Sus señorías del banco de la oposición y algunos más, deberían ser más cuidadosos con las cosas que dicen y cómo las dicen. Con esa escalada de verborrea agresiva, acaban convirtiendo cada sesión en el Congreso de los diputados en un desagradable ejercicio que nada tiene que ver con la oratoria parlamentaria de buen nivel. A no ser, claro, que lo que busquen algunos sea que la crispación sobrepase los muros del hemiciclo y llegue a la calle.

Mucho de eso debe haber. En la última perorata del ultraderechista Santiago Abascal, criminalizando al Gobierno por la pandemia, tenía visos de directriz para las caceroladas, a las que se refirió, satisfecho: “Se le está llenando la calle de Vox…”. Una vez aceptada la paternidad de lo que ocurre en diversas ciudades, ya no queda mucho margen para la duda.

Son acciones no inocentes, ni espontáneas y en las que participan peligrosas organizaciones ultras, como ha informado en una investigación exclusiva José María Garrido. La ultracatólica Hazte Oír, organización conocida por su autobús con lemas contra la transexualidad, que ahora se dedica a inocular malestar contra el Gobierno, entre otros mensajes, convocando también esas manifestaciones.

El miércoles, una persona resultó herida en Madrid durante una de esas protestas, que están pasando paulatinamente del aporreo de la cacerola al escrache a políticos, y al enfrentamiento directo ante opiniones diferentes. La ultraderecha siempre ha actuado así. Los que tenemos más años recordamos una transición difícil con elementos de la derecha más dura golpeando y matando. Actuaban en la convicción de que el franquismo continuaba bien presente en la democracia y que a ellos les concedía impunidad. Con mucho esfuerzo, esa misma democracia consiguió erradicarlos y convertirlos en un mal recuerdo.

Los tenemos ahora de vuelta reforzados por los votos ciudadanos y con representación electoral. Usan la tribuna parlamentaria para señalar el objetivo y lanzar a sus huestes perfectamente organizadas. Piden libertad frente al confinamiento y dimisión del Gobierno. Casualmente coinciden con otros manifestantes del mismo cariz en diversos lugares del mundo. Si en España, políticos como Abascal o la propia presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, jalean las protestas, los presidentes Jair Bolsonaro en Brasil o Donald Trump en Estados Unidos, son sus principales impulsores. En Alemania los ultraderechistas han agredido a periodistas y en Australia, Polonia, Reino Unido o Suiza los gobiernos están controlando esas protestas.

Mientras el Gobierno se plantea cómo seguir abordando esas situaciones, muchos vecinos hacen sonar desde sus ventanas, a la misma hora, la mítica canción de Los Beatles All you need is love. La idea es buena pero no suficiente. El odio y el virus siguen al acecho.