El por desgracia presidente de la Generalitat Quim Torra se supera día a día. Lo hace, de manera especial, en irresponsabilidad política y en su incapacidad no ya para gobernar sino simplemente para gestionar con un mínimo de eficacia y rigor las importantes competencias que tiene bajo el control de su gobierno, y por tanto con las cuantiosas dotaciones presupuestarias de que dispone para ello. Lo hace también porque demuestra una indigencia mental preocupante y una tendencia cada vez más alarmante a haber renunciado al ejercicio de la autoridad democrática que corresponde al importante cargo institucional que ocupa -es, aunque se haya olvidado de ello, el máximo representante del Estado en Cataluña. Más aún, la incontinencia verbal de Quim Torra le lleva a comportarse con unos niveles de desfachatez y sinvergonzonería que solo son propios de un activista extremista e inconsciente, pero que deshonran a la Generalitat.
La por ahora última demostración de todo cuanto he expuesto es la insólita reacción de Quim Torra a la serena y muy mesurada interpelación que el líder del PSC, Miquel Iceta, le ha planteado en el pleno del Parlamento de Cataluña sobre el amenazador ultimátum lanzado por los infames cachorros de los CDR: “independencia o barbarie”. Iceta instaba a Torra a defender los intereses y la imagen de Cataluña después del gran número de incidentes violentos de todo tipo que se han producido en diversos puntos del territorio catalán, en especial en el punto fronterizo de La Jonquera, con importantes pérdidas económicas -Iceta las ha cifrado en 15 millones diarios- y problemas muy graves para gran número de personas afectadas por estos prolongados cortes de autopistas y carreteras. “¿Su simpatía por los sectores radicales le impide garantizar los intereses de Cataluña?”, le ha preguntado Iceta a Torra, invitándole a dimitir si no es capaz de controlar a los violentos.
La simpleza de la respuesta de Torra le define y le retrata, tanto a nivel político e ideológico como personalmente. Se ha limitado a decir que “el problema de Cataluña sigue siendo el conflicto político”, para arremeter una vez más con sus soflamas antiespañolistas: “Es la imagen de España y la repetición de elecciones la que está en juego”. Poco después, en otra intervención Torra ha ido incluso más allá al criticar “el blanqueamiento del fascismo”, añadiendo que este es el principal problema que tiene España.
¿Cómo ha podido llegar Cataluña hasta aquí? ¿Tan poco perspicaz es Torra que ignora que el espectacular crecimiento electoral de Vox se explica en gran parte como reacción a las actuaciones cada vez más agresivas y violentas de los CDR, del nuevo Tsunami Democràtic y de otros grupos extremistas como Arran? ¿Tan fanático es Torra que es incapaz de comprender que tanto él como otros dirigentes separatistas “blanquean el fascismo”, no el de Vox sino el de sus activistas más violentos, que nos están imponiendo ya, al conjunto de los ciudadanos de Cataluña, la barbarie independentista? Porque en realidad no se trata ni tan siquiera de un ya de por sí inadmisible ultimátum amenazante, en el que se nos diese a escoger entre “independencia o barbarie”. En puridad, se nos impone por la fuerza bruta la barbarie. Sí, barbarie. Independentista, pero barbarie. Barbarie independentista. ¿Lo entiende, señor Torra? ¿Esto no es fascismo, señor Torra? ¿O lo que en verdad sucede es que a usted, señor Torra, ferviente seguidor de fascistas catalanes como Daniel Cardona, los hermanos Miquel y Josep Badia, o Josep Dencàs, considera que el fascismo catalán es bueno y digno de elogio, por el simple hecho de ser catalán? ¿Blanquea usted, señor Torra, la barbarie independentista del nuevo fascismo catalán?