Salvo que medie alguna inverosímil catástrofe de aquí al día 28, Isabel Díaz Ayuso ganará con holgura las elecciones autonómicas de la Comunidad de Madrid. Las encuestas basculan entre otorgarle una mayoría absoluta o una mayoría simplemente abrumadora. ¿Por qué? Un libro recién aparecido en Akal y presentado días atrás por Baltasar Garzón intenta responder a esta pregunta.

La autora de ‘Porque me da la gana. Ayuso, la nueva lideresa’, la periodista de investigación de InfoLibre Alicia Gutiérrez, aventura la hipótesis de que Ayuso, al igual que otros políticos de su misma estirpe nacionalpopulista, tiene un gran olfato para “detectar cómo incluso quienes se declaran y sienten de izquierdas acumulan en sus capas más profundas ciertos miedos y deseos entroncados con prejuicios vivos de los que la izquierda se resiste a hablar, lo que acaba favoreciendo un discurso efectista que entrevera verdades y mentiras en una especie de taracea verbal”.

Baile de disfraces

Isabel Díaz Ayuso y Donald Trump tienen en común que sistemáticamente sus adversarios los subestiman, y aun los desprecian, pasando por alto el hecho políticamente trascendental de que sus seguidores los adoran, sin importarles si dicen la verdad o mienten, pues para ellos Ayuso y Trump encarnan una verdad que está más allá de la política. Sus votantes los perciben como políticos que están en contra de lo políticos, gente franca que siempre dice lo que piensa, sin importarle a quién puedan incomodar sus verdades como puños.

Una de las pocas cosas que nos ha enseñado la historia del último siglo es que los políticos que posan de antipolíticos son 1) los más genuinamente políticos y 2) los más aterradoramente peligrosos. Aun así, a la izquierda le cuesta identificar en qué consiste exactamente la varita mágica de los Trump y las Ayuso para seducir a tantos millones de ciudadanos decididos a darles su voto aunque objetivamente puedan resultar perjudicados por las políticas que practican.

Dominan, siempre y en toda circunstancia, el difícil arte de fingir ser ellos mismos. No es que no se disfracen cuando comparecen en la plaza pública: es solo que su disfraz es incomparablemente más verosímil que los de sus adversarios; a estos se les nota que fingen, a ellos no. El suyo es el disfraz que no parece disfraz, la máscara que imita como ninguna otra el color y la textura de la carne humana.

Fejióo vs. Ayuso

Al igual que el diablo que ideó el truco genial de hacer creer a la gente que no existía, los políticos populistas han convencido a millones de ciudadanos de que ellos no son políticos ni tienen ideología. Sus políticas tienden a beneficiar explícitamente a los ricos y a las clases acomodadas, pero son los pobres y las clases medias quienes con su voto los aúpan al poder. Ningún populista suma suficientes votos si no cuenta con un amplio respaldo entre las clases populares. La izquierda se devana los sesos intentando desentrañar por qué diablos sucede tal cosa, pero no halla una respuesta satisfactoria.

Da miedo pensar que Isabel Díaz Ayuso pueda ser algún día presidenta del Gobierno de España. Que pueda llegar a serlo Alberto Núñez Feijóo también da miedo pero no por él mismo, como sucede con Ayuso, sino porque su única opción de gobernar es en alianza con Vox, y el líder gallego no ha demostrado tener el temple que se precisa para, llegado el caso, poner a los ultras en su sitio. Si Ayuso necesitara mañana a Vox, los ultras no podrían manipularla en su favor porque ella misma no es menos ultra que los ultras.

Feijóo como tal preocupa, inquieta o disgusta a quienes no lo votan, pero en ningún caso puede decirse que les dé miedo. Feijóo todavía pertenece a la derecha normal, una derecha algo anticuada pero previsible, egoísta sin estridencias y convencional sin complejos, una derecha que cuando miente lo hace con una cierta mala conciencia; no le importa mentir, pero sabe que hacerlo está mal. La derecha que encarna Ayuso es otra cosa. No considera que mentir sea una conducta reprobable, pues la percepción apocalíptica que tiene de la izquierda la legitima para usar cuantas armas estén a su alcance para derrotarla.

Leer, votar, ocultar

Todo ello queda bien patente en el libro de Alicia Gutiérrez, un retrato escrupulosamente documentado de la presidenta madrileña. La autora opera en los ámbitos de un periodismo obsesivamente meticuloso y exacto, un periodismo que no da por bueno un dato hasta no tenerlo triplemente amarrado. Sin embargo, la dura realidad es que si se les diera a leer este libro a los votantes de Ayuso, muy pocos de ellos dejarían de votarla. 

Al igual que sucedería con los votantes ultras tras leer el libro del periodista de El País Miguel González ‘Vox SA’, la lectura de ‘Porque me da la gana’ no haría mella en los electores de Ayuso porque ella juega en otra liga, en una donde la verdad fundada en los hechos y apuntalada por los datos es irrelevante. Una liga donde la verdad reside en la propia Ayuso como tal; otras verdades, las verdades contrastadas e inequívocas -como ‘los protocolos de la muerte’ que condenaron a miles de ancianos a una muerte segura durante la pandemia, el pelotazo de su hermano a cuenta de las mascarillas endosadas a la Comunidad de Madrid o las turbias relaciones con el conseguidor Alejandro de Pedro- no cuentan en el haber de la presidenta, del mismo modo, por cierto, que no cuentan en el haber de Trump las faltas, delitos y escándalos que jalonan su faltona, delictiva y escandalosa trayectoria pública y privada.  

El filósofo Bernard Williams alertó en sus escritos de que, “debido a sus peculiares poderes y oportunidades, los gobiernos estarán dispuestos a ocultar tanto sus acciones incompetentes como las ilegítimas”. Ciertamente, el libro de Alicia Gutiérrez certifica la pericia de Ayuso y su equipo capitaneado por Miguel Ángel Rodríguez para ocultar su incompetencia y sus pecados, pero no son esas habilidades para la ocultación las que explican el éxito de la presidenta. Ayuso tiene virtudes que sus adversarios no quieren ver o que, aunque las vieran, no sabrían neutralizarlas. El viento de la historia sopla hoy a favor de los políticos que tienen las virtudes -y sobre todo los defectos- de los Trump y las Ayuso.