La sensación, de puertas para afuera, es que Junts no está preparado para un paso al lado de Carles Puigdemont. Sí. Cuando anunció su candidatura, el expresident insinuó que abandonaría la política si no lograba su restitución. Las urnas se lo han puesto verdaderamente difícil, mientras en el seno del partido se mueven dos corrientes diametralmente opuestas. Ambas, condicionadas a lo que ocurra en la futura sesión de investidura. En caso de bautismo de Salvador Illa como nuevo Molt Honorable, hay quien opta por encasillar a su líder espiritual en la cúspide del partido, plenipotenciario a nivel orgánico y renunciando al plano parlamentario. La otra, en cambio, se mueve a golpe de maniobra en la oscuridad para forzar una repetición electoral que revitalice la papeleta neoconvergente en el espectro independentista.
Voces respetadas en la formación soberanista son clarividentes a la hora de despachar el futuro de Carles Puigdemont. Xavier Trias, concejal del Ayuntamiento de Barcelona, es uno de ellos. Hace una semana, en una entrevista concedida a Punt Avui, espetó que Junts no podía permitirse el lujo de perder el liderazgo del expresident. Una frase que sirvió como prólogo de un debate sobre el futuro de la fuerza hegemónica independentista y la supervivencia a su híper liderazgo, enterrada entre el recuerdo de su último amago de despedida; que a la postre supuso una caída total en las encuestas que no se revitalizó hasta que volvió a la sala de máquinas neoconvergente.
Puigdemont es preso de sus propias palabras. ¿Enmarcadas en campaña electoral? Sí, pero la hemeroteca moderna -X, antes Twitter- no entiende de contextos y su “tiene poco sentido que me dedique a hacer de jefe de la oposición” aún resuena entre las paredes de Junts. Fue más una confirmación, una suerte de ultimátum para aglutinar el voto independentista y ser restituido del lugar que le alejó el 155 y su previa huida hacia adelante para conseguir el sueño catalán. Ahora, ese compromiso, con el Parlament en una aritmética complicada, no sólo está en el aire sino que es un problema para su formación, donde conviven dos filosofías contrapuestas.
Por un lado, está la facción mayoritaria; la que entiende que no toca hablar de líneas sucesorias sino de proyecto de país. Concretamente de no entregarlo al PSC de Salvador Illa con facilidad. Esta ala despeja con el virtuosismo de un central expeditivo el balón de la despedida de Puigdemont. No es el momento. Asumen que la presidencia de la Generalitat se les puede haber escapado, pero aún creen en la repetición electoral como arma secreta para restituir a su líder de sus funciones previas a octubre de 2017
Una baza que les permitiría bifurcar el camino hacia el Palau de la Generalitat: o el Estado (Salvador Illa) o el pueblo de Catalunya (Puigdemont). Reafirmar a Junts como voto útil para la ensoñación independentista y potenciar el descalabro de una Esquerra en plena resignificación. Con la amnistía amarrada, según eldiario.es, hay voces en el aparato neoconvergente que ven difícil que el PSC acentúe el debate con la “españolización” de la pasada campaña electoral, asumiendo la tesis de que el varapalo soberanista del 12M fue circunstancial y no estructural. Incluso hay quien tienta a sus colegas republicanos con reeditar la confluencia del 2015 (Junts Pel Sí), con la condición sine qua non de torpedear la investidura del candidato socialista.
¿Y si fracasan las maniobras?
Si los planes para bloquear la investidura fracasan y ERC acaba por ceder sus veinte escaños a Illa, aparece la salida de emergencia. Una opción que también sopesan en el núcleo de la formación y pasaría por aupar a Carles Puigdemont a la cúspide más alta de Junts eximiéndole de las responsabilidades de la oposición parlamentaria. Es decir, convertir al Molt Honorable en una suerte de Xabier Arzalluz catalán, según publica El Confidencial. Si bien el expresident remarcó que no se veía en política si no era desde el Palau de la Generalitat, hay pesos pesados como Trias que apuestan por retenerlo en el plano orgánico y que capitanee la consolidación de un proyecto en pleno proceso de maduración y que nada tiene que ver con aquella estructura transversal del 2017.
Su entorno más leal intenta atar en corto al líder, convencerle de que lo mejor para todos no es un adiós, sino ungirle con las máximas responsabilidades orgánicas. Una jubilación dorada con un sueldo de 90.000 euros al año por presidir Junts Per Catalunya. De este modo, cumpliría con la promesa de abandonar la primera línea y renunciar al acta de diputado en el Parlament, mientras se mantiene como pope perenne del espacio convergente. Hasta el momento, cabe recordar que Puigdemont no ostenta cargo oficial en el partido, a pesar de mantener intacto su mando en plaza.
Según estas informaciones, el expresident ya habría recibido la oferta del retiro, pero no de muy buen grado. Siempre ha evitado la vida política orgánica. La operación la capitaliza su propio núcleo duro, como garante del puigdemontismo. La idea que manejan Albert Batet, Jordi Turull, Xavier Trias, Miriam Nogueras y Josep Rius es convertirle en un Xabier Arzalluz catalán, controlando, como hacía el fallecido líder del PNV en Euskadi, toda la política en Cataluña desde la cúspide del principal partido de la oposición. Sin embargo, su temperamento poco -o más bien nada- tiene que ver con el histórico jeltzale.
El mandato del 1O, aparcado
En caso de aceptar, el partido entraría en un tiempo nuevo. La tesis de activar en cualquier momento la declaración unilateral de independencia (DUI) se ha diluido por completo. Está en stand by. Al menos por el momento. Su principal valedora, Laura Borràs, ha perdido peso específico en la estructura del partido, contando con tan sólo un partidario en la lista de Junts para el Parlament del pasado 12M. Entre las bases de la fuerza soberanista, ocurre lo mismo, máxime tras la integración de militantes del antiguo PDeCAT en las municipales del 28M.
A la renuncia de la unilateralidad momentánea, se le suma también la necesidad de un relevo pausado y sin estridencias; que permita, a la postre, entregar el testigo al futuro sucesor. Entre la terna de candidatables emergen los principales impulsores de esta iniciativa, con Jordi Turull a la cabeza. Sin embargo, el secretario general está maniatado por la inhabilitación, por lo que aparecen otras figuras de calado como Josep Rull; el exconseller que sustituyó al expresident en los debates electorales y número tres en la candidatura neoconvergente. En cualquier caso, la pelota está y estará en el tejado de Puigdemont, dependiendo de lo que ocurra en la investidura y la problemática que pueda suponer la amnistía, cuyo regreso está cada vez más en el aire.
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