Los datos objetivos, inapelables, que figuran en toda la prensa internacional y en todos los despachos de gobiernos e inversores son:

1) España, por primera vez en la historia, lleva una semana con la prima de riesgo por encima de los 500 puntos básicos.

2) La bolsa española se ha hundido a niveles inimaginables, hace semanas se perdió la barrera sicológica de los 6.800 puntos. Celebrar que el Ibex recupere los 6.200 es surrealista.

3) La fuga de capitales de España marca records históricos. Casi cien mil millones de euros en el primer trimestre del año según el Banco de España.

4) Por primera vez desde que estalló la crisis este mes de mayo, y con Rajoy cumpliendo seis meses en Las Moncloa, se habla abiertamente de la intervención de la economía española. Se acabó el tabú de que España es demasiado grande para caer.

5) La gestión de crisis de Bankia, imputable únicamente al PP, ha sido criticada unánimente. Por primera vez el Presidente del Banco Central Europeo abronca con inusitada dureza a un gobierno europeo públicamente, el español, y dice que la gestión de la crisis de Bankia "no se pudo hacer peor".

La vicepresidenta contra los números
Como los cinco puntos anteriores son indiscutibles, inapelables son también las conclusiones:

1) La prima de riesgo está disparada porque los inversores internacionales no confían en que España pueda pagar para financiarse por sí misma.

2) La fuga de capitales es el mayor indicador de la desconfianza en un país, si el dinero se va es porque no se confía en las posibilidades de ese país de salir adelante. Ni se confía en que el Gobierno pueda arreglarlo.

La situación española preocupa tanto que, por primera vez en la historia, las siete grandes potencias económicas mundiales englobadas en el G-7 han convocado una reunión extraordinaria, alarmados por la gravedad de la crisis financiera española. La reunión por videoconferencia se ha convocado para hoy, justo el día en que Soraya Sáenz de Santamaría ha afirmado que "empiezan a reconocerse los esfuerzos de España por el mundo". Si esto fuera verdad ¿a que viene la reunión de urgencia del G-7?.

Montoro también niega la realidad
Si la Vicepresidenta ha sorprendido por su ataque de optimismo, el ministro de Hacienda no deja de sorprender por su empeño en contradecir a todo el mundo mundial: a los mercados, a Bruselas, a Alemania y a toda la prensa internacional. Montoro dijo el paso viernes, en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros, que a nadie le interesa que España caiga si nuestros deudores quieren cobrar. O bien el ministro no conoce la diferencia entre intervención y quiebra (default), o lo confunde intencionadamente porque la inmensa mayoría de los españoles no son expertos económicos.

La intervención significa que España reconoce públicamente que no puede financiarse y solicita dinero al Fondo Monetario Internacional y a la Unión Europea. A cambio, los técnicos pasan a mandar en España y deciden los recortes. La información publicada la pasada semana en el Wall Street Journal de que el FMI ya estaba trabajando en el rescate de España hizo subir la bolsa de Nueva York. ¿Por qué? Porque la inyección de un dinero que no tenemos es la garantía de que nuestros acreedores van a cobrar. Es decir, con el país intervenido los acreedores saben que van a cobrar, aunque haya quita de parte  la deuda.

El "default" o la declaración de quiebra es otra cosa, en castellano simple consiste en que un país se declara en quiebra y anuncia que no pagará sus deudas. Eso supondría la salida de España del Euro y esto sí que es muy improbable.

Montoro ha vuelto a repetir hoy que España "no puede ser técnicamente objeto de un rescate". Eso sí, ha metido el matiz de "técnicamente" porque Montoro sabe que necesitaremos ayuda, o sea rescate, para nuestros bancos. La estrategia del Gobierno es esa, pelear porque solo se rescaten nuestros bancos, nos libraremos así del estigma y la humillación de pertencer al club de países rescatados. Es la única estrategia que nos queda y el Gobierno debe pelear por ella. Pero Montoro y Soraya deberían dejar de decir tonterías.