El mundo entero, incluida España, está obsesionado con la producción coreana El juego del calamar en Netflix. La serie sobre el brutal juego de supervivencia de la que todo el mundo habla ya va camino de convertirse en el título más visto de la historia de la plataforma, muy por encima de Los Bridgerton o la española La casa de papel. Nadie, y mucho menos la propia compañía, se esperaba semejante éxito cuando la estrenó sin apenas publicidad hace tres semanas. El boca a boca y las redes sociales, como siempre, se han encargado de situarla en lo más alto del top ten de los 90 países en los que está presente la plataforma de streaming.

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El juego del calamar parte de una premisa que se repite a lo largo de la historia desde tiempos inmemoriales, y que tantas veces ya hemos visto reflejada en el cine. Unos pocos desalmados y poderosos se aprovechan de la debilidad de otros tantos pobres y desgraciados, a los que arrojan al foso, al barro o a la arena, para que peleen por sus vidas.

Su punto de partida no puede ser más atrapante. 456 personas endeudadas y excluidas del sistema deciden participar en unos arriesgados y peligrosos juegos infantiles. Si ganan, se harán con un suculento premio de 34 millones de euros. Por el contrario si pierden, pagarán con su vida.

Los seis juegos de supervivencia están cargados de acción, sangre, adrenalina y una intensidad abrumadora. Esta violencia extrema y la tensión por el incierto futuro que le depara a los participantes, hacen que la historia sea tan truculenta como adictiva.

La pura insensibilidad del torneo, la misteriosa figura que hay detrás de él y, por supuesto los participantes, obligados continuamente a elegir si prefieren quedarse atrapados en sus deudas y miserables vidas, o pelear a muerte por convertirse en hombres poderosos, marcan la serie. El juego del calamar con extrema habilidad consigue lo más difícil:  convertir inocentes juegos infantiles en brutales retos a muerte.

La denuncia social, verdadero trasfondo de la serie, no es producto de la casualidad. Las extremas desigualdades y diferencias económicas que invaden desde hace tiempo a esa gran potencia financiera que es Corea del Sur, las sufrió en sus propias carnes su director Hwang Dong-hyuk. Según él mismo ha confesado, pasó verdaderas penurias desde que ideó El juego del calamar en 2008, hasta que pudo sacar adelante el proyecto hace un par de años con Netflix . Su precaria situación económica marcaría indudablemente el guion y la historia. ¿Quién le iba a decir entonces que finalmente y gracias a este éxito, se convertiría él también, en todo un poderoso en este caso, de la televisión?