Esta forma de vida moderna nos desborda y mucho más a quienes tienen la enorme suerte de vivir en Madrid, la líder mundial en diversión, terrazas, ancianos muertos sin asistencia, espectáculos musicales, fruterías y, sobre todas esas cosas, libertad. Vivir con tanta libertad y tanta oferta lúdico-festiva es agotador, requiere mucho esfuerzo y es fácil que entre tanto ajetreo se  despisten cosillas que, de vivir en cualquier otro lugar del mundo, no pasarían desapercibidas.

Estos días se está poniendo en tela de juicio la honestidad de la presidenta de la comunidad madrileña, por un asunto en el que, como en el caso del aval de su padre, los contratos con la Comunidad de la madre y las comisiones de las mascarillas de su hermano, ella no tiene nada que ver. Ese periodismo facilón, que cuando no encuentra información se la inventa, se ha abalanzado ahora sobre Isabel Díaz Ayuso aprovechando que su actual pareja ha cometido un grave delito fiscal que incluye la falsedad documental, como ha reconocido por escrito el abogado de Alberto González Amador, que así se llama la actual pareja de la presidenta.

La prosperidad de la comunidad madrileña es tal, gracias al gobierno de Ayuso, que son pocas las cosas que pueden sorprender a sus ciudadanos. Yo tengo amigos que se fueron a dormir a su pequeño apartamento de Entrevías y se despertaron en una casa con piscina cubierta en La Moraleja, sin sorprenderse lo más mínimo por el cambio que se había producido en sus vidas. Concretamente tengo un conocido, nosotros lo llamamos Clouseau, por lo despistado que es, que ayer mismo me comentaba que había cambiado de coche cuatro veces este mes y no era consciente de haber ido una sola vez al concesionario.

A mí particularmente más que envidia la vida de Madrid me da vértigo, no estoy yo hecho para cambios tan bruscos, aunque sean para bien. Además tengo un defecto muy común entre los periodistas, por cierto que Ayuso es periodista, que es el de preguntar. A mí, y es un ejemplo, mi pareja me lleva a vivir a un, y no les cuento si son dos, piso de ricos y soy capaz de amargarle la sorpresa preguntándole de dónde ha sacado tanto dinero. La de cenas románticas que habré fastidiado interrogando a mi compañera sobre asuntos de su trabajo, que en verdad ni me van ni me vienen. Pero claro, yo no vivo en Madrid y el aburrimiento lleva a estas cosas vulgares.