Millones de espectadores de todo el mundo disfrutaban a primeros de año del reality de Netflix Soy Georgina, donde la mujer de Cristiano Ronaldo mostraba su “apasionante” día a día enfundada y rodeada por miles de euros. Poco despuñes, la compañía anunció una segunda parte de la de Jaca. Ahora, y de la mano de los mismos creadores, llegan las andanzas de “otra grande” de España, Támara Falcó con La Marquesa, un coñazo para el que no tengo palabras. ¿Por qué es tan aburrido? Pues porque como a tantos otros realitys, le falta humor, ingenio e improvisación y le sobra demasiadas situaciones absurdas y artificiales, creadas por los guionistas al servicio de la hija de Isabel Preysler y Carlos Falcó.

¿Qué es lo mejor de “La Marquesa"?

O uno es muy fan de esa “naturalidad”, e inocencia tan característica, cansina y cargante de la hija de la Preysler -las cosas como son, la chiquilla lo da todo- o enseguida experimentará el horror que supone tragarse los seis episodios de La Marquesa. Desde el minuto uno, y salvo las apariciones estelares de su madre y del fantástico Mario Vargas Llosa, el resto es un viaje sin retorno que no va a ninguna parte. Tamara Falcó Preysler por sí sola interesa lo justito, y menos todavía rodeada de sus amigos o de ese novio soso man que es Alvaro Olivenza.

No todo es malo en el reality La Marquesa. Los primeros planos y gestos de sorpresa de la Preysler escuchando las marcianas varias de su hija, son impagables. Aunque es cierto que ambas pasan de puntillas por su vida más personal -jamás olvidan que están siendo grabadas-, sin embargo Isabel aparca cómo puede parte de su fría compostura, para mostrarse algo más humana de lo normal. Aquí no es el personaje que más portadas ha acaparado en la prensa del corazón, sino una madre que adora y se preocupa por su hija.

El resto de la saga Iglesias Preysler brilla por su ausencia. El gran pelotazo hubiera sido poder reunir a todos los hermanos, o al menos escucharles hablar de la marquesa. Aquí la única que no calla es la protagonista con sus continuos soliloquios a cámara. Se echa de menos que el resto de “satélites” que la acompañan, la mayoría de segunda, no haga lo mismo.

El montaje y la dirección de fotografía son otras de las escasas bazas del reality. Su cuidada e impecable edición unida a una fantástica ambientación musical, contribuyen y engrandecen la falta de contenido interesante que abunda por todas partes.