Un 9 de octubre de 2009, Esteban González Pons, a la sazón vicesecretario nacional de Comunicación del PP, pronunciaba en Valencia la siguiente frase "La fiesta en Valencia se acaba a las cuatro de la tarde”. Era un adelanto de la orden de cese del secretario general del PPCV, Ricardo Costa, tras conocerse sus conversaciones con 'El Bigotes'. "En el PP valenciano la fiesta no se acaba nunca", le respondió el propio ‘Ric’ Costa, entonces mano derecha del presidente de la Generalidad, Francisco Camps. A la semana Costa dimitía de su cargo por su implicación en la trama Gürtel.

La fiesta en el PP valenciano terminó en tragedia y con un victimario amplio de imputados y de algunos condenados: tres expresidentes, dos expresidentes de las Corts, once exconsellers, tres expresidentes de diputación, tres exalcaldes y otros (Barberá, Cotino, Zaplana, Carlos Fabra, Milagrosa Martínez, Blasco) y distintos casos de corrupción como Gürtel, Noos, Emarsa, Imelsa, aula o Ritaleaks. El PP y toda su corrupción dejaron una región fallida pero perdió el poder, el gobierno y su larga hegemonía de años en la potente comunidad, grandes ayuntamientos y diputaciones a favor de los socialistas y fuerzas de izquierda como Compromís.

La casualidad ha hecho que casi justo en el tiempo, 12 años después, también en Valencia y también el partido que gobierna España y la Generalitat, haya “acabado la fiesta” solo un poquito antes de la cuatro. La diferencia es que en este caso son los socialistas los que festejan y además con motivos presumiblemente fundados para que el ambiente lúdico que durante estos tres días han vivido continúe por más tiempo.

Salen de un 40º congreso unidos y reforzados. Un cónclave en su formato moderno y en su contenido muy feminista, muy social y en los que por primera vez no se han visto los habituales corrillos “conspiratorios”. Tampoco las cenas y reuniones a altas horas de la madrugada para meter miembros de federaciones en la Ejecutiva Federal. Tampoco a nadie exigiendo cuotas federativas.

Un congreso tan plácido que los aplausos resultaron atronadores tanto para Felipe González, Rodríguez Zapatero o el propio nuevo hiperlíder. Y alguna baronía discrepante en temas concretos parecía perfectamente integrada en los espacios “festivos” de Fira Valencia. Con el mismo entusiasmo se entregaron los delegados a las intervenciones de sensibilidades tan distintas como las encarnadas por la ministra de Economía, Nadia Calviño o la ex vicepresidenta Carmen Calvo. Y las dos lo agradecieron con lágrimas contenidas.

Una organización congresual modélica y exenta de meteduras de pata de la Convención nacional del PP, esa tourné por provincias que tuvo su Estación Termini precisamente en Valencia. Eso sí, precedidas de declaraciones protofascistas de Vargas Llosa, condenas judiciales al invitado de lujo Sarkozy, dimisión del canciller austriaco, Sebastian Kurz, por presunta corrupción o de la focalización del evento en Nueva York por su viaje a ninguna parte de Díaz Ayuso.

Los socialistas salen unidos, con programa, propuestas e ideas claras y con un camino optimista hacia la subida en las encuestas. La perspectiva de que la grave pandemia se conjugue con verbo pretérito empieza  a ser ya casi una realidad. Y las previsiones de recuperación económica, más allá de los inventos y maldades de la fábrica de bulos de Génova 13, soplan a favor. 

El sanchismo ha desaparecido como corriente interna. Ya no hay sanchismo aunque sí sanchistas pero resulta que lo son todos, los de antes, los “pata negras” y los recién incorporados.

En Valencia, la tierra donde se desarrolló la gran serie televisiva ‘Crematorio’, Pedro Sánchez ha quemado el sanchismo y ha renacido con enorme fuerza un PSOE muy unido. “La fiesta en Valencia no terminó a las cuatro” de la misma manera que finalizó para el PP.