El día que Inés Arrimadas dejó el Parlament para aventurarse en la política española, el entonces presidente de la Generalitat, Quim Torra, la despidió así: nótese el silencio que describe su gestión al frente de la oposición. Debió ser una ironía, porque si hay alguna característica que defina con precisión el paso de Arrimadas por la cámara catalana es el ruido. Su estrategia fue sencilla: la repetición metódica de un discurso estentóreo y tremendista que perseguía la exacerbación de los ánimos en un parlamento fuertemente dividido en dos bloques irreconciliables. Paradójicamente, la única aportación indiscutible de la líder de Ciudadanos fue la presentación de la denuncia ante la JEC que desencadenó el proceso judicial que acabó con la presidencia de Torra por unas pancartas mal colocadas. Tres años después de aquella despedida, la presidenta de Ciudadanos entona el canto del cisne por un desastre político que heredó de su mentor y predecesor, Albert Rivera.

Inés Arrimadas se trasladó de Jerez de la Frontera a Barcelona en 2006, justamente el año en el que surgió Ciudadanos y se aprobó el nuevo Estatuto. El grupo de intelectuales que fundó el nuevo partido lo hizo argumentando que en la política catalana existía un vacío intolerable: según su análisis, todos los partidos existentes eran nacionalistas. Una monumental confusión conceptual al no comprender las diferencias canónicas entre nacionalismo y catalanismo político que les perseguirá por toda la eternidad. Posteriormente, al saltar a la política española para rellenar otro vacío detectado por los teóricos de Ciudadanos, en este caso el supuesto déficit democrático del que culpaban al bipartidismo, el partido se alineó fervorosamente con el nacionalismo español, conjugando sin mayor reparo la contradicción de ser antinacionalistas en Cataluña y nacionalistas en Madrid.

Arrimadas se afilió en 2011 a este proyecto, creado expresamente para combatir los grandes consensos existentes en Cataluña desde la restauración de la Generalitat, especialmente la política lingüística y el modelo escolar, a los que Ciudadanos atribuía y atribuye todos los males. A los seis años de llegar, en 2012, ya obtuvo acta de diputada en el Parlament en la lista de Albert Rivera. La notoriedad de Arrimadas como tertuliana, brillante y pizpireta, le impulsó a la política institucional. Posteriormente, a las puertas de su gran éxito electoral de 2017, renegaría de su pasado como tertuliana, sin concretar los motivos de su desdén por el trampolín.

En las elecciones autonómicas convocadas al amparo del 155, la candidatura de Ciudadanos ganó los comicios, con 36 diputados. Autoproclamada campeona del constitucionalismo y manteniendo una posición españolista y revanchista más radical que la del propio PP frente al independentismo, Arrimadas, aspirante a la presidencia de la Generalitat, supo aprovechar la circunstancia. Su triunfo fue el resultado de la concatenación de su capacidad dialéctica y su exacerbación españolista, con la división de los partidos independentistas y la depresión de los socialistas. Obtuvo la primera posición, pero sin ninguna posibilidad de gobernar al sumar el soberanismo la mayoría absoluta.

La política catalana se instaló en un escenario petrificado por el amarillo soberanista y el constitucionalismo de cartón piedra de Ciudadanos y PP. En este escenario, Arrimadas se movió con total comodidad y a satisfacción de sus oponentes independentistas que supieron retroalimentarse del catastrofismo predicado por la líder de la oposición. La polarización había beneficiado electoralmente a Ciudadanos y al independentismo y ninguno de los actores estaban dispuestos a prescindir de esta ventaja.

Arrimadas abrazó la cartelería política y el obstruccionismo parlamentario (cuestiones reglamentarias, amparos y denuncias) como instrumentos para convertir el hemiciclo en un plató televisivo en el que explotar su habilidad para sobreactuar frente a las cámaras desde la tribuna y el escaño. En cuanto Torra convocó una mesa de partidos catalanes para tratar el fondo del problema catalán y el PSC aceptó de participar, Arrimadas se negó a asistir, alegando que era un intento de eliminar la transparencia (televisiva, se supone) que ofrecía el pleno del Parlament. Más adelante, repetiría fórmula en el Congreso, hasta que el portavoz del PNV, Aitor Esteban, la acusó de “montar pollos” gratuitos en la cámara.

Precisamente esta fama de “montapollos” propició uno de los encontronazos más célebres de Arrimadas con la presentadora de Els Matins de TV3, Lidia Heredia. El 6 de septiembre de 2019, ejerciendo ya en el Congreso de los Diputados, a pocas semanas del fracaso definitivo de Albert Rivera (de 57 a 10 diputados), y coincidiendo con el segundo aniversario de los plenos de desconexión del Parlament, Arrimadas fue entrevistada por Heredia y tras lamentar que la televisión catalana no hubiera elaborado ningún reportaje sobre “la infamia” de aquellos días mientras difundía documentales sobre los familiares de los políticos presos, le espetó a la entrevistadora: “Quiero que me hagáis una entrevista con los mismos criterios con que las hacéis a los líderes independentistas”. Al hacer referencia Heredia a la injusticia profesional de aquella acusación y mencionar las palabras de Aitor Esteban, estalló Arrimadas, con toda la impetuosidad y sin ningún complejo, como en sus mejores días de tertuliana.

TV3 ha sido siempre uno de los ítems preferidos de Arrimadas para denunciar el intervencionismo del gobierno de la Generalitat en todos los ámbitos sociales. De Ciudadanos son, también, las iniciativas judiciales contra la inmersión lingüística en catalán en el sistema escolar que culminaron en la polémica del 25% de castellano en las aulas. En esto ha sido fiel a los principios fundadores del partido. Y poco más en su hoja de servicio, al margen de arrastrar al PP al uso habitual del castellano en el Parlament. Tras la espuma de 2017, Ciudadanos se quedó en 6 diputados y los sondeos le dan a la baja. Una de sus escasas aportaciones sobre modelo de país para Cataluña y para España es de ultimísima hora, cuando su fulgor ya se había trastocado en fracaso: habría que reformar, dijo, la Constitución para eliminar la distinción entre regiones y nacionalidades, justamente la aportación teórica de los redactores constitucionales para sustentar el Estado de las Autonomías. 

Ciudadanos se quiere reinventar como partido liberal y no parece que confíen en Arrimadas. La desconfianza irradiada por la líder del espectáculo político ha sido su talón de Aquiles. A pesar de su afilada oratoria y su autoconfianza exhibida a destajo, Inés Arrimadas nunca alcanzó la categoría de dirigente creíble; incluso cuando Ciudadanos tocó el cielo electoral en 2017, no obtuvo de los sectores tradicionales más influyentes en Cataluña el crédito ideológico y el reconocimiento de un modelo propio de país. Tampoco Ciudadanos ha conseguido nunca establecerse en el núcleo central de los poderes económicos, culturales y sociales en Cataluña; sin embargo, el bacatazo de la aventura en el Congreso bien podría aconsejar a los dirigentes catalanes de Ciudadanos recuperar la marca Ciutadans, para volver a sus orígenes y dejar para sus compañeros liberales del resto de España la compleja operación de sobrevivir a la herencia de Rivera.