Tres consejeros del CAC (Consell de l’Audiovisual de Catalunya) han denunciado lo que, según ellos, es “una manipulación del lenguaje”. Algo más grave que las palabras es presentar a un terrorista como un patriota. La “teva” ha traspasado los límites de una televisión pública.

Antecedentes

El programa Més 324, presentado por Xavier Grasset, emitió en el canal de noticias de TV3 el pasado diciembre una entrevista a Carles Sastre, ex militante de la organización terrorista Terra Lliure. A lo largo de la emisión, Grasset omitió en todo momento que Sastre fue juzgado y condenado en 1985 a treinta años de cárcel por ser coautor en el asesinato del industrial José María Bultó, que murió a consecuencia de un artefacto explosivo que le engancharon en el pecho. Tampoco dijo que en 1987 Sastre volvió a ser condenado por pertenencia a banda armada y tenencia ilícita de armas. Aún y así, Sastre quedó en libertad en 1996, después de cumplir once años de los cuarenta y ocho a los que fue condenado.

Lejos de presentar objetivamente al entrevistado, el periodista se limitó a decir “Hay que ver los años que usted se ha pasado en la cárcel”, “Usted es un gran reserva del independentismo” y lindezas similares. ¿Motivo y alcance de tamaña proeza informativa? El mencionado Sastre era uno de los firmantes del manifiesto “Veinticuatro militantes históricos del independentismo” en el que se pedía a las CUP y a Junts pel Sí que llegasen a un acuerdo. Este llegó in extremis, como todos recodarán, y ahora Carles Puigdemont es presidente de la Generalitat gracias a la formación anticapitalista.

Hasta aquí, lo que pasó. El hecho, uno más en los que la manipulación y el servilismo a la consigna emanada del Palau de la Generalitat son la marca de fábrica de TV3, no ha quedado en ésta ocasión tapado por las hojas del calendario.

La protesta de tres consejeros del CAC

Carme Figueras, del PSC, Daniel Sirera, del PP, y Eva Parera, de Unió Democràtica de Catalunya, han denunciado en el seno del CAC la entrevista de Xavier Grasset. Un hecho que puede marcar un antes y un después en lo que respecta al silencio de plomo que se ha vivido a lo largo de éstos decenios de total control nacionalista sobre la televisión pública catalana. Según los tres políticos, Graset realizó “una manipulación del lenguaje” y “en la entrevista se cuestionó el principio de veracidad que debe ser siempre el principio rector de un medio de comunicación, en especial de un medio público”.

Grasset hablaba de “muerto” en lugar de “asesinado”, como si Bultó hubiese fallecido de un cólico miserere cualquiera, definía a Sastre como “preso político”, cuando era un preso por delito de homicidio, aseguraba que participó en la “clandestinidad” desde Francia en la creación de la organización terrorista, otorgándole una aureola de bondad política a lo que es, con el derecho en la mano, una asociación de malhechores, y así el resto. “Tergiversación de los hechos históricos”, afirman los tres consejeros del CAC. Burla hacia los muertos por el terrorismo, añaden muchos catalanes.

El resultado, lamentablemente, ha sido el previsible. El CAC ha rechazado la protesta gracias al voto de calidad de su presidente, Roger Loppacher, próximo a CDC, debido al empate de tres a tres, y no se ha criticado la entrevista. Mucho menos, claro está, se han adoptado medidas hacia el o los responsables de lo que puede considerarse un delito de enaltecimiento del terrorismo.

La dura realidad nacionalista

No hay más cera que la que arde. El nacionalismo está tan imbuido de su poder que se permite incluso flirtear con los terroristas. En éste mismo diario he afirmado que las CUP, nutridas de lo mejorcito de cada casa, son la fuerza de choque de Convergencia. Ningún periodista ni ningún medio en Cataluña osó jamás preguntar qué poder ejercía Jordi Pujol sobre Terra Lliure para conseguir que se disolviesen. Nadie ha investigado nunca las fuentes de financiación de las CUP que han pasado, de la noche a la mañana, de organización puramente testimonial a fuerza política que decide y gobierna en Cataluña.

Lo mismo le pasaba a Xabier Arzalluz y al PNV con ETA. “Esos muchachos atolondrados”, decía Arzalluz refiriéndose a los asesinos, como si matar, robar, chantajear y mutilar fuesen poco más que una calaverada. La burguesía es lo que tiene. En 1936 vistió a sus hijos con camisas azules y los envió al matadero para salvaguardar sus privilegios. Ahora los envuelve en banderas independentistas, con la esperanza de que sigan manteniendo al personal entretenido hablando de copas vaginales, hijos que deben serlo de una comuna y no de una pareja u ocurrencias similares, mientras que los Pujol y sus amiguitos siguen en libertad a pesar de Panamá, el tres por ciento o el caso Palau.

Cuentan, además, con galopines como Xavier Grasset, qué si ya era un pésimo humorista, es mucho peor como periodista. Si el nacionalismo convergente hizo de Mikimoto y Toni Soler, otros dos humoristas del régimen, comisarios del Tricentenario del 1714, bien puede hacer de Grasset una especie de Larry King a la catalana. Cualquier cosa, con tal de seguir con la mamandurria y el negociete de cuatro amigos.

Pero esta vez, se han pasado cuatro pueblos, que diría Margallo