Lo mismo o parecido procurarán hacer ahora con el juez José Castro, al que le han colgado el calificativo de “inquisidor” o de “bravucón”. Y lo han descalificado por haber sido funcionario de prisiones antes que juez.

El director de la gaceta reaccionaria, Dávila, ha confesado entre cursi y panfletista: “El juez Castro me gusta menos que las alitas de pollo”. También le ha vejado llamándole “vengador justiciero” Subraya que “ya con Matas se portó como un pandillero, como un acusador y no como un togado imparcial”. Insultos a granel contra el juez del que depende el futuro del yerno del Rey.

Es comprensible, sin embargo, que a ese director le duela Matas, que fue un espabilado discípulo en el arte de la corrupción. Las clases prácticas se las debió de impartir su antecesor en el cargo, Gabriel Cañellas, que evitó pasar una temporada en la cárcel gracias a que el delito ¡qué casualidad más casual1 había prescrito. Sea como fuere, Matas se portó muy generosamente en términos económicos -en el ámbito de la televisión autonómica de las Islas Baleares- con el aludido director.

Castro ha instruido el sumario a lo largo de mucho tiempo y con gran pulcritud. Pero por eso, precisamente por eso, lo intentarán convertir en su contra. En España es menos peligrosa la laxitud judicial, como se observa fácilmente, a una investigación pormenorizada y con pruebas indiscutibles. Habrá que ver cómo termina el asunto para Urdangarin y la Infanta Cristina. Pero de momento, quizas el próximo reo, a poco que se descuide el juez balear, lo más probable es que sea Castro.