Entre ruinas, desplazamientos masivos y crisis humanitaria, Estados Unidos anunció este lunes un plan de paz para Gaza con el que pretende reconstruir el territorio y detener la guerra con Hamás. El documento plantea un alto el fuego inmediato, un canje de prisioneros y la puesta en marcha de una administración temporal, bajo la atenta mirada de una junta de paz internacional con Donald Trump a la cabeza.

Un plan de veinte puntos

El plan, divulgado por la Casa Blanca y suscrito también por el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu (aunque a su manera), se estructura en veinte medidas que van desde la seguridad hasta la reconstrucción económica. El núcleo de la propuesta se resume en tres compromisos: silenciar las armas, liberar a los rehenes y reorganizar el gobierno de Gaza bajo una fórmula transitoria.

La hoja de ruta contempla que Israel detenga sus operaciones militares a cambio de la entrega inmediata de los rehenes retenidos por Hamás desde los ataques de 2023. En paralelo, se establece que miles de prisioneros palestinos —incluidos condenados a largas penas— sean liberados en un intercambio supervisado por mediadores internacionales.

Uno de los capítulos más polémicos es el que aborda la desmilitarización de Hamás. Washington plantea que los combatientes entreguen su arsenal a cambio de una amnistía parcial y de la posibilidad de abandonar Gaza bajo garantías de seguridad. Para críticos del plan, esta cláusula equivale a intentar neutralizar de forma unilateral el papel político del movimiento islamista. La Yihad Islámica, en un comunicado difundido este lunes, denunció que se trata de “una fórmula para anular la resistencia” y advirtió de que cualquier intento de imponerla encendería la región.

El plan estadounidense también prevé la creación de una administración temporal. Se trataría de un comité palestino que asumiría las funciones de gobierno cotidiano, pero bajo la supervisión directa de una junta internacional dirigida por Donald Trump y Tony Blair. Ese órgano tendría competencias sobre la seguridad interior, la gestión de los servicios básicos y la coordinación de la ayuda humanitaria. El objetivo declarado es que, tras un periodo de estabilización, la Autoridad Palestina reformada reciba el testigo para conducir a Gaza hacia elecciones libres.

Otro bloque de la propuesta se centra en la reconstrucción. La Casa Blanca se compromete a movilizar recursos internacionales para rehabilitar viviendas, hospitales, escuelas, agua y electricidad, en un territorio devastado tras más de un año de operaciones militares. El plan contempla la creación de zonas económicas especiales para generar empleo y facilitar la recuperación. Aunque Estados Unidos asegura que países del Golfo y de Europa están dispuestos a aportar fondos, de momento no se han concretado cantidades ni calendarios.

La recepción del plan ha sido desigual. El gobierno israelí lo respaldó de manera oficial, con Netanyahu describiéndolo como una “oportunidad histórica para alcanzar una paz real”. Sin embargo, dentro de su propio gabinete hay voces de línea dura que rechazan cualquier limitación de la acción militar o la liberación de prisioneros palestinos. En el lado opuesto, Hamás negó haber recibido formalmente el documento y cuestionó la imparcialidad de Estados Unidos como mediador. “No nos ha llegado ninguna propuesta y rechazamos fórmulas que impliquen tutelas extranjeras sobre Gaza”, señaló un portavoz del movimiento islamista.

Europa acoge con cautela el plan de EEUU para Gaza

La propuesta estadounidense no ha pasado desapercibida en el escenario europeo, donde gobiernos y organismos expresaron reacciones con matices entre la cautela, el apoyo condicionado y las críticas por aspectos del esquema. En Bruselas, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, manifestó que acoge “con satisfacción” el plan y urgió a las partes a aprovechar la oportunidad para avanzar hacia una paz duradera, enfatizando al mismo tiempo la necesidad de que se garantice de modo inmediato la ayuda humanitaria a Gaza. Varios países europeos, liderados por Francia, Alemania, Reino Unido e Italia, han iniciado gestiones diplomáticas para presionar a Washington a incorporar principios respaldados por la UE, como el mandato de una fuerza internacional de estabilización bajo bandera de Naciones Unidas, una fórmula que concite mayor legitimidad global, y asegurar que los palestinos no queden excluidos del proceso decisorio.

No obstante, desde ciertos sectores europeos se han alzado advertencias críticas. Algunos ministros y diplomáticos expresaron que el modelo de una “junta de paz” liderada por figuras foráneas podría contravenir los principios de soberanía e interferir en los derechos de los palestinos. Francia, por ejemplo, había rechazado previamente propuestas que implicaran el control externo de Gaza y advirtió que la transferencia forzada de población sería contraria al derecho internacional. Otros países del sur de Europa, más escépticos ante un protagonismo unilateral de Estados Unidos, reclaman un esquema multilateral que integre organismos regionales árabes y la propia Unión Europea.

En España, la presentación del plan ha generado una mezcla de reconocimiento formal y cautela política. El presidente Pedro Sánchez publicó un breve mensaje en la red social X señalando que España “da la bienvenida a la propuesta de paz para Gaza impulsada por Estados Unidos” y que “hay que poner punto final a tanto sufrimiento”. Esta acogida oficial busca situarse en una posición de apoyo diplomático, pero fuentes del Ejecutivo comentan que el respaldo español estará condicionado a que el plan respete el derecho internacional, el papel de la Autoridad Palestina y mecanismos de supervisión multilateral.

El plan llega además en un contexto de crecientes tensiones entre España e Israel. En días recientes, el Gobierno español ha decidido rescindir el contrato con una empresa israelí para el suministro de munición a la Guardia Civil, decisión que ha sido leída como un gesto simbólico hacia la postura crítica del Ejecutivo respecto a la guerra en Gaza. Asimismo, Madrid ha vetado el tránsito de armamento estadounidense destinado a Israel a través de sus bases militares en Rota y Morón, una medida que subraya la voluntad del Gobierno de limitar su implicación logística en el conflicto.

¿Hacia dónde podría conducir este plan?

Si prospera, el plan de EEUU podría marcar un punto de inflexión en el conflicto entre Israel y Gaza: un alto el fuego firme, intercambio de rehenes y reconstrucción sistemática podrían aliviar una crisis humanitaria sangrante, al tiempo que se sientan las bases para una nueva arquitectura política.

No obstante, el éxito depende de dos condiciones casi imposibles: la aceptación de Hamás en su integridad y el cumplimiento efectivo por ambas partes. Sin una fuerza de monitoreo creíble y garantías de respeto mutuo, el plan corre el riesgo de quedar solo en papel o desintegrarse ante la presión del terreno.

Para los palestinos, el temor es que el plan termine imponiendo condiciones de subordinación política y pérdida de soberanía, bajo la apariencia de ayuda y reconstrucción. Para Israel y Estados Unidos, la apuesta es que la presión internacional y la lógica del desgaste militar empujen a Hamás a aceptar condiciones más moderadas.

Desde la óptica regional y global, el plan llega en un momento de declive del modelo tradicional de mediación entre Israel y Palestina. EEUU apuesta por un esquema más intervencionista, buscando romper el ciclo recurrente de negociaciones fallidas. Si funciona —y esa es una hipótesis audaz— podría redefinir las reglas del juego en Oriente Medio.

Sea como fuere, el verdadero talón de Aquiles del plan no está en los documentos, sino en su implementación. Durante décadas, acuerdos similares han naufragado por falta de voluntad política, contradicciones internas y la realidad de una guerra asimétrica sin tregua. Que esta propuesta sea diferente dependerá menos de los 20 puntos y más del pulso diplomático, militar y humano que desate en los próximos días.

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