La polémica del PIN Parental ha pasado por España como un huracán. La derecha, firme defensora de la “libertad” de los niños, ha elevado el tono de su discurso contra la “intromisión del Estado” en la educación de sus hijos. A tenor de esta controversia, el periodista Manuel Ansede ha recuperado una carta al director de El País del año 1976 con la que no se “pretende el exterminio de los homosexuales”, pero su autor busca otras cosas.

Marcelino Pulla escribía una carta al director publicada por El País el 21 de noviembre de 1976. El autor de esta queja se remitía a otra misiva de un lector del citado periódico del 16 de ese mismo mes en la que se abordaron las manifestaciones del Front d’Alliberament Gai de Catalunya, una de las primeras organizaciones LGTB de España.

El autor de esta misiva que ha recuperado el periodista de El País se mostraba “sorprendido” ante lo que se manifestó en la citada carta al director. “Soy un ciudadano transigente con toda ideología, respetuoso con opiniones contrarias a mi sentir y comprensivo con las aberraciones de la naturaleza”, se describía Pulla antes de iniciar su crítica.

Se considera un hombre que siempre ha censurado “el fanatismo político o religioso, el racismo y la eutanasia, así como he respetado toda tendencia artística o cultural, aun cuando su expresión me sea incomprensible”. Sin embargo, lo que se redactó en el artículo del 16 de noviembre le produjo “cierta aversión moral”.

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El homosexualismo existe”, admitía el lector de El País, que pedía considerar esta condición “como una aberración de naturaleza análoga a una enfermedad”. Asimismo, mantiene la tesis de que, quien adolezca de ella, “debe intentar someterse a un tratamiento adecuado para superarla” y, en última instancia, “realizar el esfuerzo de vivir con la apariencia de seres eróticamente normales”.

Criticó que los miembros del Front “parecen ufanarse de ser homosexuales”. Alegó que la redacción de la carta “evidencia la vanidad de pertenecer a tal asociación y su existencia y antigüedad como un hecho meritorio”. “Es como si los leprosos, cancerosos o sifilíticos, se organizasen a su vez, no para intercambiar conocimientos y aportar medios para la investigación y producción de fármacos que les librase de la enfermedad”, destacó el lector.

“Respeto al enfermo y su derecho a ser curado, pero no al orgulloso de serlo y, por tanto, refractario a todo procedimiento curativo”, lamentó Marcelino Pulla, quien, a continuación, dejó una frase que, aún en 2020, se sigue escuchando. “No pretendo, (que quede bien sentado), el exterminio de los homosexuales, pero sí su silencio”, zanjó.

Marcelino es consciente de que grandes rostros de la cultura “han padecido esa malformación orgánica”. Sostuvo que a estos “personajes ambiguos” se les tendría que impedir la “exposición pública de sus anomalías”. “Quizás así se evitase su mayor proliferación en una sociedad que ya tiene bastantes complejos que superar”, señaló.

En este sentido, Marcelino se sentía preocupado por lo que pudiera pasarles a sus hijos. “Me desagrada que esa desviación la consideren normal, no quiero que, por las facilidades otorgadas a esas asociaciones puedan ser víctimas de la persuasión de sus adeptos”, continuó.

“Yo les diría a esos tales: No, no; están ustedes muy equivocados. A la gran mayoría, por no decir la totalidad de los padres (doy un margen para no ser demasiado concluyente), no nos importa que nuestros hijos hagan amistad con negros, judíos y pelirrojos, con tal de que éstos no tengan, entre otros defectos de importancia el de ser, precisamente, homosexuales”, zanjó Marcelino Pulla.