Durante la celebración del XXI Congreso Nacional del PP en Madrid, el líder del partido, Alberto Núñez Feijóo, dedicó generosos elogios a los expresidentes José María Aznar y Mariano Rajoy, a quienes definió como “amigos” y “consejeros” del partido. Sin embargo, las circunstancias rodean estos aplausos con un aire de contradicción: ambos Gobiernos habían contado con Cristóbal Montoro como ministro de Hacienda, y ahora Montoro está imputado por presunta corrupción en la aprobación de leyes a favor de empresas gasísticas. La reciente cadena de hechos ―el elogio a los expresidentes, seguido de la imputación de Montoro y las declaraciones de Feijóo al respecto― revela una serie de incompatibilidades discursivas en la línea oficial del PP.
En el escenario del congreso del PP, Feijóo vivió uno de sus momentos más nostálgicos hacia el pasado reciente del partido. Rodeado de Aznar y Rajoy, los presentó como modelo a seguir y patrimonio moral del PP. Los calificó de “amigos” y “consejeros”, y proclamó que el partido los considera “referentes” de su trayectoria. En sus palabras: “Ambos demostráis, primero, que se puede gobernar mucho mejor; segundo, que se puede sacar a nuestro país de una grave crisis económica e institucional; y tercero, que el PP está unido… preparados para mejorar España”.
Feijóo celebró que Aznar y Rajoy “fueron un futuro que mereció la pena” y anunció que el partido seguiría “todos juntos a por un nuevo tiempo”. Aplaudió su capacidad electoral ―ambos llegaron a La Moncloa después de ganar elecciones― y destacó que ahora ambos son “dos españoles siempre dispuestos a servir a su país”. En su énfasis por la unidad interna, Feijóo incluso subrayó que en el PP “los que lo han sido todo son ahora los primeros en ponerse a la orden de quien se lo pide”. Todo ello para remarcar la “vocación de servicio público” que habría sido transmitida por esas generaciones del partido.
Estos calificativos ―valientes, eficaces, solidarios― suenan extrañamente descontextualizados a la luz de la imputación de Cristóbal Montoro. Feijóo alabó sin reservas los gobiernos que presumen de estabilidad y honorabilidad, pero oculta la mancha de que ambos Gobiernos tuvieron en Hacienda a un ministro hoy bajo sospecha.
Cristóbal Montoro: ministro de Aznar y Rajoy, ahora imputado
Para comprender la incoherencia, basta recordar quién es Cristóbal Montoro y qué cargos ocupó. Montoro fue ministro de Hacienda en dos ocasiones durante los Gobiernos del PP: primero bajo José María Aznar (2000-2004) y luego con Mariano Rajoy (2011-2018). Desde esas posiciones de poder, estaba encargado de las cuentas públicas y de impulsar leyes fiscales, principalmente de subida de impuestos y recortes. Ahora, tras la última investidura de Feijóo como líder del PP, la Justicia ha imputado a Montoro por “presuntamente beneficiar a empresas gasistas” mediante reformas legislativas durante su mandato.
La instrucción judicial, conocida desde mediados de julio, describe “una presunta trama corrupta” en la que Montoro actúa como “eje central”. Según RTVE, su despacho de abogados ―Equipo Económico, fundado por Montoro― servía de puente para que las empresas pagasen por influencias que les aseguraran rebajas fiscales. El caso salpica a otros altos cargos nombrados por Montoro, algunos vinculados a su primera etapa con Aznar y otros a la segunda con Rajoy.
En definitiva, Montoro promovió ―presuntamente― las leyes de 2013 y 2018 que rebajaban impuestos a las gasísticas, canalizando pagos millonarios a su consultora. Se le acusa de “uso indebido de las potestades” de su ministerio para beneficiar intereses privados. No es un caso menor: El ‘caso Montoro’ implica a 28 imputados y revela que aquellos gobiernos publicitados como eficientes podrían haber tenido bajo su ala a funcionarios abusando de su cargo.
Feijóo exige investigar, pero elude responsabilidades
Poco después de conocerse la imputación, Feijóo procuró marcar distancias. En una entrevista con La Voz de Galicia, insistió en que el ‘caso Montoro’ debe investigarse “hasta el final”. Subrayó su retórica anticorrupción: en sus palabras, en 30 años de vida pública “yo no he nombrado a nadie que esté metido en un supuesto de corrupción”. Exigió “aumentar la exigencia” ante casos de corrupción que afectan a sus propios compañeros y declaró que “no puede haber dos varas de medir” a la hora de aplicar la ley.
Cuando le preguntaron por el ámbito interno, defendió a otro dirigente ligado a Montoro: el nuevo responsable económico del PP, Alberto Nadal (secretario de Estado de Presupuestos con Montoro). Feijóo aseguró que Nadal “ni estaba ni tenía ninguna responsabilidad” en los hechos investigados, y que, de haber tenido sospechas fundadas, lo apartaría inmediatamente. Con esta estrategia, Feijóo deslinda a su partido de la figura directa de Montoro, pero no mencionó una sola palabra sobre el papel de Aznar o Rajoy en todo esto.
En su primer pronunciamiento público tras la imputación, reafirmó: “lo que haya que investigar, que se investigue”. Y defendió que “mi criterio acerca de la corrupción es muy claro y no cambia independientemente de a quién afecte”. Para enfatizar su voluntad de imparcialidad, rechazó hablar de persecuciones judiciales o de “pseudomedios”.
Hipocresía y críticas
El contraste entre los elogios de Feijóo a Aznar y Rajoy y su exigencia actual sobre la corrupción es tan evidente que no pasó desapercibido para la oposición. Por ejemplo, el ministro socialista Félix Bolaños ha señalado que confirmar el ‘caso Montoro’ sería una conducta “extremadamente grave” y declaró ante los medios que esta actitud de Feijóo es “el PP en estado puro”. En otras palabras, el discurso oficial del PP encarna la vieja doble moral que critica con dureza cuando toca al adversario pero justifica o minimiza cuando afecta al propio bando.
Feijóo celebró que los expresidentes bajo su tutela partidaria “ganaban y gobernaban”, pero pasa por alto que en esos Gobiernos uno de sus ministros más cercanos está ahora en el ojo del huracán. Con los mismos labios con los que pidió respeto y lealtad a las autoridades electas en el congreso, guarda silencio sobre las leyes y decisiones de Hacienda en las que Montoro jugó un papel clave. Su afirmación de que “no nombró a nadie corrupto” es técnicamente cierta en su trayectoria gallega, pero políticamente cínica: profesa orgullo por quienes gobernaron con Montoro, a la vez que exige limpieza absoluta sin reconocer la mancha que ello supone.
La imagen que deja Feijóo tras estos episodios es contradictoria. Alaba la “unidad” del partido y el legado de sus líderes pasados, mientras su propio partido ve caer a una de sus piezas más emblemáticas. El resultado es un mensaje ambivalente: en la práctica, Feijóo pacta con el pasado lleno de gloria que él mismo corona, pero impone al presente estándares de pulcritud que hasta ahora no aplicó con rigor a sus referentes. Los medios de comunicación ya destacan la paradoja de la escena: Feijóo ensalza a los artífices de lo que él llama “un futuro que mereció la pena”, sin atender a que ese futuro está hoy enturbiado por la figura de Montoro.