Decía el maravilloso novelista brasileño Jorge Amado que para él la derecha significaba dictadura, hambre y miseria, y la izquierda significaba paz, trabajo y libertad. Y decía Castelao que la patria que conciben los de la derecha es una patria artificial puesta al servicio de sus intereses. Aunque bien es verdad que a estas alturas los conceptos “derecha” o “izquierda” políticas se entremezclan y a veces se desdibujan, la manifestación en Colón del domingo pasado dejó muy claro quién es quién, y evidenció el color político del Partido Popular y de Ciudadanos, que tanto se venden como centristas; lo de Vox siempre ha estado claro. Muchos no creemos que el pasado domingo ninguno de los tres partidos políticos convocantes defendieran la España constitucional, y ni tan siquiera que defendieran a España.

Nadie duda ya que PP y Ciudadanos no son sólo afines a la extrema derecha, sino que forman parte de ella. Y, aunque la manifestación ha sido un estrepitoso fracaso (sólo secundada, a pesar de los buses gratis y los bocadillos, por escasamente 45.000 personas), he percibido en mucha gente algo que es inquietante y muy significativo: miedo. Muchos españoles sentimos miedo ante la derecha y ante todo lo que significa. No se trata de ningún tópico, sino de algo probablemente atávico y visceral. Y es que quizás lo que tememos es el fanatismo y las consecuencias que de él se pueden derivar.

Mirando vídeos y noticias de la manifestación en cuestión me he detenido a veces observando los rostros, las expresiones faciales y las miradas vacías de los líderes de los partidos implicados y de algunas de las personas circundantes en el acto, intentando encontrar  su humanidad. Y me he dado cuenta de que el temor que a muchos nos suscitan estas manifestaciones patrias proviene, sintetizando mucho, del miedo a la maldad. Todos sabemos hasta qué extremos pueden llevar la intolerancia, la sinrazón y la supuesta “defensa patria”.

Luis García Montero lo ha narrado de manera magistral en un artículo del domingo pasado, Triste España sin ventura, en el que hace alusión a la paradoja que expuso muy bien María Zambrano en su obra Los intelectuales y el drama de España (1937), obra escrita, por cierto, en en el exilio chileno: los intelectuales españoles que habían dedicado su vida y su obra a España fueron sacrificados “por la violencia de unos vociferantes que, en nombre de un nacionalismo mentiroso, habían vendido a España ante el dinero de los nazis y los fascistas”. Ahora, el dinero ¿es de quién?

Realmente esos que dicen que aman a España actúan motivados por sus obscenos propios intereses. Y de ahí también, quizás, provenga ese miedo del que hablo. Porque ante los voraces el diálogo, los acuerdos, el debate, el consenso o la concordia son del todo imposibles; porque no razonan, porque no dialogan, porque su objetivo está por encima de todo y de todos, incluidas las personas, porque mienten, porque manipulan la verdad, porque fanatizan a los idiotas; y eso es algo que ha pasado repetidas veces en nuestra historia. En nuestra historia, continúa García Montero, nadie ha sido más desleal contra los intereses de España que los que continuamente invocan su nombre. Odian en nombre de España, confunden la defensa de España con la reivindicación de sus intereses más mezquinos. Porque eso que llaman engañosamente “patriotismo” es seguramente, en palabras de Samuel Johnson, el último recurso de los canallas.

La patria no es la bandera, la patria es la tierra, sus gentes, incluidos Cataluña y los catalanes, sus paisajes, sus culturas, sus idiomas, sus refranes, sus bosques y sus lobos, sus lagos, sus ríos, sus tierras áridas, sus amaneceres, sus niños, sus escuelas, sus animales. El amor a una bandera es amor a nada. La bandera es sólo un símbolo. El amor al país en el que se ha nacido trasciende, con mucho, a cualquier estúpido nacionalismo basado en el fanatismo y, por supuesto, en la cortedad. El nacionalismo, probablemente, recordando una cita que se atribuye a Unamuno, se cura viajando, y sobre todo pensando. No me cabe la menor duda de que detrás de estas movilizaciones de la derecha y de la extrema derecha lo que hay no es amor patrio, sino intereses canallas.

Por mi parte reivindico y defiendo, como García Montero, la otra España, la España que la derecha quiere someter y maniatar, la España, parafraseando al poeta, de la poesía, la libertad, la democracia, la dignidad; la España abierta, humana, justa, tierna, culta, compasiva, solidaria  y llena de luz; la España de Lorca, de Alberti, de Larra, de Blas de Otero, de María Zambrano. La España de García Montero. Esa es la España que yo defiendo y que yo amo.

Coral Bravo es Doctora en Filología