Creo que Jorge Luis Borges no bromeaba cuando dijo que la historia era un género de la ficción. Julio Cortázar bromeaba menos aun cuando le dijo a Joaquín Soler Serrano que lo fantástico siempre había estado presente como algo normal en su vida. La vida, la misma fuerza potente y misteriosa que ha sido observada por innumerables hacedores de ficciones. Georges Perec hizo ejercicios de memoria (“Me acuerdo”) y de observación cotidiana (“Tentativa de agotamiento de un lugar parisino”) solo para jugar con las distintas alternativas que ofrece la imaginación según cada mirada.

Por algo similar, a su manera, Robert Walser encontró en el paseo la subversión más íntima para distanciarse de la vida moderna. Thomas Bernhard utilizó el lenguaje para quebrar los cristales de la realidad, nunca para convalidar la versión de poder alguno. Sin embargo, en la literatura del siglo XXI ha venido tomando forma de tendencia eso que algunos se empeñan en llamar “lo real”.  Incluso, hay autores que dan entrevistas o dictan foros para hablar de la crisis de la ficción. Pero ¿acaso alguna vez en algún espacio del universo podría estar en crisis la ficción?

Desde el 11 de septiembre de 2001, cuando vimos por televisión el derrumbe de las Torres Gemelas, han sido muchos los sucesos que han trastocado la noción de realidad estática para la cual fuimos educados. Por otra parte, en las dos décadas que lleva el siglo XXI se han hecho populares políticos cuyas características parecen sacadas de la más grotesca de las ficciones. El periodismo, en buena medida, se ha convertido en un narrador de sucesos de apariencia fantástica. Mientras todo esto ocurre en el llamado plano real, en el espacio literario muchos escritores se han dado a la tarea de reconocer la realidad como una certeza literaria. Quizá estos autores actúan motivados por las modas que apuntalan la observación absolutista de los hechos. La realidad se ha convertido en un traje uniforme que distancia nuestra interpretación del mundo exterior (que también del interior). Pero ¿puede un escritor ser funcionario de la realidad? ¿Qué es lo real? ¿Acaso se puede atrapar lo absoluto en un texto literario?

Cuando este artículo era solo una idea, una amiga me decía categórica que “la realidad para los periodistas y la ficción para los escritores”. Y, si bien la realidad es un fenómeno subjetivo e inatrapable, es posible que mi amiga estuviera en lo cierto. De un periodista se espera una aproximación a la realidad, de un escritor que invente una realidad. Algo se ha trastocado en el orden de la noción ficción realidad, de ahí que los grandes grupos editoriales publiquen muchos libros y un mismo argumento. Enrique Vila-Matas se mantiene como una de las excepciones que, con su obra, camina por la acera contraria al realismo generalizado. En su más reciente novela, Mac y su contratiempo, reafirma que su literatura es una fiesta de ficciones, una celebración a las posibilidades. Virginia Woolf llegó a decir que “cuando uno empieza a escribir una novela lo más importante no consiste tanto en sentir que puedes escribirla como qué existe al otro lado de un abismo que las palabras no consiguen cruzar. Algo que solo se conseguirá con una angustia sin aliento”.  Ese otro lado del abismo es posible que sea lo absoluto, lo inatrapable, lo no narrado, lo no conocido, la composición inexacta de la realidad.

Aún hoy, cuando se habla de realidad virtual, la ficción sigue siendo un asunto tratado como algo banal. Una abstracción innecesaria. En buena medida se sigue asumiendo como un entretenimiento para la reunión del domingo por la tarde. Poco se habla de la ficción como un todo capaz de abrir posibilidades de lunes a lunes. Es curioso que, en el presente, cuando la opinión ha adquirido un rango de verdad absoluta, surja de la literatura esta moda realista. Como lector, lo menos que uno espera es que artistas y científicos derriben certezas con sus trabajos. Pero la literatura, para el gran mercado editorial, ha dejado de ser conocimiento para convertirse en producto. El escritor mexicano Laury Leite considera que “es imposible que la literatura atrape la realidad porque la realidad, como un fenómeno objetivo, no existe. La realidad, como la memoria sobre la que supuestamente se sostiene, es una modalidad de la ficción. Me parece que lo que definimos como realidad no es más que un conjunto caótico de perspectivas, opiniones y representaciones históricas. La realidad y la literatura son productos del lenguaje. Y el lenguaje, como se sabe, es representación. Por lo tanto, cuando hablamos de literatura y realidad estamos hablando de ficciones”

El arte en general es la forma más extraordinaria de hacer ficción que ha encontrado el ser humano. La ficción, como el espacio que lo sostiene todo, encuentra sus mejores vínculos en el arte y en la ciencia. La actriz española Mamen Camacho, quien también estudió química, se pregunta: “¿Y qué es la vida sino una ficción, una narración del sujeto?”, para luego responder con la vehemencia de quien no ve espacios cerrados: “Entre ficción y ciencia existen unas conexiones interesantísimas. Creo en estos dos conceptos como un todo: en la música de las estrellas, el ritmo del universo que reverbera en nosotros y nos invita a las emociones, a la palabra, y por tanto a la literatura, a la poesía, que no es otra cosa que emoción hecha palabra, pensamiento hecho ritmo”. Para finalizar, Mamen lanza al aire su idea de vida: “Soy química, bailarina y actriz, un poco de ese todo”.

En Unas palabras para jóvenes escritores, Thomas Bernhard asume una de sus posiciones más descarnadas sobre lo que considera debe ser la actitud rompedora de todo escritor: "No os veo donde está la vida violenta y valiente, sino como pulcros custodios de archivos, funcionarios amargados, como lacayos de bien retribuidos consejeros del organismo de protección de la Naturaleza o de algún departamento de cultura provincial o municipal. Estáis metidos en el café, sin lágrimas ni humor, odiándoos a vosotros mismos y odiando vuestro entorno, muy lejos de la vida... Habéis vendido vuestro carácter y sentís un miedo desenfrenado de la necesidad, miedo de vuestros pensamientos, miedo de vuestra malignidad... Vuestras reverencias son indescriptibles; os inclináis ante cualquier desharrapado con influencia... ¡El pueblo de los exaltados se ha convertido en un pueblo de agentes de comercio!".

La mediocre ficción que caracteriza a políticos actuales solo se puede explicar como la distracción masiva para profundizar la consolidación de una forma de realidad absoluta. La sociedad controlada de George Orwell se ha convertido en una franquicia adaptable a cualquier estado. Igual le sirve a un político local secuestrador de las realidades de los individuos, como a un dirigente internacional que habla en nombre de la democracia. La actual lógica de realidad no permite hipótesis, la falta de versiones opuestas o alternativas se traslada al propio argumentario de la cultura que se vende a escala global. Hace algún tiempo la escritora cubano mexicana Gabriela Guerra Rey pidió “que la literatura vuelva ser la fuerza que mueva al mundo”. Tal alegato solo será posible si los escritores renuncian a ser notarios de la realidad.