A Casado le sobró, primero, la entrevista en la Cope y, después, la rectificación. Esta última no lo mató, pero aceleró extraordinariamente su muerte. Hizo ante Carlos Herrera acusaciones gravísimas contra Ayuso que 24 horas más tarde no se atrevió a mantener.

El viernes se le calentó la boca en la radio y el sábado se le heló en casa. Fue en ese momento crítico, el más comprometido de la batalla, cuando oficiales y tropa vieron con estupor que su comandante en jefe titubeaba. La agonía de Casado había comenzado y era irreversible.

El acta de defunción la ha levantado él mismo esta mañana en el Congreso, al formular su pregunta al presidente, escuchar con gesto vencido su respuesta y después marcharse. Fuese y no hubo nada. Pablo Casado ha sabido morir pero no ha sabido matar.

Es evidente que Casado ha perdido, pero es pronto para saber si también Isabel Díaz ‘Verdugo’ acaba perdiendo: ciertos preceptos de la ética y la decencia y una investigación de la Fiscalía Anticorrupción operan en su contra; la indulgencia del periodismo conservador, las tragaderas de los votantes del PP y el ‘momentum’ populista operan, en cambio, en su favor. Muy en su favor.

Resulta inimaginable que los medios progresistas pudieran tapar, justificar o disculpar que un presidente de izquierdas propiciara o consintiera que un amigo de toda la vida fuera adjudicatario de un contrato para suministrar material sanitario de urgencia y que en la operación el hermano de ese presidente se llevara una comisión de 283.000 euros.

No quiere decirse que los periodistas de izquierdas sean más honestos que los de derechas, sino que el ecosistema de medios en el que trabajan tiene valores deontológicos algo más estrictos que los de sus colegas conservadores. El peligro para todos es que la relajación ética de la prensa de derechas contamina irremediablemente a la de izquierdas, que acaba sintiéndose legitimada para imitarla.

Mientras tanto, pobre Casado. Escuchándole el viernes en la radio cualquiera habría dicho que tenía a tiro a la pieza Isabel y que los cartuchos de su escopeta no eran precisamente de fogueo. Luego resultó que sí que lo eran. En la infortunada partida de caza emprendida por el todavía presidente del PP todo era de mentira: cartuchos, escopeta y cazador. Pobre Casado.