Este miércoles ha reabierto al público el museo del Louvre, tras sufrir el que se considera ya el robo del siglo. La operación llevada a cabo el pasado 19 de octubre fue un éxito, si bien no tuvo el glamour que el cine ha dado a los grandes robos en pinacotecas. ¿Quién no recuerda a Pierce Brosnan y René Ruso en 'El secreto de Thomas Crown' y la elaborada estrategia para hacerse con un Monet del Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York?

En este caso el modus operandi fue menos sofisticado, pero preciso y eficaz. Aunque la investigación está abierta y más de medio centenar de profesionales trata de dar respuesta a los muchos interrogantes que todavía rodean este asalto, se sabe que la operación se llevó a cabo a las 09:30 horas, durante el horario de apertura, cuando un grupo de cuatro individuos con indumentaria de obrero accedieron al edificio usando una cesta elevadora de una pequeña grúa situada junto a una ventana del primer piso. Así pudieron trabajar en la fachada superior que da al Sena de la pinacoteca, en la que, empleando sierras angulares y un soplete lograron cortar una ventana para acceder al edificio. Una vez dentro, rompieron las vitrinas de la Galería de Apolo y se llevaron las ocho joyas históricas.

Lo hicieron, eso sí, en un tiempo récord. Emplearon entre cuatro y siete minutos y después salieron huyendo en las motocicletas que tenían situadas junto al río. Esa rapidez fue clave para que no se pudiera evitar el robo, pues, según ha detallado el Ministerio de Cultura a través de un comunicado, las alarmas saltaron correctamente y hubo respuesta de seguridad. Cinco empleados que se encontraban en la galería y sus inmediaciones siguieron el protocolo: se pusieron en contacto con las fuerzas del orden y protegieron a los visitantes. El texto indica también que la banda criminal habría intentado prender fuego al vehículo que tenían en el exterior, pero que un empleado del museo lo impidió.

La operación fue casi perfecta, pues en la huida perdieron una corona que se recuperó en las inmediaciones, y que ha sufrido daños. 

Quedan por resolver muchas preguntas, como cuál fue la manera de situar la grúa sin levantar sospechas, cuestión a la que algunos medios han respondido apuntando a un alquiler con la excusa de hacer una mudanza. Tampoco ha trascendido de momento si hubo algún trabajador del museo compinchado que facilitara información sobre horarios, cámaras o tiempos de patrulla. 

En la escena del robo se han encontrado distintas herramientas y objetos relacionados con el mismo, como guantes, un walkie-talkie y una manta, que también podrían aportar información sobre cómo se perpetró el suceso. 

¿Qué pasará con la joyas robadas?

Interpol ha añadido a su base de datos de obras de arte robadas las piezas del Louvre, cuyo valor económico ronda los 88 millones de euros, pero cuyo valor histórico y patrimonial es mucho más importante, pues la mayor parte de las joyas reales de Francia se perdieron o se vendieron tras la Revolución de 1789.

El material sustraído data en su mayoría del siglo XIX y perteneció a la esposa de Napoleón, la emperatriz María Luisa; a su cuñada, la reina Hortensia de Holanda; a la reina María Amelia, esposa del último rey de Francia; y a la emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III. 

Dönde acabarán esas joyas es ahora el gran interrogante, aunque todo apunta a que irán a parar a alguna colección privada. Cristina Baulenas es perito judicial de arte y por su experiencia tiene claro que se trata de un encargo. "Estas piezas no pueden salir al mercado porque son fácilmente reconocibles y si se pusiesen en una subasta pública, inmediatamente todo el mundo se daría cuenta", explica a ELPLURAL.COM.

Del mismo modo, y aunque en la noticia en este caso ha dado la vuelta al mundo, aclara a esta redacción que este tipo de robos no es nuevo. "En la instrucción pública hay mucho tema de robo y de falsificaciones", reconoce, si bien precisa que en muchos casos estas pérdidas no trascienden a la opinión pública "por discreción,  vergüenza o complejo de haber hecho algo mal o no tener la seguridad adecuada, en el caso de los museos, o porque las piezas no tienen una trazabilidad muy clara, en el caso de los coleccionistas". "Muchas veces no se dice, es cierto", precisa.

Esta experta detalla que este tipo de robos "suelen ser encargos de coleccionistas", que ansían el botín "no tanto por su alto valor económico, que también, sino por un valor sentimental, de 'fetiche'".  Cuando el robo afecta a piezas tan concretas todo apunta a esa dirección. "Esto es un encargo clarísimo", afirma Baulenas, recordando que en el Museo del Louvre hay muchas más cosas que robar, más valiosas y más emblemáticas e, incluso, más fáciles de mover. 

Esta perito judicial de arte recuerda que todas las gemas y piedras de las joyas robadas "están catalogadas y pesadas" y que, aunque parezca difícil, todas las joyas tienen su propio punzón". "Están muy catalogadas y hay piezas mucho más fáciles", enfatiza, subrayabdo que Interpol hace una labor muy importante en este sentido y que todos los peritos están alertados, por lo que es imposible que salgan al mercado abierto. 

Desmontarlas para su venta tampoco parece una posibilidad, pues la orfebrería, el oro y la plata, llevan un punzón "muy concreto y fácilmente asociable", teniendo en cuenta además que cuando se crearon esas joyas no había mil marcas y el autor era el orfebre oficial que trabajaba para la Corte. Las piedras, por su arte, también tienen "una talla especial, antigua, que tampoco es fácil colocar en el mercado, porque ahora mismo casi todo se mueve a través de las subastas de internet", afirma Baulenas. "Millones de ojos verían esas piezas y las reconocerían y si las desmembran, el oro tendrían que fundirlo y venderlo al peso a un precio ridículo. No tiene sentido", apunta, concluyendo que la salida, tanto al mercado abierto, como al negro es muy difícil. 

Todo ello hace la opción del encargo mucho más factible, ya que, si bien en  algunos espacios se habló de la posibilidad de que se llegara a pedir un rescate por estas piezas, el tiempo ha descartado una posibilidad, que esta experta también ve muy improbable. "Esto no suele ocurrir en el mundo del arte", dice.  

Sobre la posibilidad de recuperar las piezas robadas, esta perito no la descarta. "No es fácil, pero es verdad que Interpol hace un trabajo fantástico y mucha veces acaba localizándolas, aunque pueden pasar muchos años", confiesa. "Al final habrá una trazabilidad, aunque sea pequeña, habrá algún cabo suelto que haga posible llegar a ellas, pero no se sabe de aquí a cuántos años", indica, pues ahora, seguramente estén ya en una colección privada de no se sabe qué parte del mundo. 

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