños que gobernaba.

El general Murat. Ascendió gracias a los enchufes familiares, demostró su ineptitud gobernando Madrid y acabó masacrando a la población madrileña utilizando los cadáveres como arma política.