La banca gana. Era un titular fácil que este martes por la tarde se repetía por toda la prensa. Al margen de nuestra falta de originalidad, el titular es incorrecto, al menos en términos cualitativos, porque la preocupación de los bancos sobre su imagen pública suma un nuevo lastre. En términos cuantitativos, la alegría es innegable, porque a nadie amarga un dulce, sobre todo si es de 5.000 millones de euros. Y la prueba está en el subidón bursátil de los bancos y, por contagio, de todo el Ibex.

Desde que el Tribunal Supremo protagonizase su espantada del 19 de octubre, en una decisión inédita en la que reculaba sobre su decisión de cargar sobre los bancos el Impuesto de Actos jurídicos Documentados, la Justicia y la seguridad jurídica del Reino de España han vivido en solfa durante dos semanas.

La casualidad ha querido que en ese lapso de incertidumbre se celebrasen las presentaciones de resultados del tercer trimestre de todos los bancos españoles. Un escaparate idóneo, junto a los descalabros bancarios en Bolsa, para presionar a una justicia dubitativa, más allá de teorías conspirativas sobre sí los banqueros han incendiado la centralita del Tribunal Supremo, como creen en Podemos.

De hecho, en las presentaciones de resultados de los bancos se ha hablado más de hipotecas que en un salón inmobiliario. Salvo algún corresponsal despistado, todos los periodistas asediamos a los CEO de las entidades con el asunto de marras y de arras: cuánto iban a provisionar, qué impacto iba a tener en sus resultados, cómo se estaban firmando las hipotecas en estas dos semanas con menos ley que el Salvaje Oeste.

Curiosamente, en la presentación de resultados de La Caixa, en la que estuvo servidor, su CEO, Gonzalo Cortázar dedicó más esfuerzos a poner en valor a la Fundación LaCaixa y su extensa labor solidaria que a transmitir los buenos resultados de su empresa. “No solo somos un banco que quiere ganar dinero”, llegó a decir, en una declaración en la que reconoció los “errores” del sector y pidió más autocrítica a sus rivales.

La principal preocupación de Cortázar, o así lo transmitió al menos, era la mala imagen del sector, que aún no se ha recuperado tras el rescate de 60.600 millones de euros sin recuperar. De hecho, su especulación sobre el fallo venidero del Tribunal Supremo era que, al final, le tocaría pagar a la banca, pero no de manera retroactiva. “Adaptaremos nuestra práctica a lo que se decida” pero “entendemos que no tiene que tener impacto en nuestras cuentas”. Ni en sus mejores sueños, o pesadillas, se esperaban este fallo: que el paganini fuera el ciudadano. Y lo mismo para Bankia o el Santander.

República Bananera

La escandalosa decisión, sobre todo por poner la miel en los labios a un millón de personas hipotecadas, sirve de acicate para ese populismo del que tanto tiempo llevan alertándonos. Tanto es así que, en los tiempos de crispación que vivimos, ha conseguido poner de acuerdo a todos los partidos políticos, como si de ellos no manara la ley de la discordia, y Podemos ha tardado minuto y medio en convocar a la ciudadanía frente al Tribunal Supremo. Veremos el éxito de la convocatoria porque es puente en Madrid y, si hay algo que un español no perdona, por encima de la hipoteca, son las vacaciones.

Por suerte para los bancos, como para Amancio Ortega, sus cuentas se miden en miles de millones y a base de labores benéficas limpiarán su imagen. Más difícil lo va a tener el Tribunal Supremo, con un presupuesto más ajustado y una reputación todavía más embarrada.

Quitando la sentencia sobre el IRPF de la maternidad, cuesta encontrar en los últimos tiempos noticias del Tribunal Supremo que demuestren que hay alguien al mando, humano al menos. Al ensañamiento con los líderes independentistas y las extradiciones fallidas de Puigdemont, que han puesto en entredicho su imagen en Cataluña, hay que sumar el carpetazo a los estudios exprés de Pablo Casado -y a todo el caso Máster- mientras miles de hijos de obreros se dejan la piel para pagar sus estudios. Y la absolución de Pilar Barreiro en Púnica con los mismos contundentes indicios que a su amigo Pedro Antonio Sánchez le van a llevar al banquillo en Murcia.

En estas semanas de incertidumbre, muchos directivos de banca comentaban que en el extranjero sus socios les decían que España era una República Bananera. La buena noticia para los mercados internacionales, tras estas dos semanas de sainete judicial, es que lo seguimos pareciendo, pero ahora ya somos una República Bananera business friendly.