En plena polarización política y a un año de las grandes celebraciones nacionales, Donald Trump ha vuelto a situar el foco mediático sobre sí mismo con el anuncio de los Juegos Patriotas, una competición deportiva juvenil concebida para conmemorar los 250 años de Estados Unidos y que ya ha desatado una intensa controversia antes incluso de concretarse.

El proyecto, presentado como uno de los grandes hitos del programa oficial Freedom 250, prevé reunir en Washington a jóvenes atletas de secundaria de todos los estados y territorios del país durante varios días de competiciones. Según la Casa Blanca, cada delegación estará formada por un chico y una chica, seleccionados como “los mejores atletas juveniles” de su estado. Sin embargo, más allá del formato deportivo, el anuncio ha adquirido rápidamente una dimensión política por una cuestión concreta: la exclusión explícita de deportistas trans.

Trump no tardó en subrayar que en los Juegos Patriotas “no habrá hombres compitiendo en deportes femeninos”, una frase que conecta de forma directa con uno de los ejes centrales de su agenda cultural. Aunque el presidente no detalló el reglamento ni los criterios de participación, el mensaje fue interpretado de inmediato como una referencia a las mujeres trans y como una reafirmación de su postura contra su inclusión en competiciones femeninas.

La cuestión no es nueva. Durante su trayectoria política, Trump ha convertido el debate sobre las personas trans —y en especial sobre su presencia en el deporte— en una herramienta recurrente de movilización electoral. Desde su regreso a la Casa Blanca, su Administración ha impulsado o respaldado iniciativas para limitar el reconocimiento legal de las identidades trans y ha alentado a los estados gobernados por los republicanos a endurecer sus normativas en este ámbito. Los Juegos Patriotas se insertan, para muchos analistas, en esa misma lógica.

Organizaciones de derechos civiles y colectivos LGTBIQ+ han reaccionado con dureza. La Human Rights Campaign calificó el anuncio de “otro intento de convertir a los jóvenes trans en chivo expiatorio político”, mientras que asociaciones deportivas escolares han advertido de que una exclusión de este tipo podría entrar en conflicto con normativas federales contra la discriminación, como el Título IX, que protege la igualdad de género en el ámbito educativo.

Desde el entorno de Trump, sin embargo, se defiende que la medida responde a una demanda social amplia. Portavoces conservadores sostienen que los Juegos Patriotas buscan “garantizar la equidad competitiva” y evitar lo que consideran “ventajas biológicas injustas”. Este argumento ha sido recurrente en el discurso republicano, pese a que numerosas federaciones deportivas y estudios científicos han subrayado la complejidad del tema y la ausencia de evidencias concluyentes que justifiquen una prohibición generalizada.

La polémica se ha amplificado en redes sociales y medios de comunicación, donde el anuncio de los Juegos Patriotas ha sido comparado, en tono crítico o irónico, con Los Juegos del Hambre. Más allá de la exageración retórica, la comparación refleja un malestar creciente ante un evento que, según sus detractores, corre el riesgo de convertirse en un escaparate ideológico más que en una celebración deportiva.

También dentro del ámbito educativo han surgido dudas. Directores de institutos y asociaciones de entrenadores se preguntan cómo se articulará el proceso de selección y qué ocurrirá con los estudiantes trans que ya compiten en ligas escolares estatales bajo las normas vigentes. “Estamos hablando de menores de edad”, recuerdan desde la National Association of Secondary School Principals, “y cualquier decisión debería priorizar su bienestar, no un mensaje político”.

Para Trump, no obstante, el choque parece calculado. En un contexto de campaña permanente, los Juegos Patriotas le permiten proyectar una imagen de liderazgo fuerte, vincular el aniversario nacional a valores tradicionales y reactivar una de las batallas culturales que más rédito le ha dado entre su electorado. La exclusión de deportistas trans no es un elemento secundario del proyecto, sino uno de sus ejes simbólicos. Queda por ver cómo evolucionará la iniciativa y si el formato final resistirá los posibles desafíos legales y la presión social. De momento, los Juegos Patriotas existen más como anuncio que como realidad concreta. Pero su presentación ya ha cumplido una función clara: reabrir un debate profundamente divisivo sobre identidad, deporte y derechos civiles en Estados Unidos, utilizando a la juventud como escenario de una confrontación política que va mucho más allá de lo deportivo.

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