Muchos se preguntaban qué motivación tenía Pablo Casado al acudir a la sesión de control en el Congreso de los Diputados. Tenía previsto preguntarle al presidente del Gobierno sobre la deriva de sus alianzas, pero, metafóricamente, este miércoles la casa de la soberanía nacional ha sido testigo de un discurso cimentado en cómo se rompen las lealtades cuando tres o cuatro miles de motivos en la nómina están en juego. Ha sido una despedida fría, solemne, de las de carne y hueso. Un adiós sin aspavientos, reproches ni elogios, marcado por la ovación de quienes han preferido el sillón a la palabra, al apretón de manos, a la honradez. En paralelo, y haciendo honor a aquello de que los amigos se cuentan con los dedos de una mano, las lágrimas de Pablo Montesinos con el último baile de Casado, su carrera a trompicones para que el líder caído tuviese motivos para levantar la cabeza en una despedida orquestada desde lo más profundo del ominoso juego de la política.

Pablo Casado ha tenido el peor de los finales. Aquellos que pasaron revista prometiendo pleitesía eterna han sido los protagonistas de un esperpéntico proceso de reinvención para figurar como los firmantes de la esquela política del líder difunto. La dirección, el grupo parlamentario, las baronías, los nuevos cuadros orgánicos dispuestos por Teodoro García Egea, el portavoz nacional y un largo etcétera de rostros que han optado por seguir en las quinielas a riesgo de hacer de tripas corazón y convertir a Casado en alguien a quien se menciona en tiempo pretérito. Frente a ellos, Montesinos: cuando se empezaban a apartar, todavía sin mucha fe, no fuera a ser que al final la apuesta se volviese en su contra, Montesinos. Cuando los diputados esquivaban a las cámaras a su entrada al Congreso, Montesinos. Cuando ya se ha dicho adiós y no queda nada que ganar, Montesinos. Porque los ojos hablan, el corazón piensa y la palabra se demuestra. Y en el PP, este miércoles, solo queda el silencio propio de quien prefiere agachar la cabeza a inventar excusas.

El liderazgo de Casado no será referenciado en los libros de historia. Su paso ha sido accidentado, cuestionado desde que lo logró gracias a un puñado de votos cedidos por María Dolores de Cospedal para dejar sin margen a Soraya Sáenz de Santamaría, finiquitado cuando sus propios líderes eran capaces de adquirir más apego de la ciudadanía que él mismo. Mientras otros eran aplaudidos, él era abucheado. Mientras Ayuso rompía el molde en Madrid, Feijóo descansaba a golpe de mayorías, Moreno Bonilla se constituía en el símbolo del cambio en Andalucía, López Miras resistía a una moción de censura y Mañueco sobrevivía a un proceso electoral que otros le escogieron, Casado miraba las encuestas. Porque solo la demoscopia, y no siempre, le ha dado alguna victoria moral cuando ni Europa, ni los tribunales, ni sus socios, ni sus propios dirigentes le presagiaban un futuro de triunfos.

“Un cambio de ciclo”, solía decir. La última vez que pronunció estas palabras fue el pasado martes 16 de febrero. En una semana, Casado ha pasado de defender un resultado corto, inservible y pragmáticamente peor que la situación previa al paso por las urnas en Castilla y León, a salir solo, cabizbajo y hundido de un Congreso de los Diputados que ha sido sede de algunos de sus discursos que quedarán escritos en la memoria de los más cafeteros de la política.

"Somos un partido que dialoga y alcanza acuerdos, pero quiero decir una cosa muy clara: tenemos límites. Nuestros principios son nuestras condiciones y no vamos a renunciar a ellos. Nunca”, recitó el líder del PP el martes posterior a la agridulce victoria en Castilla y León. “No podemos gastar más tiempo en refriegas estériles por ver quién tiene la última ocurrencia. El patriotismo no es solo decir lo que piensas, sino pensar lo que debes", sentenció. Ha pasado apenas una semana de aquellas palabras, pero en política, como dijo Iván Redondo en su despedida, un día es como una semana para cualquiera. Casado ha pasado de tener contra las cuerdas a Pedro Sánchez, que no perdió la votación más importante de la legislatura por el error de Alberto Casero (PP), a redactar sus últimas líneas tratando de obtener el beneplácito de un partido que, por negarle, le ha negado incluso una salida honrosa, decorosa, a la altura de quien ha podido cometer errores pero ha sido fiel a los valores fundacionales de la marca representada. 

Entiendo la política desde el respeto a los adversarios y entrega a los compañeros”, ha sentenciado Casado, dando paso a una ovación cerrada, de cerca de un minuto de duración, donde toda la bancada del PP se ha puesto en pie para decir adiós al desahuciado. “Le deseo lo mejor en lo personal”, le ha indicado Sánchez. Finalizado el turno del presidente, el líder del PP ha liado el petate, ha mirado arriba y se ha despedido, al menos por el momento, de la política institucional.