El 10 de marzo los socialistas presentaban una moción de censura en Murcia que fracasó estrepitosamente por la compra de voluntades por parte del Partido Popular.

Ese mismo día, Isabel Díaz Ayuso convocaba elecciones anticipadas en Madrid, saldadas con una rotunda victoria y uno de los mayores fracasos sufridos por un PSOE de Madrid cuyo historial de fracasos no es precisamente despreciable.

El 22 de marzo, los socialistas presentaban en Castilla y León otra moción de censura que, aunque con menos estrépito que en Murcia, también fracasó.

Dos semanas más tarde, el 7 de abril, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunciaba el punto y final del estado de alarma para este domingo 9 de mayo: una decisión en apariencia poco madurada que ni la Moncloa ni Ferraz han sabido explicar, que muchos ciudadanos siguen sin entender y que varias comunidades autónomas gobernadas por socialistas o socios parlamentarios de Sánchez rechazaron del plano, temerosas de quedarse sin cobertura legal para combatir la pandemia.

Los idus de mayo

Pero lo peor quedaba reservado para mayo. El funesto 4-M le mostraba a Pedro Sánchez cómo perder unas elecciones sin haberse presentado a ellas. La derecha tiene buenos motivos para sentirse eufórica. Isabel Díaz Ayuso no ha derrotado a Ángel Gabilondo sino a Pedro Sánchez: en las elecciones madrileñas el candidato socialista era la anécdota y el presidente del Gobierno la categoría.

Pocos socialistas verbalizan la dolorosa evidencia del alcance nacional del 4-M, del cual es responsable Pedro Sánchez pero no solo él, pues al saltar el vicepresidente de su Gobierno Pablo Iglesias al terreno de juego, el partido de segunda división que solían ser las elecciones autonómicas se convertía en un partidazo de la división de honor que, forzando mucho las cosas, Génova se ha apresurado a identificar como una final de la Champions.

Tras el vibrante derbi madrileño del 4 de mayo, el PSOE no ha perdido la Liga, como proclama una y otra vez el PP, pero ha dejado de ser el favorito indiscutible para ganarla.

Ebullición en Andalucía

Con las dimisiones del secretario general José Manuel Franco y del candidato Ángel Gabilondo, el socialismo madrileño ha entrado en coma. Al mismo tiempo, el socialismo andaluz entra en ebullición, tensionado ante la perspectiva de unas primarias adelantadas a junio que guardarán un inesperado parecido con las autonómicas de Madrid: si gana Susana Díaz frente a Juan Espadas -y desde hace un lustro todo es posible en el PSOE-, el verdadero perdedor habrá sido… Pedro Sánchez.   

El presidente se asemeja hoy a ese jugador de fútbol que, tras chocar con un contrario, empieza a trastabillarse y, durante unos segundos que al hincha se le hacen eternos, no es posible saber si caerá al suelo o si logrará mantenerse en pie, recomponer la figura y controlar de nuevo el balón para culminar el ataque de su equipo.

Pedro ha tropezado en Madrid, su esbelta figura se tambalea sobre el césped pero no ha caído de bruces sobre él. Es pronto para saber si caerá, ya que lo que en un estadio se resuelve en unos pocos segundos, en el terreno de juego de la política tarda semanas o meses.

César o nada

En una documentada crónica política sobre la resaca del 4-M, el periodista José Marco escribe que, en la reunión de la Ejecutiva Federal que analizó el desastre de Madrid, Pedro Sánchez asumió la responsabilidad de “todo lo que acontezca en la federación” [socialista madrileña], pero, añade la información, “las escasas críticas que hubo a la campaña y a la oposición sin pegada de Gabilondo a la gestión de Isabel Díaz Ayuso fueron severamente contestadas por Sánchez”.

Retenga en su memoria el improbable lector el adverbio ‘severamente’, que remite con elegancia al pronunciadísimo desequilibrio orgánico derivado de las primarias de 2017 que ungieron a Pedro Sánchez como líder indiscutible primero e indiscutido después del Partido Socialista y desactivaron las instancias intermedias de la organización, concebidas precisamente para servir de contrapeso al cesarismo que amenaza siempre a todo partido que contra pronóstico conquista el poder merced a la audacia personal, el talento estratégico o el don de la oportunidad de su líder.

Son muchas las razones, y politólogos y expertos en demoscopia están todavía dilucidándolas, que explicarían la derrota doblemente humillante del PSOE en Madrid -humillante por haber quedado por detrás de un partidito como Más País y humillante por haber sucumbido ante esa suerte de Belén Esteban de la política española que es Isabel Díaz Ayuso-, pero la lectura del resultado es inequívoca: el PSOE de Pedro Sánchez está perdiendo electores por su flanco derecho pero no los está ganando por el izquierdo. El 4-M ha sido una derrota y un aviso.

Un error fatídico

Tras el inconcebible suicidio del partido de Rivera (aunque no del propio Rivera, je, je), afiliados y simpatizantes socialistas perdonaron a Pedro el fatídico error de cálculo que le llevó a repetir en noviembre de 2019 las elecciones que siete meses antes obligaban al PSOE a coaligarse con Unidas Podemos, sí, pero no a pactar también con Esquerra Republicana de Catalunya y mucho menos a amigarse con una formación políticamente deletérea para el Partido Socialista como Bildu.

Hoy, sin embargo, buena parte de los votantes de 2019 temen que haya sido demasiado alto el precio pagado por el Partido Socialista para hacer presidente del Gobierno a su secretario general. Lo ocurrido en Madrid es un síntoma de ese temor.