Pedro Sánchez aterriza en La Habana con el enfado de la derecha española. Unas críticas que parecen haber olvidado la estrecha relación de uno de sus principales dirigentes con los Castro.

Manuel Fraga es una persona incontestable dentro del partido. A pesar de haber sido ministro de Franco, fundador de Alianza Popular -y, por ende, del PP- o presidente de la Xunta, Fraga tuvo una conexión muy especial con uno de los principales personajes comunistas del siglo XX. Fidel y Fraga, en las antípodas ideológicas pero con un pasado común de padres gallegos que habían emigrado a la isla caribeña.

Las visitas oficiales que ambos mandatarios realizaron dejaron una muestra evidente de la paradoja política superada por la realpolitik.  Y es que la grave historia del siglo XX, especialmente la española y la cubana, terminaban en los años 91 y 92 con dos de sus mayores personajes bebiendo queimadas, jugando al dominó y comiendo pulpo a feira y empanada gallega. 

La relación de España con una de sus últimas colonias no terminaba de contagiarse de los vaivenes ideológicos de ese siglo. Como muestra, el luto oficial que se declaró en el 75 en el bastión americano del comunismo ante la muerte en El Pardo del dictador fascista que no llegó a imponer a la isla el embargo que le demandaba Estados Unidos, como tampoco los Castro habían hecho anteriormente con España.

Felipe González tuvo breves visitas con Fidel, mientras que Jose Luis Rodriguez Zapatero y Mariano Rajoy no se atrevieron a mantener una relación directa debido a las distintas presiones nacionales e internacionales. Mención aparte tiene el odio mutuo que parecían profesarse Castro y Aznar. Ahora le toca el turno a un Sánchez que busca relanzar una relación histórica, aunque, por descontado, no podrá superar a Fraga.

Fraga en Cuba 

Aterrizaba el 24 de septiembre de 1991 con 68 y un Fidel de 65, poco acostumbrado a las visitas oficiales, esperándole en el aeropuerto. Fraga se emocionaba al escuchar a los gaiteros cubanos tocando el himno gallego -estrenado precisamente allí en 1907- y volver a pisar la isla a la que habían emigrado sus padres y en la que él mismo había pasado sus primeros años de vida.

Castro consideraba ese viaje un “acto de valentía” y aseguró que Fraga era “más de izquierdas que mucha gente de izquierdas”, en clara alusión a las malas relaciones que mantenía con Felipe González. Esas palabras bastaron para bautizar al exministro de Franco como “el último rojo”.

Lo cierto es que, entre las constantes muestras de afecto, Fraga no tuvo pelos en la lengua durante aquel viaje y llegó a condenar el embargo de los norteamericanos a la isla.

Fidel en Galicia

Un año después, Castro devolvía la visita a Fraga. Tras pasar por la expo de Sevilla, el dictador cubano visitaba Galicia del brazo de Fraga y las imágenes surrealistas se sucedían. Volvían las partidas de dominó, las queimadas y las comilonas entre ambos. Banderas cubanas en plena plaza del Obradoiro mientras Fidel paseaba por las calles de Santiago con una multitud a sus espaldas gritando “Viva Cuba, revolucionaria” y el presidente de la Xunta saludando a su lado con una sonrisa de oreja a oreja.

Fidel se emocionaba al contemplar la casa de sus padres en la localidad de Láncara. “Ahora entiendo por qué tuvieron que emigrar nuestros padres”, le dijo al entonces presidente gallego.

El documental de Manuel Fernández-Valdés Fraga y Fidel. Sin embargo, muestra los testimonios de camareros, vecinos, señoras de la limpieza y todo aquel que presenció aquel particular viaje. El director afirmaba que “quería alimentar el mito hasta pincharlo por reducción al absurdo”. Para ello recoge testimonios como los de un camarero de un restaurante donde Fraga invitó a comer a Castro. “Sólo teníamos la taza de café, si lo llegamos a saber guardamos todo y hacemos negocio”, aseguraba tras relatar como, tras aquella comida, la gente comenzó a acudir buscando artículos utilizados por el cubano.

Lo cierto es que, en ocasiones, la practicidad se impone a las ideologías, a pesar de la imagen de incoherencia que se puede presentar a la opinión pública. Fidel Castro se veía obligado a trabajar sus relaciones con el exterior mientras el bloque del este se derrumbaba completamente tras la caída del muro de Berlín, con la complacencia de Manuel fraga, al que siempre le gustó ganar notoriedad acercándose a cualquier tipo de poder.