El Partido Popular no pasa por su mejor momento y lo saben. El 17º Congreso del PP-A ha sido la evidencia de que en Génova no tienen la situación bajo control. En absoluto. Las arengas y los mensajes que han trasladado tanto Alberto Núñez Feijóo como el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno Bonilla, confirman que en el cuartel general de los conservadores hay un temor que ya no es latente. Hasta el momento, el dominio territorial concedía al líder de la oposición una situación de cierto privilegio e incluso predicamento tanto interno como externo. Pero las fichas de dominó han empezado a caer en forma de crisis – Valencia primero, Andalucía después – y aquellos territorios donde hasta 2025 se barruntaban una reedición de sus respectivos gobiernos, ya no es tal. Tampoco el viento sopla a favor de las siglas en términos generales, con un Vox que amenaza con multiplicar ostensiblemente su techo electoral y cuyo auge pone jefe de filas conservador en una situación delicada; especialmente en el plano estratégico.

De ahí se desprende el serpenteante camino que ha recorrido el Partido Popular desde el desembarco de Feijóo, en la busca eterna de un equilibrio imposible entre la prometida –y ausente– moderación y seguir la estela del tono crispante de un Vox sin ataduras. Un sendero que ha llegado a Sevilla, donde los conservadores se conjuraron para dar calor a un Moreno Bonilla que también vive sus horas más bajas tras casi ocho años al frente de la Junta de Andalucía. ¿Su detonante? Los fallos en la detección del cáncer de mama. Un escándalo acentuado con la situación que viven en Génova y que, a su vez, contagia al resto de territorios. Tras muchos meses – incluso posiblemente años – el expresidente gallego ha resucitado el recurso del voto útil para frenar a Vox. Y ese ha sido el mensaje que ha dominado un cónclave que no ha podido ensordecer el ruido de las decenas de miles de andaluces que se han echado a las calles para denunciar la gestión sanitaria de la Junta.

En otro capítulo de la búsqueda del equilibrio narrativo, Feijóo percutía en la idea de que “se puede ser moderado y tener determinación”. Un mensaje al que le sucedió el enésimo subidón de decibelios para arremeter contra el PSOE – el otro enemigo a las puertas de los conservadores -. “Firme, sin caer en el fanatismo”, decía el líder de la oposición para, acto seguido, tildar al Gobierno de Pedro Sánchez de “vergüenza internacional” en un repaso de todos los titulares desfavorables para los socialistas y llegando al punto de advertir que su Ejecutivo no es propio “ni de un país del tercer mundo”. Tono crispante a un discurso que concluyó en el mismo punto de siempre: “Cualquier primer ministro hubiera caído ya”. En otras palabras, adelanto electoral.

Voto útil

Convocatoria que, por otro lado no pillaría a Génova con sus mejores galas. Feijóo lo sabe y por tal motivo trufó su intervención de constantes llamadas a pie de página. “Queridos compañeros, no nos confiemos”, avisaba ante los cientos de delegados andaluces que copaban el Palacio de Congresos y Exposiciones de Sevilla. Porque no sólo se enfrentan a un PSOE al que le atribuyen falta  de “lógica y de sentido común”, al margen de las constantes hipérboles y referencias a la “corrupción” y la “mentira”. En definitiva, un Gobierno “capaz de absolutamente todo” porque está “hundido”. Desnaturalizaciones del adversario político aparte, el líder de la oposición condujo su discurso hacia la nueva amenaza para el PP: Vox.

Porque para Feijóo y el resto de estrategas del PP, dibujar al PSOE como un pozo de “inmoralidad” no es suficiente para reengancharse al tren del hype en las encuestas. No al menos si no se contiene la hipertrofia de sus vecinos de la derecha. Los de Santiago Abascal han redescubierto que su techo electoral ni mucho menos estaba en los más de 50 parlamentarios que sentaron años atrás. Han jugado sus cartas –las que más duelen en Génova– para recentralizar el debate político y, a partir de ahí, neutralizar el perfil más institucional del PP; forzando a estos últimos a utilizar sus figuras retóricas y subidas de tono. Por ello, Feijóo urge a los suyos a no despistarse, habida cuenta de que en 2023 ya se quedó a las puertas del Palacio de La Moncloa pese a que todo apuntaba a un cambio de ciclo político. “Nada de carambolas, sólo hay un camino, que es el del cambio”, advertía, antes de indicar que la única vía transitable hacia el Gobierno es el “Partido Popular” libre de cargos. Es decir, sin Vox. “No nos despistemos”, insistió.

El problema se agrava con las dos bombas que han estallado en la cara de los conservadores: la gestión negligente de Mazón y la crisis de los cribados. Escándalos que han dado forma al dibujo de Feijóo con un liderazgo en cuarentena. Su inacción para con su barón valenciano, permitiéndole estirar el chicle del Consell hasta pasado un año de la catástrofe del 29 de octubre de 2024, y la gestión de su sucesión lastran la confianza del electorado en la papeleta no sólo de Feijóo, sino de un Partido Popular que transporta una imagen de ineficacia en el control de daños. En consecuencia, un oasis para una ultraderecha que moldea su discurso y expande su doctrina.

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