La Casa Real tiene un problema de verdad, con mayúsculas, un problemón. Y no es Urdangarin. Ni siquiera la Infanta Cristina. Ambos se han convertido en meras peones  para salvar otra pieza mayor, a la más valiosa de la Casa del Rey, que es él mismo.

El problema de fondo y mayor calado no está en la pareja real, sino en el hilo del que ha empezado a tirar el juez Castro y que no parece dispuesto a soltar. Está, sobre todo, en la persona o personas que puedan aparecer tras el otro extremo del ovillo.

La declaración de la Infanta fue una burda contradicción, aunque legítima, pues como imputada tiene todo el derecho del mundo a mentir para defenderse.  Sus afirmaciones adquirieron por momento trazos dadaístas, por la ausencia de lógica y la continua negación. Es una obviedad que la Infanta lee, pero nunca leía lo que le daba a firmar su marido; era directiva de Noos pero en realidad no sabía a qué se dedicaba;  firmaba las actas de sus juntas, pero nunca asistió a ninguna. No sabe, no recuerda, no se acuerda, no le consta, no tenía ni idea, desconocía la mecánica…

Parece una broma, pero no, no lo es. Es una estrategia, la elegida por su defensa y  que consiste básicamente en arrojar a los pies de los caballos a su marido,  atribuirle toda la responsabilidad de los delitos cometidos, salvarse ella si es posible, pero  sobre todo salvaguardar y proteger a su padre para tratar de cortar el hilo del tira el juez Castro.

Casi todo encaja.  En primer lugar el  cambio de actitud de la Infanta, que pasó de la protección sin fisuras de su marido a dejarlo caer el vacío haciéndolo responsable de todo.  Ella, ingenua como pocos, no es responsable de nada.

Hay otro dato más: la elección de su abogado,  Miguel Roca. No fue una decisión de la infanta, ni de Urdangarin, sino de don Juan Carlos.  ¿Por qué? Posiblemente, porque en realidad el prestigioso abogado catalán, padre de la Constitución y amigo personal del monarca, se está ocupando en realidad, personal y directamente,  de la defensa del Rey. O mejor dicho, de evitar que este asunto llegue a salpicar al patriarca de los Borbones, haciendo para ello todos los sacrificios necesarios. Uno de ellos podría ser el de la propia Infanta,  cuya declaración tuvo mucho de cortafuegos. A ver si así, todo se quedase ahí.

Las declaraciones de los abogados “reales” son una prueba de esta estrategia, pues su optimismo suena a punto y final. Como si la declaración lo hubiera aclarado y explicado todo, una percepción que chocha con la lectura de la mayoría de los medios, sobre todo extranjeros, que subrayaron las escasas aportaciones de Cristina de Borbón, sus contradicciones y su sorprendente ingenuidad en relación a los negocios de su marido.

Ha quedado probado que una parte del aparataje del Estado, con la Fiscalía a la cabeza y el presidente del Gobierno a continuación (“le irá bien”, dijo hace sólo tres semanas); muchos  medios de comunicación y toda la Casa Real se han puesto manos a la obra al grito de salvemos al Rey, que Dios está ahora a otras cosas y ya nadie se acuerda de invocarlo con el patriótico “god save the King”.

El caso Nóos ha demostrado que el comportamiento de Urdangarin dista mucho de la ejemplaridad a la que se comprometió el Rey en su discurso de fin de año. Pero es igual de evidente  que Urdangarín no pudo hacer todo lo que hizo desde Noos sin que ninguno de sus próximos se hubiese enterado de nada. Ni su mujer, que formaba parte de la dirección del instituto, ni su suegro, que según desveló la investigación del juez Castro hizo numerosas  gestiones a favor de su yerno y de sus negocios. Ni siquiera sus cuñados, a los que parece que no les causó ningún asombro el ritmo de vida del ex deportista y la infanta. Tampoco cuando se mudaron al palacete de Pedralbes, ahora embargado y a la venta por casi 10 millones de euros, ni cuando compraron pisos y plazas de garaje en Palma de Mallorca y Tarrasa.

Pero dicho todo esto, no es menos cierto que tampoco nada es ejemplar, desde luego, la cacería de Botsuana, ni siquiera tras las forzadas disculpas de su principal protagonista. Ni la forma en la que el Rey gestionó su vida privada durante los últimos años.

Volviendo la vista más hacia atrás, es fácil recordar algunos de los espléndidos regalos que ha recibido el Rey durante sus muchos años de reinado (coches, motos, yates…) y también algunas de las gestiones que, según iba trascendiendo, realizaba  en favor de diferentes intereses.  No, tampoco esto suena demasiado ejemplar, y  menos en estos tiempos en los que la combinación entre regalos y gestiones provoca  auténticos tsunamis político-empresariales.

Visto así, me vuelve a la cabeza el hilo.

Sí, sin duda, la clave de este caso puede estar en el hilo del que tira el juez Castro, driblando hasta ahora con habilidad y paciencia las muchas tijeras que salen al paso para cortarlo.

Xosé Carballo es periodista