El Comité de Derechos Humanos de la ONU ha dictaminado alto y claro  que la condena que se impuso al juez Baltasar Garzón por intervenir las conversaciones de los involucrados en la trama Gürtel fue “arbitraria e imprevisible” y que, atención: "El Comité no puede concluir que el autor tuvo acceso a un tribunal independiente e imparcial en los procesos seguidos en su contra en el marco de los casos Franquismo y Gürtel, que finalmente resultó en su condena penal y en la consiguiente pérdida definitiva de su cargo”.

La ONU no deja lugar a dudas:  En la causa del franquismo, Garzón adoptó decisiones motivadas y no se observa mala conducta o incompetencia alguna. En lo que se refiere al caso Gürtel, las escuchas que escandalizaron a sus señorías del Supremo fueron solicitadas por la policía, avaladas por el ministerio fiscal y prorrogadas después por otros jueces. Y que, aunque Garzón hubiese interpretado erróneamente la jurisprudencia, no se justifica su condena penal.

En un dictamen contundente, el comité considera que se violaron los derechos del magistrado, basados en el artículo 14, párrafo 1 del Pacto internacional de derechos civiles y políticos de la ONU, ni más ni menos es que el que apela a la presunción de inocencia.  Y en base a ese Pacto, concluye que España debe reparar a Garzón por el daño infligido empezando por borrar los antecedentes penales y proporcionándole una compensación.

Va a ser difícil resarcirle. El PP realizó desde el primer momento una campaña brutal contra Garzón que instruía la causa que les señalaba. Acorralados por la corrupción, con una condena ratificada por el Supremo por beneficiarse de negocios irregulares y una colección de militantes, ex militantes y colaboradores cumpliendo condena, más los que aguardan hoy en el banquillo, la derecha trabajó en todos los frentes posibles, para defenestrar al juez que, precisamente, estaba levantando la alfombra con la que tapaban su porquería.

Sucede que esta decisión de la ONU, ante quien Baltasar Garzón denunció ser víctima de persecución y represalias a causa de las investigaciones emprendidas en su Juzgado, es inquietante y va más allá, porque pone en solfa la decisión de los componentes del alto tribunal.

Con una voluntad encomiable, Baltasar Garzón ha resurgido de sus cenizas y durante estos once años largos de inhabilitación ha defendido causas universales y se ha reinventado como jurista. Nada de esto era necesario. La lección es clara: hay buenos jueces que llevan su obligación hasta el final, aunque les cueste lo que más valoran. Pero existen otros jueces cuya actuación acaba sembrando dudas sobre lo que cabe esperar de la Ley. Pienso que, en el fondo, Garzón debe sentir tristeza ante la constatación de la arbitrariedad. Los que siempre creyeron en él, se alegran de que la verdad y la Justicia se abran camino.