A menos de dos semanas del XXI Congreso Nacional del Partido Popular, Isabel Díaz Ayuso ha reabierto un debate incómodo en el seno del partido: el modelo de primarias. La presidenta madrileña defiende un sistema abierto basado en el principio de “un afiliado, un voto”, mientras que Alberto Núñez Feijóo impulsa un modelo de compromisarios que refuerza el control del aparato. En Génova no ocultan su incomodidad: temen que el debate estalle justo cuando Feijóo buscaba una cita tranquila, sin sorpresas ni sobresaltos.

Ayuso busca blindar a las bases: “Queremos garantías”

La batalla no es nueva, pero sí ha cobrado fuerza a medida que se acerca el congreso que se celebrará entre el 4 y el 6 de julio en Madrid. Ayuso, que ya protagonizó una guerra interna durante la era de Pablo Casado, ha decidido ahora no quedarse al margen de las reformas estatutarias impulsadas por la dirección. Aunque no tiene intención de disputar el liderazgo de Feijóo, sí pretende influir en cómo se elige a quien lo encabece.

“Queremos que el voto de las bases no sea una ilusión ni un adorno”, repiten en su entorno. En esencia, Ayuso plantea un modelo en el que todos los militantes con al menos un año de antigüedad y al corriente de pago tengan derecho a votar directamente por el presidente del partido, sin que esa decisión tenga que ser validada después por compromisarios.

“Por coherencia creo que todos los afiliados deben participar en los congresos y elegir a su presidente. Haré, por tanto, las propuestas necesarias para que se cumpla un afiliado un voto en toda España”, llegó a afirmar en una entrevista con el diario 'ABC'.

Feijóo propone un sistema representativo con similitudes al modelo estadounidense

La dirección nacional, sin embargo, ha optado por otro camino. La propuesta de Feijóo, incluida en la ponencia de Estatutos, introduce un sistema basado en compromisarios: los afiliados eligen delegados en sus provincias, y son estos los que designan finalmente al presidente nacional. Además, se endurecen los requisitos para presentarse, exigiendo 500 avales procedentes de al menos 25 provincias.

Este diseño, que Génova defiende como una forma “más ordenada y representativa” de articular la voluntad del partido, se asemeja notablemente al sistema de primarias de los partidos en Estados Unidos. Allí, los votantes eligen delegados estatales comprometidos con un candidato, que luego votan en las convenciones nacionales. En muchos casos, se aplica el principio de “winner takes all”: el aspirante que gana una circunscripción se lleva todos los compromisarios.

Aunque en el PP no se ha llegado a ese extremo, la similitud ha sido subrayada por críticos internos que alertan de que un modelo como ese “puede distorsionar la voluntad real de la militancia y concentrar el poder en los aparatos territoriales”.

Esta reforma llega con el recuerdo muy presente de lo que sucedió en las primarias del PP de 2018, protagonizadas por Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado. En aquel proceso —el primero desde 2017 en que los afiliados podían votar directamente en una primera vuelta— Santamaría ganó entre la militancia, pero Casado se impuso finalmente en el Congreso gracias al respaldo de los compromisarios. La traducción de los votos de base al cónclave fue turbulenta: los compromisarios, elegidos por los militantes, no reflejaron fielmente la primera vuelta, lo que generó desconfianza interna y resquemor por lo que se interpretó como un “voto disciplinado” por parte del aparato.

De fondo, una disputa por el alma del partido

El choque entre Isabel Díaz Ayuso y Alberto Núñez Feijóo no es solo técnico ni burocrático: es profundamente político, casi cultural. Representa dos modelos enfrentados de entender el liderazgo, la militancia y la proyección ideológica del Partido Popular en un momento de transición. Ayuso encarna una corriente más combativa y desacomplejada, que entiende que el PP no debe refugiarse en la centralidad sino liderar con nitidez una alternativa ideológica al bloque de izquierdas. Para ella, asumir posiciones firmes en temas como la unidad de España, la fiscalidad, la educación o la libertad individual no solo no es un problema, sino una obligación.

Feijóo, en cambio, ha construido su liderazgo desde una lógica institucional, donde la moderación, la solidez orgánica y la gestión eficaz se anteponen al choque permanente con el adversario. Su estilo, más presidencialista, busca consolidar una imagen de alternativa fiable frente a Pedro Sánchez, pero también lo ha alejado de ciertos sectores del partido —y del electorado— que reclaman un discurso más contundente, especialmente ante el auge de Vox. Esta diferencia de fondo no solo se percibe en el tono, sino también en cómo ambos entienden la relación entre las bases del partido y su dirección.

En ese contexto, el modelo de primarias se convierte en un símbolo cargado de implicaciones. Para Ayuso, que ha construido gran parte de su poder en el vínculo directo con los afiliados —y, por extensión, con el votante conservador más movilizado—, abrir las urnas a la militancia supone reforzar el peso de la calle frente al despacho. Es, en definitiva, democratizar el poder interno del partido. Para Feijóo, en cambio, una elección más controlada mediante compromisarios provinciales le permite preservar la estabilidad orgánica, evitar aventuras personalistas y blindarse frente a posibles disidencias internas. Desde su punto de vista, la gobernabilidad del partido exige filtros y estructuras intermedias.

El dilema va más allá de lo reglamentario. ¿Debe el PP ser un partido de militantes empoderados o una maquinaria disciplinada al servicio de la estrategia electoral nacional? ¿Conviene priorizar la participación interna o la cohesión estratégica? ¿Es más eficaz un partido de líderes conectados con la base o uno dirigido por una cúpula profesionalizada que piensa a medio plazo? Estas preguntas no tienen una respuesta única, pero están en el núcleo de la discusión que se vivirá en el Congreso de julio.

Súmate a

Apoya nuestro trabajo. Navega sin publicidad. Entra a todos los contenidos.

hazte socio