El período de reflexión abierto en Barcelona para que los diferentes actores evalúen las consecuencias de sus opciones tiene dos referencias básicas: la alcaldía y las elecciones autonómicas post sentencia del Procés. Además de la afectaciones políticas específicas de cada una de las partes implicadas, desde el futuro de los Comunes tras la eventual pérdida del gobierno municipal a las perspectivas personales del veterano Ernest Maragall de no acceder a la alcaldía. La intempestiva irrupción de Manuel Valls en la política catalana, después de nueve meses de haberse instalado en Barcelona, ha modificado el guion de la noche electoral, pero las cábalas son posibles gracias a la predisposición del PSC a pactar de nuevo con Colau.

Las negociaciones entre ERC y Barcelona en Comú siguen su curso, sabiendo que ambas partes tienen un plan B. Maragall, esperar que nada cuaje en su contra y acceder a la alcaldía como candidato más votado; Colau, consciente de que existen 14 concejales (8 del PSC y 6 de Valls) esperando la oportunidad de apostar por ella, los socialistas para gobernar y los votos de Valls como el mal menor frente a los independentistas. Mientras, los republicanos creen “inverosímil” que Valls vaya a decantar la partida y los comunes se hacen los “sorprendidos” por la iniciativa del ex socialista y ex primer ministro francés. Unos y otros saben que cualquier resolución tendrá sus costes.

Ada Colau, recién resucitada del golpe electoral, tiene una propuesta clásica: la izquierda suma 28 concejales de 41 y debe gobernar, obviando líneas rojas de carácter nacionalista o constitucionalista porque siempre se ha definido como contraria a los bloques. El paradigma de Ernest Maragall es otro, la línea divisoria del 155 no se puede cruzar, el independentismo de ERC y JxCat suma 25 con el soberanismo de los Comunes, repartidos entre independentistas y federalistas, y desaprovechar esta oportunidad sería un desastre.

La dificultad de la opción A de Colau radica en que ERC no quiere al PSC y el PSC no quiere a ERC para llegar a 28. La primera oferta de Maragall tiene un obstáculo aparentemente insalvable, Colau no admite a JxCat para alcanzar los 25. El resultado de tanto veto es que nadie puede aspirar a la mayoría, excepto el plan B de Colau, el de la “inverosímil sorpresa”.

 ¿Cuánto tardará Maragall en abandonar su compromiso con JxCat para plantear a Colau un gobierno ERC-Comunes? Este movimiento tiene muchos adeptos pero no tiene garantías de éxito, dado que depende de la renuncia de Colau a su bandera del tripartito de izquierdas. Sin embargo, su sola formulación pondría en ebullición la crisis pública en el gobierno de Torra. La crisis gubernamental entre ERC y JxCat se viene cocinando desde hace tiempo, aunque de momento, con el calendario pendiente de la sentencia del Tribunal Supremo, nadie tiene prisa.

De hecho, los republicanos ni tan solo tienen candidato. El diputado Gabriel Rufián ha insinuado el nombre de Joan Tardà, para enfriar un poco la rivalidad entre Roger Torrent y Pere Aragonés para suceder a Junqueras, muy probablemente inhabilitado para cuando lleguen los comicios catalanes.

Ambos grupos se toleran las críticas del estilo “todo hubiera ido mejor” si el presidente del Parlament, Roger Torrent no hubiera impedido la investidura de Puigdemont, como dejó escrito Jordi Sánchez en su carta de renuncia al escaño en la cámara catalana para asumir su acta de diputado en el Congreso, de momento en suspensión. Pero pasar de las palabras a los hechos, podría ser definitivo; de entrada confirmaría la sospecha de JxCat de que Maragall es más de izquierdas que independentista y que ERC se ha moderado tanto como para traicionar a la causa por una alcaldía, aunque sea la de Barcelona.

Por parte de Colau no es menos complicado. Si pierde la alcaldía, aun gobernando solo con ERC, se ensombrecería el futuro inmediato de los Comunes como partido, muy circunscrito a Barcelona, y su propia figura quedaría en tierra de nadie, tal vez al albur de una oportunidad en la política española. Si entra en un tripartito independentista, el PSC lo celebrará por todo lo alto, esperando pasarle factura por su alineamiento en el bloque republicano en las próximas elecciones autonómicas. Si acepta con la mayor de las pasividades el regalo de Valls y se pone a gobernar con los socialistas, el acoso al que será sometido por los círculos independentistas será mayúsculo, probablemente también deberá afrontar resistencias internas en los Comunes y cierto desgaste electoral para beneficiar a ERC y la CUP.

La negociación todavía no ha llegado a la etapa de las renuncias para allanar el camino a los posibles pactos. Ni tampoco a la idea de la alcaldía compartida en mandatos de dos años, una fórmula cuyo inconveniente principal es que es muy sencilla de poner en marcha, eligiendo al primer alcalde gracias a la ventaja de la lista más votada, pero que en el momento de la substitución exigiría la mayoría absoluta de concejales y la suma de ERC y Barcelona en Comú se queda a uno de dicha mayoría. Solo los tripartitos, en su modalidad de izquierdas o soberanista, garantizarían este acuerdo, pero los tripartitos parecen una entelequia, a fecha de hoy.