En la última edición de la revista Foreign Affairs hay una información que nos tendría que hacer reflexionar a todos y todas. Se trata de una noticia sobre un debate en la asamblea polaca. En un momento determinado, después de una dura intervención de un diputado, uno de los oradores sale al atril y literalmente le responde: “Tampoco hace falta que insulte… que no estamos en el Parlamento español”.

Creo que es algo más que una anécdota. El hecho de ser conocidos, no por el nivel político del debate intelectual sino por los exabruptos que algunos exhiben en el Congreso (y realmente vamos cada vez a peor), tendría que ser un punto de inflexión. Así no podemos seguir. Los que contribuyen a esta escalada porque creen que pueden obtener una mayor atención mediática o más visualizaciones en las redes tendrían que plantearse algo muy sencillo: esta escalada de tensión que protagonizan… ¿qué pasa si algún día llega a la calle y afecta a la convivencia? Cuando determinados portavoces de Vox y PP afirman que el actual gobierno democrático es “ilegitimo” y que está al servicio “de golpistas, filoetarras y prófugos” deberían plantearse si todo vale en política. Si vapulear e insultar al considerado “otro” se convierte en modus operandi, ¿qué ocurrirá el día que determinadas dinámicas pasen de los foros del Congreso a la calle?

Ahora que hemos conmemorado el aniversario de nuestra Constitución democrática creo que es conveniente recordar que todos los redactores de la Constitución tuvieron que llegar a acuerdos a pesar de la increíble discrepancia política que les separaba. Demócratas que tuvieron que negociar con personas del régimen franquista que les habían perseguido o incluso encarcelado, personas que supieron anteponer el bien común y la democracia a sus ansias (justificadas) de justicia.

¿Qué quiero decir con todo esto? Que la Constitución, ahora llamada por algunos de forma absolutamente demagógica “régimen del 78”, representa la voluntad de todos por superar una guerra civil y por evitar nuevos conflictos fratricidas. Y esto fue posible en gran medida por la generosidad de la izquierda que había tenido miles de fusilados, encarcelados y exiliados durante los 40 años de dictadura. “El consenso no escrito era la voluntad de superar las dos Españas. Esa fue la clave”, decía Solé Tura. Y entonces se produjo un consenso entre la izquierda, la derecha, la extrema izquierda, incluso parte de la extrema derecha representada por Fraga, los nacionalistas catalanes y los nacionalistas vascos para elaborar y aprobar la Constitución democrática actualmente vigente. Un consenso realmente nacional.

¿Y nos ha ido mal? Con todos los errores -que se han cometido-, y con los aspectos a mejores -absolutamente evidentes- hemos vivido 40 años en democracia, libertad y progreso. Es decir, lo que nunca antes habíamos vivido en el país.

Ahora debemos seguir avanzando. Como defiende el presidente Pedro Sánchez, no hay que tener ningún miedo a actualizar nuestra carta magna para afrontar los retos de la sociedad actual y futura. Solo aquellos que no confían en el pueblo español pueden negarse, ni tal solo, a abrir la posibilidad de reformar -para mejorar- nuestra Constitución.

Y cuando lo hagamos, y les habla una diputada catalana, debemos hacerlo con una visión amplia que represente a toda la sociedad, y no como pasó en Cataluña en 2017, sino con la voluntad de buscar y encontrar consensos básicos que nos permitan avanzar todos juntos. Igual que supieron hacer nuestros padres en tiempos del consenso constitucional durante la transición.

Sandra Guaita
Diputada del PSC per Tarragona