No es seguro pero sí probable que la Moncloa haya fichado a un nuevo escritor de discursos del presidente. Las réplicas de Pedro Sánchez a Alberto Núñez Feijóo en el primer cara a cara de ambos en la Cámara Alta parecían escritas por alguien conocedor del arte de la retórica y seguramente familiarizado con los clásicos.

El eco del discurso de Antonio con ocasión de las exequias de César, repitiendo tras cada periodo el irónico latiguillo “pero Bruto es un hombre honrado”, podía adivinarse lejanamente en el reiterado “¿es insolvencia o es mala fama?” que el presidente fue colocando estratégicamente a lo largo de su intervención y que operaba como una daga hundida una y otra vez en las carnes de su adversario, cuya mirada perdida llegaron a captar en algún momento las cámaras del Senado, como si no hubiera entrado en sus previsiones ser objeto de un ataque tan brillante y despiadado.

Maldito reglamento

Pedro Sánchez ganó claramente el combate, pero difícilmente podía no haberlo ganado: no en vano el líder del PP disponía de un tiempo tasado de 15 minutos para cada una de sus dos intervenciones, mientras que Pedro Sánchez no tenía límite alguno y aprovechó sin piedad esa circunstancia favorable del Reglamento.

Lo que estaba en juego no era únicamente el paquete de medidas para combatir la inflación y la emergencia energética, motivo formal de la sesión, sino la acción completa del Gobierno en su integridad y la estrategia completa de la oposición en la suya. Hacia las siete de la tarde, cuando concluyó el debate entre Sánchez y Feijóo, este ya debía saber que haber retado al presidente en ese campo y con esas reglas de juego había sido un error.

La única novedad en sentido estricto que aportó el debate fue el anuncio del presidente de que la gran industria consumidora de energía que utiliza la cogeneración –la cerámica, la química o la textil– podrán beneficiarse temporalmente de la denominada excepción ibérica que topa el precio del gas. El resto del debate fue política. Pura política en el mejor, pero también en el peor sentido de la palabra: hubo, sí, exposición educada de razones y argumentos de política energética por ambas partes, pero hubo también golpes bajos, expresiones no insultantes pero sí deliberadamente hirientes. Sería un milagro que después de este debate el Gobierno y el PP llegaran a cualquir tipo de acuerdo.

Insultos imaginarios

Un dato quizá insignificante pero revelador: Sánchez y Feijóo se quejaron mutuamente de haber sido insultados por el otro, pero lo cierto es que en el cruce de aceros que ambos protagonizaron no puede decirse que se escuchara insulto alguno. Tal vez les sucede a ambos aquello que sostenía Rafael Sánchez Ferlosio: que España no era era un país de envidiosos como tantos decían, sino más bien un país de envidiados, un país lleno de gente que aseguraba ser objeto de una envidia en realidad imaginaria. Quizá Sánchez y Feijóo se sientan mucho más insultados de lo que realmente lo son. 

En su primer turno, Pedro Sánchez defendió la racionalidad, eficacia y prudencia de las medidas contra la crisis energética –“provocada por Putin”, repitió una y otra vez– que ha venido adoptando su Gobierno y que otras naciones han imitado. “Las nuestras son las recetas del médico, no las del curandero”, proclamó con notable acierto retórico. “Vamos a tener la energía más barata de Europa”, remachó mientras su contrincante ponía gesto de incredulidad.

La versión de Alberto Núñez Feijóo sobre la situación del país era muy distinta a la del presidente. Según el líder del PP, “muchas familias ya han agotado la nómina de septiembre por la inflación de dos dígitos”, mientras que el presidente parece “dormir tranquilo con Bildu”, no es consciente de “los líos de su Gobierno” y no se hace cargo del sufrimiento de los ciudadanos: “Hable con ellos, pero de verdad, sin someterlos primero a un casting previo, como acaba de hacer en la Moncloa”.

Un consejo difícil de seguir

El expresidente de la Xunta acusó al presidente de “intransigencia energética” y de acertar en las medidas solo cuando aplica las propuestas del PP, al tiempo que le reclamó un “nuevo modelo energético” que incluya las centrales nucleares. Finalmente, le tendió la mano aunque, como precisaría en su segunda intervención, con algunas condiciones: la principal, que destituya a “los ministros que no ha nombrado” y deje de apoyarse en ERC y Bildu. Es poco probable que Sánche siga su consejo.

En sus dos réplicas, Pedro Sánchez se empleó a fondo contra su adversario, al que equiparó con el “defenestrado Casado”. El PP de Feijóo es el mismo PP de Casado, vino a decir el presidente, que tras los primeros compases no cesó de preguntarse una y otra vez si los errores, deslealtades, inconsistencias y contradicciones de Feijóo obedecían “a la insolvencia o a la mala fe”.

“Han votado contra todo”, le reprochó Sánchez, a lo que Feijóo replicaría que no era cierto porque su partido había votado favorablemente a más de la mitad de los decretos promovidos por el Gobierno. No mencionó, sin embargo, el líder del PP el contenido de tales decretos, cuyo limitado alcance político apenas puede hacer sombra al sonoro no de los populares en asuntos de tanta trascendencia como el estado de alarma, las medidas de ahorro energético, la ley que protege a las mujeres, la rebaja del IVA de la luz o el gas o la renovación pendiente del Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional.

Sánchez estuvo contundente en su defensa de las renovables frente a la energía nuclear e impalcable en sus reproches al PP por negarse a renovar órganos judiciales de trascendencia constitucional. En cambio, se le fue la mano al presidente al afirmar nada menos que a Feijóo lo habían puesto en el cargo “las grandes energéticas”: un exceso argumental que, por incierto e hiperbólico, desacreditaba las bien trabadas razones del inquilino de la Moncloa para acusar al PP de defender los intereses de las grandes corporaciones de la energía. Feijóo no se molestó en desmentirlo.