Podemos corre el riesgo de desaparecer como lágrimas en la lluvia. El partido que logró sumar más de cinco millones de votos y hasta 71 escaños ha entrado en barrena pero no lo sabe. O se comporta como si no lo supiera. Ya le ocurrió a Ciudadanos: Albert Rivera jugó a ser César o nada y acabó siendo nada, un amargo destino que al menos el político catalán aceptó con deportividad. Pablo Iglesias, en cambio, no ha aceptado el suyo. Sigue ahí de cuerpo presente, como un difunto estrafalario que, convencido de seguir vivo, no se dejara enterrar. Cada vez que Ione Belarra o Irene Montero aparecen en televisión, quienes las contemplan no pueden dejar de ver tras ellas el pálido y demacrado espectro de Iglesias, dios tutelar fuera de sitio que le tiene más querencia a una sala de prensa que al Monte Olimpo. 

En el fondo, las discrepancias entre Podemos y Sumar pueden resumirse en la pregunta sin cuya respuesta ningún partido resulta operativo como tal partido: ¿quién manda aquí? A su vez, la propia crisis de identidad, de horizonte y de votos que sufre Podemos está vinculada a esa misma pregunta pero referida al propio partido morado: ¿quién manda en Podemos? ¿Ione Belarra? ¿Pablo Iglesias? Los papeles de la organización dicen que ella; la opinión pública, que él. Podemos no ha resuelto ese problema porque Iglesias no ha sabido irse. Los suyos deberían plantearle un órdago: Pablo, vuelve pronto o vete ya. 

La ilusión camba de siglas

El drama existencial del partido morado es que la ilusión y las expectativas que despertó entre los años 2013 y 2015 han cambiado de titular: el Podemos de 2023 se llama Sumar, aunque cuenta con respecto a su antecesor con la ventaja de haber aprendido de los errores del partido fundacional y de contar con una lideresa que, al contrario que Pablo Iglesias, no asusta a las clases medias. La hoja de servicios de Yolanda Díaz en el Gobierno de España no se ha visto, como sí se vio con Iglesias, enturbiada por gestos, desplantes y retóricas impropios de quien se sienta en el Consejo de Ministros.

Aunque hoy parece obvio que la división entre Sumar y Podemos perjudicará a ambos en las generales, es pronto para asegurar que la marca de Yolanda Díaz vaya a salir irreparablemente mal parada en noviembre, como sí le sucederá en cambio a los morados. Sumar no es un proyecto político personalista en sentido estricto, pero sí es una marca electoral fuertemente personalizada. Díaz bien podría proclamar sin rubor: “Sumar soy yo”. Si esta partida fuera un tablero de ajedrez, Pablo sería un caballo que se cree rey, mientras que Yolanda sería mucho más que el rey: sería un rey investido con las armas y los poderes de una reina.

Tras los pasos de Macron

Sumar es una plataforma cuya creación y desenvolvimiento recuerdan, más allá de lo ideológico, a ‘La Republique En Marche’ de Enmanuel Macron. El hoy presidente de Francia era el principal y casi único activo electoral del partido fundado por él, del mismo modo que Yolanda Díaz es hoy por hoy el principal y casi único activo electoral de Sumar. Es cierto que la acompañan las Mareas, los Comunes, los Más País y los Compromís, pero sin ella todos ellos quedarían electoralmente en nada o casi nada en el ámbito nacional. Como a Macron, también a Díaz sus simpatizantes le atribuyen una suerte de poderes demiúrgicos que, inevitablemente, la realidad acabará, como en el caso del presidente francés, por desmentir.

Sumar no es solo Yolanda Díaz, pero sin Yolanda Díaz Sumar no es nada. Haya buscado deliberadamente o no el hiperliderazgo, lo que define hoy a Sumar es precisamente un hiperliderazgo que se aviene mal con las proclamas de pluralidad, transversalidad y confederalidad que tanto menciona ella en sus discursos. Mientras, Podemos está siendo pintado como el malo de esta película, pero en realidad lo único que hace el pobre es defender lo suyo, pelear con uñas y dientes no ya para procurarse una victoria sobre Díaz sino para preservar su existencia. Podemos acepta que Díaz sea el rey, pero siempre que ellos sean la reina: todavía no han entendido que en esta singular partida Yolanda es a un tiempo el rey y la reina.