Sin atrezzo, pero con medidas. Desde el principio, las portavoces de los principales partidos del arco parlamentario han lanzado un sinfín de anuncios programáticos en materia económica (alquileres, pensiones, cuota de autónomos, SMI…) y social (violencia de género, feminismo, sanidad, educación…).

La importancia de la cita era contrastada. El miedo a la abstención ha acentuado que las dirigentes hoy citadas en este debate definitivo realizaran un esfuerzo ímprobo por prepararse concienzudamente para esta contienda dialógica. La batalla de la democracia encarnada por cinco mujeres, que, de forma sosegada y sin el histrionismo de sus compañeros en citas previas han dado un repaso argumental a sus predecesores.

A tres días de volver a pasar por las urnas, cuarta vez en cuatro años para desesperación del elector, los bloques se han movido y las invitaciones se han sucedido. María Jesús Montero, ministra de Hacienda en funciones y portavoz socialista en este nuevo debate, ha tendido la mano a un acuerdo con Unidas Podemos a los dos minutos de arrancar, mostrando un posicionamiento mucho más claro que el alumbrado por su candidato a lo largo de esta campaña exprés. “Sé que no piensas buena parte de lo que dice Pedro Sánchez”, ha lamentado Irene Montero, mandando un agradecimiento envenenado tiempo después.

El bloque económico ha estado plagado de medidas sociales y liberales. Alejada de la buena praxis de sus homólogos, Rocío Monasterio ha mostrado sus carencias, basando toda su hoja de ruta en reducir la administración y embarrar el alto nivel de sus adversarias hablando de crímenes selectivos, inseguridad autoinfligida y “medios progres” a los que su partido no garantiza el derecho a la información.  

La extrema derecha ha quedado señalada este jueves. Tres debates eran los que se habían producido con anterioridad y, hasta ahora, nunca se habían interpelado de forma tan cortante los argumentos ultras (pocos y repetitivos) vertidos por Rocío Monasterio, que ha experimentado como su sonrisa retadora degeneraba en el mismo rictus desnortado que se le quedó cuando una vecina del barrio de Hortaleza le pidió que dejara de señalar a niños extranjeros para darse golpes de españolidad en el pecho.

Españolidad también defendida por Inés Arrimadas hasta la extenuación, subiéndose al carro de la ilegalización de partidos como ya hiciera de forma previa la extrema derecha española: “La supervivencia de España está en peligro”.

Y probablemente no le falte razón. Peligro ante Otegi, Torra, Sánchez o el comunismo para algunos. Peligro a la extrema derecha, al silencio cómplice de Ciudadanos y PP o a la vuelta al ruedo de ideales caducos y legados de la etapa más ominosa de nuestro país para otros.

Se acabaron los debates. Fijadas las posiciones, el próximo minuto de oro será el de cada votante.