En estas épocas del año, la naturaleza nos muestra el curioso espectáculo de la berrea, un ritual propio de montes y riscos y que según parece se ha trasladado a los colegios mayores de Madrid.

Como era de esperar, esta metamorfosis de homínidos a cérvidos, nunca vista desde tiempos de Acteón, ha generado la preocupación de distintos sectores de la población pero sorprendentemente entre las alumnas aludidas hay quién ha justificado este comportamiento con un lamentable argumento: La tradición ¿Pero qué es realmente la tradición? ¿Y qué valor legitimador tiene?

En el mundo taurino se emplea para justificar el maltrato animal, en otros países para aceptar la mutilación genital femenina e incluso la condena a muerte. Es por ello, que para dejar de utilizar de una vez por todas la tradición como argumento torticero vamos a hacer un repaso por las barrabasadas que nuestra sociedad normalizó… porque eran tradición.

Tratar a los negros como animales

Como desde tiempos bíblicos se justificaba que el destino de los negros era ser esclavos de los blancos, se hizo uso de esta tradición para tratarlos como animales, hasta tal punto y hasta tal fecha que en los periódicos cubanos del siglo XIX se podían leer anuncios como este sobre venta de esclavos junto a anuncios sobre venta de caballos.

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Vender personas en el periódico estaba plenamente normalizado en el siglo XIX.

Esta salvajada no se veía mal porque el primer racista era el presidente del gobierno Antonio Cánovas del Castillo, seguido por su hermano José Cánovas del Castillo (director general de Hacienda) y Francisco Romero (ministro de fomento) quienes consideraban a los negros seres humanos de segunda y de los que poderse lucrar con los chanchullos económicos que estos políticos tenían con los negreros.

Matar a las mujeres infieles

Por supuesto, no podía faltar otro clásico de la tradición, el machismo. Desde la Grecia y la Roma clásica hay constancia de la desigualdad de hombres y mujeres ante la ley. El mismo comportamiento en un matrimonio podía ser delito si lo cometía la mujer y un derecho si lo perpetraba el hombre. Tal es el caso de la infidelidad que en el caso del hombre era incluso alabada mientras que en las mujeres era una condena directa a la muerte.
Esta injusticia estuvo recogida en el código penal de 1870, hasta que en 1932 y tras varios titubeos se eliminó de raíz. Pero, como algún historiador lo ha considerado, la reforma del código penal de 1944 supuso una “vuelta a la barbarie ancestral” y el gobierno de Franco normalizó matar esposas infieles hasta 1963.

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Hasta el año 1963 el hombre que asesinaba a su esposa infiel ni siquiera recibía penas de cárcel, tan solo el destierro

Los niños no son personas

Si las cosas han de ser como fueron hace siglos deberíamos ir olvidándonos del estatus jurídico de los niños, pues a pesar de que en el mundo romano los niños tenían ciertos derechos, incluso antes de nacer (por ejemplo, el emperador Adriano estipuló que aquellas mujeres embarazadas que hubiesen sido condenadas a muerte no podían ser ejecutadas hasta que naciese el bebé). Ese estatus desapareció en el cristianismo si el niño moría sin ser bautizado. Esta aberración jurídica estuvo presente por ejemplo en la Comunidad de Madrid durante el franquismo en el que los niños sin bautizar no tenían derecho a la sepultura en los cementerios.

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El poder omnímodo del pater familias permitía al patriarca vender a sus propios hijos como esclavos (Fuente: https://www.metmuseum.org/art/collection/search/322375)

El canibalismo

Por último y puestos ha justificar atrocidades, si la tradición y la antigüedad legitima podríamos volver a ensalzar el ancestral canibalismo del que buena muestra nos han dejado nuestros restos paleolíticos.

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Yacimientos como Atapuerca o la Cueva de El Toro (Benalmádena) ponen de manifiesto que comerse unos a otros fue el menú de nuestros antepasados. Ilustración de Arturo Asensio Moruno

Una tradición esta última que podría cerrar el círculo. Porque si aquellos que justifican las barbaridades con la tradición, retomasen esta antiquísima costumbre de devorase unos a otros, seguirían con la tradición al tiempo que facilitarían las cosas para dejarnos al resto un mundo mejor.